Saturday, January 9, 2016

Gusanitos blancos



No recuerdo a mi padre. Lo he olvidado. En estos treinta y ocho años que han pasado tan de prisa, se me perdió su presencia por los vericuetos de la memoria. No pienso en él. A veces sí, a veces se acerca en el instante menos esperado y, sin un motivo concreto, recuerdo su olor. A veces es su voz. Es extraño que recuerde su voz, porque si me detengo, si trato de rememorar alguna frase dicha por él, una entonación, todo lo que logro es un recuerdo sin sonido. Es un recuerdo mudo. La voz de mi padre no tiene sonidos en mi memoria.
En mis sueños, casi siempre, tenemos algún contacto físico. Creo que nunca antes nos abrazamos, apenas nos tocamos. Pero en los sueños, mi padre me agarra del brazo, o estamos muy juntos, y hasta puedo sentir el calor de sus manos sobre mis hombros. Esos sueños me dejan una especie de angustia, un malestar extraño que me acompaña durante el día. Después lo olvido.
Esta madrugada soñé otra vez con él. Cuando venía hacia el trabajo en el tren, puse a un lado el libro que iba leyendo y cerré los ojos para apartarme de las conversaciones y de los ruidos, porque todo lo que soñé se había borrado de mi memoria. Sabía que hubo un sueño por el que anduve toda la noche, aunque no lograba describir ni un solo detalle. Pero la angustia y el desasosiego persistían.
Con el trabajo y la rutina diaria lo olvidé y no pensé más en pasajes oníricos ni en nada; desconecté. Si no me molestan mucho y no requieren alguna cosa de mí,  me pongo los audífonos y me a
íslo de todo mientras escucho la música que me gusta. Es la mejor forma de sobrevivir a ocho horas de trabajo. Así estaba cuando una mediocre canción me trajo, de pronto, el recuerdo del sueño que tuve en la madrugada:
Yo estaba sentado en un banco tan largo como la mesa, donde mi padre hablaba con un hombre que no lograba visualizar. Hacía calor. Papá vestía un overol de mezclilla azul. Sudaba. Sobre la madera reposaban cazuelas, platos, vasos, y una lata de leche condensada. Había otras mesas similares a nuestro alrededor, y muchos hombres, también vestidos con overoles azules. Yo era muy pequeño y tenía un vaso lleno de agua frente a mí. Papá comenzó a verter en él, lentamente, leche condensada. No lograba (como si me hechizaran) desviar la mirada de los "gusanitos blancos" que se retorcían en el agua y se posaban en el fondo.
_ ¿Viste - me iba diciendo, y un inmenso silencio nos cubría - cómo se convierten en gusanitos blancos?
Aunque todos hablaban, se movían, y caminaban de un lado a otro, la quietud era absoluta.
La mano inmensa de Papá cubría la lata de leche.
_¿Te gusta? - preguntó.
Sonreía.

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