1
No sé si recuerdo a mí padre
o lo invento
no sé siquiera si soy
o lo que de mí describo.
2
El olor se acerca,
viene cargado
de lluvias tenues
de paredes manchadas
de puertas sin cerrojos
de curieles en jaulas desechas
de susurros
de dibujos perversos,
trae el viento desde el río de primera
y el temor a los negritos
del parque detrás de la escuela...
Un olor se cuela hoy por los resquicios
de las puertas,
se sienta sobre la tela que
cubre los asientos del carro
está a mí lado y va conmigo.
3
El mar de la ciudad aquella
no es este mar, no.
4
En el principio, después de tu cuerpo,
eran Caetano, el restaurante hindú,
el aroma a mieles, las calles de Miami Beach,
los jabones, las gárgolas, los cd's de Pablito,
las máscaras africanas, New York y el frío;
era el Festival de Cine, las botellas antiguas,
el color de las paredes, las piedras del jardín, el universo todo.
5
Tú recuerdo (perdóname viejo)
está ligado a la imagen del culo, apretado
por el pantalón, que Rosi vestía
a aquél cajón tosco
a las flores marchitas
al calor
a las miradas intrusas.
¿Llovía aquélla tarde? No lo recuerdo.
También mi memoria se ha llenado de años
y tu rostro se me confunde
es a veces tu rostro
otras un ventilador con las aspas desnudas
o soy yo frente al espejo
o un cuarto sin ventanas;
¡ah! se me olvidaba el sonido
metálico que produjo la caja contra la cama del camión,
al empujarla hacia dentro.
6
Me siento aquí
No sé si recuerdo a mí padre
o lo invento
no sé siquiera si soy
o lo que de mí describo.
2
El olor se acerca,
viene cargado
de lluvias tenues
de paredes manchadas
de puertas sin cerrojos
de curieles en jaulas desechas
de susurros
de dibujos perversos,
trae el viento desde el río de primera
y el temor a los negritos
del parque detrás de la escuela...
Un olor se cuela hoy por los resquicios
de las puertas,
se sienta sobre la tela que
cubre los asientos del carro
está a mí lado y va conmigo.
3
El mar de la ciudad aquella
no es este mar, no.
4
En el principio, después de tu cuerpo,
eran Caetano, el restaurante hindú,
el aroma a mieles, las calles de Miami Beach,
los jabones, las gárgolas, los cd's de Pablito,
las máscaras africanas, New York y el frío;
era el Festival de Cine, las botellas antiguas,
el color de las paredes, las piedras del jardín, el universo todo.
5
Tú recuerdo (perdóname viejo)
está ligado a la imagen del culo, apretado
por el pantalón, que Rosi vestía
a aquél cajón tosco
a las flores marchitas
al calor
a las miradas intrusas.
¿Llovía aquélla tarde? No lo recuerdo.
También mi memoria se ha llenado de años
y tu rostro se me confunde
es a veces tu rostro
otras un ventilador con las aspas desnudas
o soy yo frente al espejo
o un cuarto sin ventanas;
¡ah! se me olvidaba el sonido
metálico que produjo la caja contra la cama del camión,
al empujarla hacia dentro.
6
Me siento aquí
en este rincón donde la cámara no me capta
y escribo solo mentiras, trampitas.
Un ojo en lo que hago
el otro en la puerta eléctrica
(para correr si fuera necesario).
Vamos, di cualquier cosa, sigue,
si de todas formas, te están pagando.
Di, ¡dale!, que no voy a esperar todo el día
pon ahí alguna cosa, cualquier mierda.
Pero aunque quiera, aunque es gratis
no digo nada.
7
Fui yo el que escogió Santo Domingo
preferías mejor Río, o a Mérida.
Sería preferible, insinuaste, quedarse en casa;
pero insistí en Santo Domingo.
Llevabas noches enteras con aquél dolor
a un costado del vientre
durmiendo en el piso de la sala
buscando alivio, vomitando.
Yo sólo quería una pieza taína para mi colección
el mar, la gruta, la ciudad que me describieron
como La Habana.
8
En la foto (de una tremenda calidad)
todavía se adivina su belleza torpe,
algo ingenua, y un poco la imitación de otras
erigidas en pueblos perdidos.
El muro resquebrajado, los caracoles, algunos,
se aferran al cemento, resisten.
El nicho donde estuvo la virgen, ahora es solo un hueco
¿hubo ahí un cristal?
De las dos columnas, una se yergue herida, trunca.
Las tres campanas continúan unidas a sus yugos antiguos.
El muro estuvo aquí, ¿ves?, es este pedazo que
limita con la acera.
La pared de ésta construcción espantosa que se apoya en ella no existía.
y escribo solo mentiras, trampitas.
Un ojo en lo que hago
el otro en la puerta eléctrica
(para correr si fuera necesario).
Vamos, di cualquier cosa, sigue,
si de todas formas, te están pagando.
Di, ¡dale!, que no voy a esperar todo el día
pon ahí alguna cosa, cualquier mierda.
Pero aunque quiera, aunque es gratis
no digo nada.
7
Fui yo el que escogió Santo Domingo
preferías mejor Río, o a Mérida.
Sería preferible, insinuaste, quedarse en casa;
pero insistí en Santo Domingo.
Llevabas noches enteras con aquél dolor
a un costado del vientre
durmiendo en el piso de la sala
buscando alivio, vomitando.
Yo sólo quería una pieza taína para mi colección
el mar, la gruta, la ciudad que me describieron
como La Habana.
8
En la foto (de una tremenda calidad)
todavía se adivina su belleza torpe,
algo ingenua, y un poco la imitación de otras
erigidas en pueblos perdidos.
El muro resquebrajado, los caracoles, algunos,
se aferran al cemento, resisten.
El nicho donde estuvo la virgen, ahora es solo un hueco
¿hubo ahí un cristal?
De las dos columnas, una se yergue herida, trunca.
Las tres campanas continúan unidas a sus yugos antiguos.
El muro estuvo aquí, ¿ves?, es este pedazo que
limita con la acera.
La pared de ésta construcción espantosa que se apoya en ella no existía.
Aquí estaba la casa
era un portal abierto y un columpio de hierro y una gran ventana.
Del otro lado la casa de tía Carmen y el pozo que dividía la cerca.
¿Qué es eso que se ve arriba, en el pequeño pedestal?
Fue una cruz cubierta de caracoles.
era un portal abierto y un columpio de hierro y una gran ventana.
Del otro lado la casa de tía Carmen y el pozo que dividía la cerca.
¿Qué es eso que se ve arriba, en el pequeño pedestal?
Fue una cruz cubierta de caracoles.
Allí, la otra virgen en el centro, y Santa Bárbara
en lo alto
dominando el azulejo.
¿Ves ese caracol empotrado en la pared?
Escuchaba el mar allí.
9
Papá morirá conmigo
cuando yo solo sea
un recuerdo
para alguien.
Por eso hoy nos sentamos
a la mesa,
él en un extremo
yo en el otro
y ordené la cena.
Me miró tratando de identificar
al intruso que imitaba
sus gestos, aquél que pedía
masitas de puerco con cebollas
y una cerveza helada.
Después, aún sin creer en nada,
prendí una vela entre los dos
y quedamos en silencio
recordando a tantos muertos
y recordándonos a nosotros.
Estuvimos así,
inmóviles,
él allá, como siempre,
observando sin reconocerme,
incómodo ante su imagen
que le sonreía estúpidamente,
y yo de este lado
de la mesa,
pidiendo un café
sacando un billete
de la cartera
y sin mirar hacia atrás,
saliendo.
cuando yo solo sea
un recuerdo
para alguien.
Por eso hoy nos sentamos
a la mesa,
él en un extremo
yo en el otro
y ordené la cena.
Me miró tratando de identificar
al intruso que imitaba
sus gestos, aquél que pedía
masitas de puerco con cebollas
y una cerveza helada.
Después, aún sin creer en nada,
prendí una vela entre los dos
y quedamos en silencio
recordando a tantos muertos
y recordándonos a nosotros.
Estuvimos así,
inmóviles,
él allá, como siempre,
observando sin reconocerme,
incómodo ante su imagen
que le sonreía estúpidamente,
y yo de este lado
de la mesa,
pidiendo un café
sacando un billete
de la cartera
y sin mirar hacia atrás,
saliendo.
10
Se movía lentamente
(los audífonos puestos)
junto a las vías del tren
cerraba los ojos
y había un sol que calentaba a medias
una brisa
árboles
edificios como espejos
sonidos de autos
de un avión
y ella, única, se balanceaba.
Podría adivinar lo que escuchaba
pero no, mejor no.
La dejé allí
al borde del andén
ondulante
solitaria
joven,
escuchando la música que por prudencia no adiviné.
Guardé los sonidos
los árboles
los edificios como espejos
guardé hasta el andén
y por último, a ella.
Después penetro,
en un instante irrepetible, inútil,
en este mísero poema.
(los audífonos puestos)
junto a las vías del tren
cerraba los ojos
y había un sol que calentaba a medias
una brisa
árboles
edificios como espejos
sonidos de autos
de un avión
y ella, única, se balanceaba.
Podría adivinar lo que escuchaba
pero no, mejor no.
La dejé allí
al borde del andén
ondulante
solitaria
joven,
escuchando la música que por prudencia no adiviné.
Guardé los sonidos
los árboles
los edificios como espejos
guardé hasta el andén
y por último, a ella.
Después penetro,
en un instante irrepetible, inútil,
en este mísero poema.
11
Paso el día en silencio
y mi cabeza hablando,
la forma ideal.
Vienen conmigo los fantasmas
que arrastro
¡y cómo me exigen los muy cabrones!
Huyo de casi todo
tratando de encontrarme
pero nunca sé la dirección correcta.
Saludo a un hombre desconocido
lo miro de soslayo
con la desconfianza de mi habitual
incertidumbre.
Grito y nadie me escucha
no importa
si es en auxilio
o una palabra que hilvana la ternura.
Puedo parecer un buen señor
un educado señor
un señor algo amargado,
¿por qué no?
Siempre que no descubran
los ríos turbios
las piedras del fondo
las oscuras tormentas
el miedo infinito.
No abro mi boca ni dejo escapar nada,
me perdería, y entonces,
inevitablemente,
me hallarían.
y mi cabeza hablando,
la forma ideal.
Vienen conmigo los fantasmas
que arrastro
¡y cómo me exigen los muy cabrones!
Huyo de casi todo
tratando de encontrarme
pero nunca sé la dirección correcta.
Saludo a un hombre desconocido
lo miro de soslayo
con la desconfianza de mi habitual
incertidumbre.
Grito y nadie me escucha
no importa
si es en auxilio
o una palabra que hilvana la ternura.
Puedo parecer un buen señor
un educado señor
un señor algo amargado,
¿por qué no?
Siempre que no descubran
los ríos turbios
las piedras del fondo
las oscuras tormentas
el miedo infinito.
No abro mi boca ni dejo escapar nada,
me perdería, y entonces,
inevitablemente,
me hallarían.
12
En mi casa pernoctan los que arriban
desde otras orillas en manadas
los gatos desahuciados
los peces perdidos.
Los nietos se adueñan de los baños
los rincones polvorientos
las gavetas olvidadas
del techo, del suelo
de las paredes manchadas.
Los enfermos toman posesión de mi sillón predilecto
y en la sala descansa, a un lado, la silla de ruedas
los frascos, el bastón inútil.
Tú y yo sorteamos los escollos
las trampas
nos agarramos a las columnas
gritamos a veces y hasta reímos otras.
Podría escribir aquí que también lloramos
pero no, no es eso lo que quiero escribir.
Solo quería decir: mi casa
y así, sencillamente
nombrarlo todo.
En mi casa pernoctan los que arriban
desde otras orillas en manadas
los gatos desahuciados
los peces perdidos.
Los nietos se adueñan de los baños
los rincones polvorientos
las gavetas olvidadas
del techo, del suelo
de las paredes manchadas.
Los enfermos toman posesión de mi sillón predilecto
y en la sala descansa, a un lado, la silla de ruedas
los frascos, el bastón inútil.
Tú y yo sorteamos los escollos
las trampas
nos agarramos a las columnas
gritamos a veces y hasta reímos otras.
Podría escribir aquí que también lloramos
pero no, no es eso lo que quiero escribir.
Solo quería decir: mi casa
y así, sencillamente
nombrarlo todo.
13
Cuando los niños no están, los pasillos son anchos y las paredes vacías,
sin ecos.
En las camas se acuestan las ciudades, las calles húmedas, los sueños inalcanzables,
En las camas se acuestan las ciudades, las calles húmedas, los sueños inalcanzables,
la vida trunca.
Quedamos los dos hurgando en las gavetas,
buscando la ausencia, la rabia, los juguetes rotos.
El televisor es nuestro hoy, y el otro, y el de arriba también es nuestro, el sofá,
Quedamos los dos hurgando en las gavetas,
buscando la ausencia, la rabia, los juguetes rotos.
El televisor es nuestro hoy, y el otro, y el de arriba también es nuestro, el sofá,
las puertas, la palabra no interrumpida, los bombillos,
el polvo de los muebles,
mi cuchara preferida.
Hay un silencio en la casa y llamamos y preguntamos
las mismas torpes preguntas de siempre.
Recibimos los monosílabos conocidos, las respuestas
cortantes, el sonido de una risa.
Nos sentamos arropados por la colcha y después cuelas café con sabor a naranja.
Desde la cocina me dices algo que no comprendo
y asiento con un gesto ambiguo,
esperando el ataque certero del tigre en la pantalla.
Miramos los cuadros, las fotos,
mi cuchara preferida.
Hay un silencio en la casa y llamamos y preguntamos
las mismas torpes preguntas de siempre.
Recibimos los monosílabos conocidos, las respuestas
cortantes, el sonido de una risa.
Nos sentamos arropados por la colcha y después cuelas café con sabor a naranja.
Desde la cocina me dices algo que no comprendo
y asiento con un gesto ambiguo,
esperando el ataque certero del tigre en la pantalla.
Miramos los cuadros, las fotos,
los insectos congelados en sus cajas transparentes,
doblamos la ropa
tiro la basura
y volvemos al mismo sitio y nos miramos
pero esta vez no decimos nada.
Así quedamos un rato.
Me levanto para ir al baño.
Paso a tu lado y acaricias mi mano con una suavidad de veinte años,
doblamos la ropa
tiro la basura
y volvemos al mismo sitio y nos miramos
pero esta vez no decimos nada.
Así quedamos un rato.
Me levanto para ir al baño.
Paso a tu lado y acaricias mi mano con una suavidad de veinte años,
y es suficiente.
En unas horas estarán de vuelta, dices
y no sé si hablas conmigo o a la sombra que proyecta en la pared
En unas horas estarán de vuelta, dices
y no sé si hablas conmigo o a la sombra que proyecta en la pared
la luz de la pequeña lámpara sobre la mesita.
En unas horas, respondo.
Y el tigre salta.
En unas horas, respondo.
Y el tigre salta.
14
Somos, tú y yo
dos viejos
a los que les pasó la vida
aturdiéndolos.
Y hoy vamos a Ikea
compras un vaso
yo, chocolates
andamos entre fregaderos
sillas
trastes
hablando del Obamacare
una lámpara para Nataly
otro juguete para Gianna
la mochila de Rosy
de la receta que tienes en mente
las boberías de Facebook.
Mientras, con la misma eterna inutilidad
te insto a no comprar porquerías
y ni me escuchas.
Somos los mismos que al salir del cine
hacíamos cualquier cosa dentro del carro,
comíamos pizzas a las tres de la mañana,
el amor en el Central Park
o salíamos a la carretera sin dirección,
robándonos un adoquín de una callejuela en Charleston, South Carolina,
escuchando a Chico, Elis Regina, a Matogrosso,
cantando a gritos Mediterráneo,
buscando una playa,
un pueblo perdido,
una pieza tallada,
y riendo, riendo, riendo.
dos viejos
a los que les pasó la vida
aturdiéndolos.
Y hoy vamos a Ikea
compras un vaso
yo, chocolates
andamos entre fregaderos
sillas
trastes
hablando del Obamacare
una lámpara para Nataly
otro juguete para Gianna
la mochila de Rosy
de la receta que tienes en mente
las boberías de Facebook.
Mientras, con la misma eterna inutilidad
te insto a no comprar porquerías
y ni me escuchas.
Somos los mismos que al salir del cine
hacíamos cualquier cosa dentro del carro,
comíamos pizzas a las tres de la mañana,
el amor en el Central Park
o salíamos a la carretera sin dirección,
robándonos un adoquín de una callejuela en Charleston, South Carolina,
escuchando a Chico, Elis Regina, a Matogrosso,
cantando a gritos Mediterráneo,
buscando una playa,
un pueblo perdido,
una pieza tallada,
y riendo, riendo, riendo.
15
Aquella noche
la ciudad se abrió
como la sombrilla
con la que me
tronchaste el dedo.
Salpicó de luces
y de sombras
y de ti.
Las calles se alineaban
con tu sonrisa
porque tú sonreías
en ese siglo
y cantabas.
Buscábamos piedras
para el recuerdo
y un pequeño dragón
chino de plástico barato.
¿Recuerdas al muchacho
que nos preguntó
una dirección en cantones?
Reíamos entonces,
¿lo recuerdas?
El castillo en el centro
de lo inalcanzable,
el olor y el smog.
Aquel árbol
y tan fácil
tu cuerpo entre las hojas
amarillas y rojas.
Las mochilas cargando
libros
pequeñas estatuas de la libertad,
reproducciones de
Modigliani y sus cuerpos
desnudos, Dalí,
si, ya me lo habías dicho:
no te gusta Dalí por payaso.
Te quedaste abajo
cuando subí a las torres
tu inmenso miedo
a las alturas.
No imaginamos que sería
la última vez.
La ciudad es ahora
una película
que se muestra
por escenas.
En este siglo.
la ciudad se abrió
como la sombrilla
con la que me
tronchaste el dedo.
Salpicó de luces
y de sombras
y de ti.
Las calles se alineaban
con tu sonrisa
porque tú sonreías
en ese siglo
y cantabas.
Buscábamos piedras
para el recuerdo
y un pequeño dragón
chino de plástico barato.
¿Recuerdas al muchacho
que nos preguntó
una dirección en cantones?
Reíamos entonces,
¿lo recuerdas?
El castillo en el centro
de lo inalcanzable,
el olor y el smog.
Aquel árbol
y tan fácil
tu cuerpo entre las hojas
amarillas y rojas.
Las mochilas cargando
libros
pequeñas estatuas de la libertad,
reproducciones de
Modigliani y sus cuerpos
desnudos, Dalí,
si, ya me lo habías dicho:
no te gusta Dalí por payaso.
Te quedaste abajo
cuando subí a las torres
tu inmenso miedo
a las alturas.
No imaginamos que sería
la última vez.
La ciudad es ahora
una película
que se muestra
por escenas.
En este siglo.
16
Despierto y no aguantohoy es de esos días
que pesan
como sacos de piedras.
Es difícil el tren
el intercomunicador constante
la voz que chilla
la música gospel de los negros
su olor dulce empalaga.
Si comienzo a enumerar
me pierdo
no veo horizontes
ni estrellas
ni todas esas mierdas.
Hoy si estoy
verdaderamente inaguantable.
Podría escuchar
los sermones de siempre
bla bla bla y esas cosas
pero tendrían que pasar
muchas horas
tal vez meterme
sin cerebro
en el trabajo
no ver nada más.
Pero ahora
que nadie me venga
diciendo que mire
hacia otros lugares
que observe
y vea a otros peores
eso lo sé
pero este día
es el mío
es mi inconformidad
mi estupidez
mi autocomplacencia.
No aguanto
ni escucho,
la ciudad es un cajón
donde me tropiezo.
17
Para Huidobro el mar
para mí su infinita
terrible belleza
y terrible hijo de puta
donde he podido
sentir que algo
vale la pena.
Mar de versos ridículos
y de barcos
y de olas también
cabrón que guardas
huesos y esperanzas
recuerdos y cuerpos
desnudos, erotizados.
Mar que es frontera
es límite
distancia peligrosa
atrayente.
Que envuelves
a las ciudades
donde he vivido
o sea,
donde me pierdo
siempre.
Oscuro, verde
a veces, rojo
según mi neura
mi estupidez diaria
o tal vez
depende
si estás
si te veo
o te olvido.
18
Si destapo la botella de vino que queda en la despensa
podría cantarte como una mujer
una canción de Chico Buarque.
Podría tratar de decirte cosas antiguas como antes
aunque las niñas suban y bajen las escaleras y jodan
y pidan algo constantemente,
o leerte un poema
porque hoy un poema
puede llegar para instalarse entre la computadora y tú
y yo.
Con la primera copa te diría, por ejemplo,
que un día estuve en una cueva y que había un bote inservible, viejo,
vestido de musgo
y que de ese recuerdo aún me queda el olor a cigarros de sus manos.
Y mirar por la puerta de cristal, la cerca nueva que nos defiende
de los vecinos
y decirte que va a llover dentro de poco tiempo.
Y te escucho recitar los poemas de Bukowski y te miro
y te recuerdo.
La casa está muy fría
y cocinamos carne,
unos platanitos maduros y después el arroz.
Que rico tu arroz, te digo
Lo sé, respondes, y sonrío.
Y busco a otros poetas y leo y algunos me hacen sentir un hastío
un cansancio.
Y otros me dan deseos de escribir y copiarlos.
El vino sabe a frutas
a recuerdos sabe y a deseos.
19
Despierto con deseos
de escribir
tengo todo el tiempo.
Abro la laptop y tecleo:
mierda
patria
chocolate.
Observo esas tres
palabras y las dejo ahí.
Si escribo un poema
con ellas
si juego con ellas
alguien le va
a encontrar un significado
un plagio
alguna idea oculta,
filosófica.
Pero yo las leo y dicen:
mierda patria chocolate.
20
Quisiera, por ejemplo
¿cómo te explico?
no tener que agredirme silenciosamente
todos los días.
Quisiera ver en las cosas que pasan
una forma de vida
una cadencia suave
de irse yendo.
Y sentirme conforme.
Quisiera, tal vez, aunque sea mínimamente
poder sentir entusiasmo por la pelota
o los carros
o los vuelos espaciales.
No estar buscando en las paredes
una mímica de la vida que no fue.
Quisiera que tu salud sea buena
y en vez de recordar,
que tu piel fuera un espacio
donde la vida se imponga por un instante.
Tal vez soñar.
Quisiera escuchar silencio,
pero un silencio profundo que me llenara sin sonidos.
Quisiera, (y no rías por eso),
tener fe.
Creer realmente que algo impalpable me acompaña
y que no se pierde en el eco de la plegaria inútil.
Quisiera que lo vivido con terror
no ocupara este espacio para no tener que odiar.
Poder retener las cosas
que más quiero,
y que por una razón inevitable se deslizan,
inalcanzables y hermosas,
imperecederas en mí.
21
El día antes fuimos a cenar, celebrando. Hablábamos y los planes tomaban formas mágicas. Era la noche de otro aniversario nuestro. Después un arroz con leche compartido y café. La ciudad y nuestras canciones. Recordábamos el viaje por la costa. Mansiones y rincones nos invitaban. El hotel, el mar. La comida rica y nosotros. Pasó la velada como pasa todo. Regresamos a casa contentos, cansados. Día siguiente en el trabajo. Rumores, temor, desconcierto. Abro la puerta, y en el televisor las veo. Están cayendo inolvidablemente.
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