Sunday, January 4, 2015

El colchón



Fuimos a Costco para comprar pan, agua en botella, huevos y algún detergente. Si hubiera ido solo, hubiera buscado estrictamente lo que me interesaba y ya, pero, con Mariana es diferente. Mariana lo primero que hace es ir a la sección de televisores. ¿Vamos a comprar alguno? Para nada. Tenemos cuatro televisores en casa. ¿Entonces por qué ir a esa sección? Porque ella tiene que mirar toda la tienda, producto por producto, precio por precio, aunque no lo compre. Mariana disfruta de esos paseos por las tiendas. Nobody's perfect
Y, por esa razón, estábamos cerca de los colchones. Yo a los colchones no los veo, es como si no existieran, son invisibles a mis ojos. No creo que haya en el mundo un trabajo más aburrido que el de vender colchones. ¿Han entrado alguna vez a una tienda de colchones? ¿No les despierta los oscuros deseos de colgarse de una viga del techo? A mí, sí.
De pronto Mariana me agarra por el brazo. Estaba pálida, con los ojos extremadamente abiertos, mientras me apretaba con fuerza, casi jadeante, como si ante ella se hubiera personificado el mismísimo Jesús.
_¡Mira!- me dijo, señalando algo.
_¿Qué miro?- le respondí tratando de adivinar lo que me mostraba.
_¡No lo ves?!-replicó, incrédula.
_¿Qué es lo que tengo que ver?
_¡El colchón!- su entonación no era la entonación con la que se nombra a un colchón cualquiera, era El Colchón, el non plus ultra de los colchones.
_¿Cuál colchón?, lo que veo es una caja.
Me observó como se observa a un bicho miserable.
_El colchón del que te he hablado por años, el mejor de todos, ¡miralo, no la mierda vieja que tenemos sobre la cama!
Me dolió. Me sentí ofendido (como si frente a nosotros hubiera pasado un hombre con un cuerpo perfecto, de esos que te hacen sentir que eres una especie de cucaracha en dos patas, y ella hiciera comparaciones entre los dos). Mi colchón, sobre el que tantos años hemos dormido, donde tanto hemos conversado, sobre el que hemos soñado, amado, donde hemos discutido, sobre el que hemos planeado nuestras vidas y las vidas de las niñas, donde hemos descansado, soñado, donde hemos sufrido y despotricado de la familia, de los amigos; resulta que ahora es "una mierda vieja".
Ella continuaba tratando de convencerme y yo solo veía una caja enorme con la fotografía de una mujer acostada sobre una cama, y el dinero que tendría que pagar por él.
Las explicaciones se extendieron:
1ero: el precio regular es alrededor de los $900 y estaba rebajado a menos de $300, porque era el último que quedaba en la tienda.
2do: era científicamente comprobado que ayudaba a la circulación, a soñar cosas agradables, a eliminar los mil y un dolores con los que despierto cada madrugada, es extremadamente confortable, como por arte de magia eliminaría mis ronquidos, y además, era del tamaño de nuestra cama, que es queen size.
3ro: las otras maravillas que poseía el milagroso traste las olvidé al instante. 
Como todo un buen esposo que sigue los consejos de su mujer, fui a buscar un carrito más grande para montar la caja, que era inmensa. Después de seleccionar el pan, dos cajas de agua en botella, detergente para la lavadora de ropa, detergente para la lavadora de platos, toallitas suavizantes para la secadora, toallitas húmedas para el culo, leche, huevos, dos tipos de quesos, crema para el café, comida para los gatos, y un paquete descomunal de papel higiénico, llegamos a la caja registradora. Lo que sería una compra relativamente pequeña, se convirtió en el sueldo de una semana de trabajo.
¿Terminó todo allí¿Cambié el colchón, tiré el "viejo de mierda", y ya? ¿Nos acostamos a disfrutar del nuevo confort que nos proporcionaría? No.
Tal vez, si fuéramos una familia común, cuerda, asentada, una familia simple donde las decisiones se toman después de analizar los pros y los contras, tal vez, repito, todo hubiera terminado de aquella manera. Pero nosotros no somos convencionales, y mucho menos racionales. 
Una familia como nosotros tiene algo enloquecido que marca cada uno de sus pasos. Una familia que, cuando visitamos Charleston, South Carolina y descubrimos los hermosos jardines y los patios de las mansiones sureñas, nos dio por crear nuestro propio jardín, y para adornarlo dándole un toque de antigüedad, entre otras cosas, yo me robaba los adoquines de las calles, y hasta un viejo hidrante de incendio en una callejuela olvidada que traté de cargar en el maletero del carro sin conseguirlo (por suerte o hubiera ido preso). Una familia que decide construir (sin tener la menor idea de cómo hacerlo) una fuente con peces y corre a los canales de la Calle Ocho, en los Everglades, y mientras Mariana vigilaba, yo me metía al agua (que de pronto me cubría) para recoger plantas acuáticas, y descubrir, cuando milagrosamente salí de allí con vida, que estaba rodeado de caimanes adormilados por el calor. Eso no es una familia convencional. 
Y estos son solo dos ejemplos, porque sería interminable este relato, y porque no tengo deseos de seguir contando situaciones que sucedieron hace tiempo.
Después de colocar el flamante colchón y vestir la cama con las mejores sábanas, llegamos a la conclusión (Mariana la primera) de que también la cama "era una cama de mierda". La cama, el buró, los gaveteros, las lámparas, las alfombras del baño, todo, "era una mierda".
Al instante, sin pensarlo mucho, decidimos correr a IKEA y renovarlo todo. Pero, cuando bajamos las escaleras y nos paramos a observar la sala, vimos que también allí, tendríamos que hacer algunos cambios. 
Llevo dos semanas armando muebles, pintando y arreglando paredes, removiendo cuadros, botando cosas viejas, quitando el polvo acumulado, donando libros a las dos bibliotecas de Miami Lakes, regalando zapatos, ropa, guardando en cajones figuras antiguas, cambiando cortinas...
Y todo comenzó con un colchón dentro de una caja y "una cama de mierda". 
Rectifico: todo comenzó cuando nos conocimos, Mariana y yo, hace más de veinte años.

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