Contó que primero fue el silencio. Calcularon uno, dos, tres, cuatro... y a los cuarenta y tres segundos un enorme fogonazo de luz seguido por una onda de choque y después otra. Éxito total: 140,000 muertos en la ciudad de Hiroshima. Tres días después, Nagasaki recibió la segunda bomba. 80,000 muertos. Éxito total, repitió. Seis días mas tarde, Japón firmaba su derrota.
Leo en el periódico de ayer, que el último tripulante del Enola Gay murió. Theodore Van Kirk falleció de causas naturales a los 93 años de edad en una residencia para ancianos en Stone Mountain, GA, el pasado día 28 de Julio.
No es mi intención hacer un análisis sobre este episodio de la historia. Ya se ha escrito mucho sobre eso y mis conocimientos son tan superfluos que solo causaría pena una intervención mía sobre el tema. Pero, como no sé escribir de casi nada que no sea sobre lo que me rodea, o lo que de alguna manera me toca personalmente, siento, al imaginar ese instante fatídico, el horror, el pánico de una persona indefensa ante las armas de destrucción masiva y no puedo dividirme ni entender de políticas, ni de gobiernos, ni de banderas, ni de religiones y mucho menos de razones que lo justifiquen.
Sigo con el viejo periódico sentado cómodamente en la sala de mi casa. Una noticia detrás de otra ilustrando la tragedia de vivir día a día con el terror. Ahora es Israel y Palestina. Veo las imágenes, los edificios cayendo, los misiles sobrevolando la noche, los heridos, los muertos, túneles, banderas, tanques, fanatismo, miseria, destrucción.
Pongo a un lado el periódico.
Me duele la cabeza. Tomo dos analgésicos con un vaso de agua. No dormí bien. Pasé la noche teniendo pesadillas. Desperté varias veces durante la madrugada, y al volver a dormirme, los sueños continuaban en el lugar donde se habían interrumpido. Generalmente mis sueños son repetitivos y pueden tener diferentes personajes, pero en casi todos, ando buscando algo, persiguiendo cualquier cosa angustiosamente: mi carro perdido, la salida de un túnel, lograr regresar a mi casa desde La Habana, encontrar un objeto, descubrir que mi padre está ahí, delante de mí, pero no me puede ver, etc.
Anoche soñé que me daban una noticia. Una voz que escuchaba desde un lugar impreciso me anunciaba que Pablo, mi gato, que murió hace más de seis años, estaba muerto.
Mientras lo buscaba, iba caminando por unas calles oscuras, llenas de fango. Todo alrededor había sido destruido; edificios sin ventanas, casas sin techos, árboles caídos, ruinas. Encuentro, tirado sobre un charco, a un gato. No es el mio. No es mi gato, no es mi gato, repito en alta voz. Me asombra el sonido de mis palabras chocando y rebotando contra las paredes. Chorrea un liquido turbio, espeso que va impregnándolo todo. Continúo caminando por lugares cada vez más inhóspitos, más asquerosos, más oscuros. En cada paso que doy hundo los pies en una masa húmeda mezclada con grumos de tierra. No hay nadie por las calles, ni dentro de las casas, ni detrás de lo que queda de alguna pared; pero un murmullo, un cuchicheo lejano me rodea. Cuando trato de escuchar, es como si miles de insectos rasparan sus patas contra una superficie porosa.
Llego a un lugar llano iluminado por una luz intensa. Había varias rocas separadas unas de las otras y un césped de un color amarillento que cubría el terreno. Sentí placer al llegar a aquel lugar. Pensaba que podía quedarme allí, que no regresaría nunca. Me acuesto sobre la hierba y soy joven y soy ligero y estoy feliz de acostarme sobre la hierba. Hay un silencio como es el silencio debajo del mar. Un sonido de helicóptero se acerca y lo interrumpe todo. El zumbido monótono de las aspas me produce un extraño sentimiento de soledad. Los primeros disparos fueron como gruesas gotas de lluvia cayendo sobre la tierra árida. Comencé a correr. Me refugié detrás de una roca, y antes de volver a huir, pude ver la panza del helicóptero y al soldado disparando con una ametralladora. Las balas me perseguían.
Mientras corría, pensaba que hubiera sido muy bueno poder quedarme allí, acostado, sobre la hierba amarilla.
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