Un hotel en Los Alpes franceses y una
tarde espléndida. La terraza del restaurante está llena de turistas que ríen,
conversan, beben cerveza, toman vino, comen pizzas, ensaladas, sándwiches.
Disfrutan del espectacular paisaje de las montañas cubiertas de nieve, del
frío, de estar con la familia, con los amigos, los amantes. Toman fotos, graban
vídeos con los celulares, con cámaras, fuman, y los camareros, atareados, van y
vienen cargando las bandejas.
La cámara escoge, casi por azar, una de
las mesas que está junto a la baranda que da al vacío; más allá, sólo las
montañas nevadas. Sentados a la mesa, una familia. El padre, y a su lado, un
niño de unos seis, tal vez siete años. Al otro lado la madre y una niña de,
digamos, diez años. Los cuatro llevan trajes para esquiar. Los cascos a un lado
de la mesa y los esquís apoyados en la baranda. El padre ayuda al niño con su
plato, la madre observa la nieve distraída, satisfecha, y la niña parece hacer
una pregunta que no se escucha. El padre agarra su celular, revisa los
mensajes, los e-mails y después se dedica a tomar fotos.
El lente se mueve, enfoca a las
montañas, las acaricia, nos muestra todo su esplendor, se transforma en
nuestros ojos. Miramos, casi respiramos, la maravilla del paisaje. De entre la
nieve surgen varios tubos de metal. De los tubos sale un humo gris que
contrasta con el blanco impoluto de la nieve. Se escuchan algunos sonidos. Son
como disparos, como algo que es arrojado con violencia, como algo que se
expulsa, como una amenaza que se intuye.
Regresamos con la cámara a la terraza
del restaurante. Ahora escuchamos sonidos de cubiertos, sillas que se deslizan,
conversaciones entrecortadas, risas. La cámara se aleja de nuevo. Nos muestra
la terraza a vuelo de pájaro. Vemos el grupo de personas como un conjunto, pero
siempre podemos identificar a la familia de los padres con sus dos hijos.
También nos regala, una vez más, la majestuosidad de las montañas. Seguimos
escuchando los mismos sonidos regulares y, entre esos ruidos, algunos como de
disparos, como las explosiones que se escucharon en la nieve.
Unas frases de sorpresa y algunas
personas que señalan, "alertan" a la cámara, que se dirige hacia lo
más alto de la montaña.
Allí comienza, lentamente, a deslizarse
la nieve. Se escuchan voces de admiración. Muchos se acercan a la baranda y
toman vídeos. El padre de los niños también graba con su celular. La nieve, al
deslizarse, va tomando fuerza, toma la forma de una avalancha. La avalancha se
dirige directamente hacia la terraza.
Algunos comentan que no hay que temer,
que es un espectáculo calculado, programado, sin riesgos. El niño llama,
temeroso, al padre. Ellos saben lo que hacen, es su respuesta mientras graba el
espectáculo.
La avalancha ya es colosal y se acerca
cada vez más. De pronto entran en pánico. Todos corren, derriban las sillas,
buscan desesperadamente la salida. Los dos niños gritan ¡mamá, papá! El padre,
sin soltar el celular, agarra los guantes que están a su lado y se lanza hacia
la salida empujando al niño, que se golpea con la mesa, y desaparece, huye. La
madre agarra a la niña y corre a proteger al niño. Mientras,
la pantalla se nubla hasta oscurecerse por completo.
¿Un minuto, dos? Cualquier tiempo
parece una eternidad. La oscuridad va dando paso a una niebla que deja entrever
los movimientos de las personas que levantan una silla, se abrazan, se
consuelan. El padre regresa. La cámara lo persigue por la espalda cuando camina
hacia la terraza. Ahora los ojos del padre son los nuestros. Vemos lo que él
ve: vemos un desorden, vemos la niebla y vemos a la madre que, todavía abrazada
a los hijos, se incorpora. Se sientan a la mesa. Hay un silencio incómodo. El
padre comenta que solo fue un gran susto. Trata de sonreír. La mujer evita
mirarlo, la niña también; el niño le da la espalda.
El lente los va empequeñeciendo
mientras continúan con el almuerzo.
Nota: lo escrito arriba es la
descripción de la escena fundamental de una película. Así es como la recuerdo.
Y, como los recuerdos son tan ambiguos, es también un poco mi escena, es, simplemente,
el placer de contar.
Título: Force Majeure.
Director:
Ruben Östlund.
Suecia,
2014.
It’s nice indeed, Marco. Me gustó mucho. Escribiste como se escriben los scrips para películas. Muy interesante y atractivo. Armando
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