Está amaneciendo.
Abro las cortinas. No veo nada hacia afuera y no me gusta. Tengo la
sensación de que me observan, pero no por eso vuelvo a cerrarlas.
Tomo un vaso de agua para mitigar el sabor mentolado de la pasta de dientes en la boca. Después preparo café. Echo dos cucharaditas de azúcar en el agua. Antes lo revolvía, ahora no lo hago porque es innecesario. Todo se mezcla en el proceso de la ebullición. Es más fácil. Como dejar las cortinas abiertas aunque sienta que me pueden ver desde afuera. Que vean todo lo que quieran ver, qué más da.
La cocina, la sala, los cuadros, el baño, los muebles de cuero, los espejuelos, el celular, la laptop, la tablet, la cuchara; todo está congelado, yo estoy congelado. Abro el agua caliente del fregadero y dejo que corra por unos minutos. Después, poco a poco, voy metiendo las manos dentro del chorro. Sale humo cuando el agua se desliza entre mis dedos. Quema y me gusta que me queme.
Me veo, hace ya mucho tiempo, en el cine Alameda, mirando una película aburrida. ¿Era rusa? Creo que sí era rusa. Viene a mi memoria una escena: había mucha nieve y era de noche. Un hombre y una mujer caminan por un bosque de árboles raquíticos, sin hojas. Hunden los pies en la nieve. Se les hace agobiante cada paso, cada esfuerzo. El sonido del viento y las pisadas en la nieve. Se sientan y recuestan la espalda a un tronco. Están muy juntos. La mujer se abre el abrigo y el hombre pone sus manos en los pechos blanquísimos de la mujer. No cruzan entre ellos ni una sola palabra.
Escucho el café burbujeando. Lo vierto en mi taza preferida. Voy hacia la mesa del comedor. Pongo un porta vasos y encima la taza. Me siento.
¿Era rusa la película de la pareja en la nieve? Me asalta la duda. ¿No fue una de samuráis, japonesa? Me confundo. Creo que sí, que era japonesa. Un samurái y una mujer caminan con dificultad por un campo cubierto de nieve. Agotados, se recuestan a un árbol. No hablan. La mujer lleva las manos congeladas del hombre hasta sus tetas, debajo del kimono. Si, era con un kimono la escena. ¿La mujer no tenía las manos congeladas? Parece que esos detalles no tienen importancia en la película. Pero saltar de la estepa rusa a un campo nevado del Japón va un gran trecho. De cualquier forma, calentarse las manos entre los pechos de una rusa o una japonesa, debe ser muy agradable.
Enciendo la laptop. Noah da un salto y se sube a la mesa. Me mira midiendo mi reacción. Camina sobre el teclado y la cola me roza la cara. A Noah lo compramos. Es el único gato que hemos comprado. Todos los demás son recogidos de la calle. Con él ha sido diferente. Entramos a una pet shop buscando pececitos y allí, dentro de una jaula, estaba él, listo para ser adoptado. Se llamaba Storm y me miraba con los ojos tristes, atentos. Le pregunté a la mujer si podía sacarlo de la caja y cuando lo cargué, se dejó abrazar como un niño. No pude resistirme. Se lo regalé a Rosy por su cumpleaños: una ceremonia simbólica, un ritual que tenemos en casa: cada animal es de una de las niñas. Ninguno es mío. Yo solo limpio la mierda, los alimento y cuido de que tengan agua. Al instante le cambió el nombre horrible de Storm al de Noah. Resultó ser un glotón cariñoso que busca constantemente el contacto con los que habitamos en la casa. Lo bajo de la mesa. Se va protestando a la cocina a comer.
La película japonesa (¿o era rusa?) sigue dándome vueltas en la cabeza. ¿Existió esa película? ¿Vi realmente alguna escena donde una mujer calentaba las manos congeladas de un hombre con sus pechos y el kimono? ¿O era un abrigo y estaban en la estepa rusa? Ya no estoy tan seguro. No tiene ninguna relevancia ese recuerdo, pero no me abandona. ¿Vi realmente las tetas de la rusa, de la japonesa, o me lo he inventado yo?
Ya amaneció completamente. Llueve. Abro la puerta de atrás. Desde el balcón del cuarto, un chorro de agua cae sobre las paletas en movimiento del aire acondicionado produciendo un sonido metálico que interfiere con el de la lluvia. Un sapo sobre la silla amarilla del patio me observa. El aire acondicionado se detiene y el sonido cesa. Ahora es solo la lluvia cayendo. Escucho.
Cierro la puerta. El frío adentro es casi insoportable. Podría subir la temperatura, pero todos duermen. Me pongo el sweater que uso para estar en casa. Me siento un poco más confortable. Preparo otro café. Lo voy tomando mientras escribo en la laptop. Comienzo un relato. Tecleo:
Un hombre y una mujer caminan sobre la nieve...
Tomo un vaso de agua para mitigar el sabor mentolado de la pasta de dientes en la boca. Después preparo café. Echo dos cucharaditas de azúcar en el agua. Antes lo revolvía, ahora no lo hago porque es innecesario. Todo se mezcla en el proceso de la ebullición. Es más fácil. Como dejar las cortinas abiertas aunque sienta que me pueden ver desde afuera. Que vean todo lo que quieran ver, qué más da.
La cocina, la sala, los cuadros, el baño, los muebles de cuero, los espejuelos, el celular, la laptop, la tablet, la cuchara; todo está congelado, yo estoy congelado. Abro el agua caliente del fregadero y dejo que corra por unos minutos. Después, poco a poco, voy metiendo las manos dentro del chorro. Sale humo cuando el agua se desliza entre mis dedos. Quema y me gusta que me queme.
Me veo, hace ya mucho tiempo, en el cine Alameda, mirando una película aburrida. ¿Era rusa? Creo que sí era rusa. Viene a mi memoria una escena: había mucha nieve y era de noche. Un hombre y una mujer caminan por un bosque de árboles raquíticos, sin hojas. Hunden los pies en la nieve. Se les hace agobiante cada paso, cada esfuerzo. El sonido del viento y las pisadas en la nieve. Se sientan y recuestan la espalda a un tronco. Están muy juntos. La mujer se abre el abrigo y el hombre pone sus manos en los pechos blanquísimos de la mujer. No cruzan entre ellos ni una sola palabra.
Escucho el café burbujeando. Lo vierto en mi taza preferida. Voy hacia la mesa del comedor. Pongo un porta vasos y encima la taza. Me siento.
¿Era rusa la película de la pareja en la nieve? Me asalta la duda. ¿No fue una de samuráis, japonesa? Me confundo. Creo que sí, que era japonesa. Un samurái y una mujer caminan con dificultad por un campo cubierto de nieve. Agotados, se recuestan a un árbol. No hablan. La mujer lleva las manos congeladas del hombre hasta sus tetas, debajo del kimono. Si, era con un kimono la escena. ¿La mujer no tenía las manos congeladas? Parece que esos detalles no tienen importancia en la película. Pero saltar de la estepa rusa a un campo nevado del Japón va un gran trecho. De cualquier forma, calentarse las manos entre los pechos de una rusa o una japonesa, debe ser muy agradable.
Enciendo la laptop. Noah da un salto y se sube a la mesa. Me mira midiendo mi reacción. Camina sobre el teclado y la cola me roza la cara. A Noah lo compramos. Es el único gato que hemos comprado. Todos los demás son recogidos de la calle. Con él ha sido diferente. Entramos a una pet shop buscando pececitos y allí, dentro de una jaula, estaba él, listo para ser adoptado. Se llamaba Storm y me miraba con los ojos tristes, atentos. Le pregunté a la mujer si podía sacarlo de la caja y cuando lo cargué, se dejó abrazar como un niño. No pude resistirme. Se lo regalé a Rosy por su cumpleaños: una ceremonia simbólica, un ritual que tenemos en casa: cada animal es de una de las niñas. Ninguno es mío. Yo solo limpio la mierda, los alimento y cuido de que tengan agua. Al instante le cambió el nombre horrible de Storm al de Noah. Resultó ser un glotón cariñoso que busca constantemente el contacto con los que habitamos en la casa. Lo bajo de la mesa. Se va protestando a la cocina a comer.
La película japonesa (¿o era rusa?) sigue dándome vueltas en la cabeza. ¿Existió esa película? ¿Vi realmente alguna escena donde una mujer calentaba las manos congeladas de un hombre con sus pechos y el kimono? ¿O era un abrigo y estaban en la estepa rusa? Ya no estoy tan seguro. No tiene ninguna relevancia ese recuerdo, pero no me abandona. ¿Vi realmente las tetas de la rusa, de la japonesa, o me lo he inventado yo?
Ya amaneció completamente. Llueve. Abro la puerta de atrás. Desde el balcón del cuarto, un chorro de agua cae sobre las paletas en movimiento del aire acondicionado produciendo un sonido metálico que interfiere con el de la lluvia. Un sapo sobre la silla amarilla del patio me observa. El aire acondicionado se detiene y el sonido cesa. Ahora es solo la lluvia cayendo. Escucho.
Cierro la puerta. El frío adentro es casi insoportable. Podría subir la temperatura, pero todos duermen. Me pongo el sweater que uso para estar en casa. Me siento un poco más confortable. Preparo otro café. Lo voy tomando mientras escribo en la laptop. Comienzo un relato. Tecleo:
Un hombre y una mujer caminan sobre la nieve...
Me gusta, sencillo, sin despegarte de la sensibilidad, de los sentimientos humanos, y describes muy bien esas imágenes que nos dan vueltas continuamente en la cabeza.-Armando
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