Saturday, February 8, 2014

34


Hace 34 años, caminaba unas siete millas para llegar a la casa de una mujer y acostarme con ella. Pero 34 años atrás yo era otro y cometía diferentes estupideces. Dije "diferentes estupideces", por eso le explico al lector más inteligente (que son todos los que me leen, por supuesto) que continúo cometiendo millares de imbecilidades, menos la de caminar siete millas para ver a una mujer desnuda, por varias razones:
1-Estúpido soy ahora, en aquella época solo era joven.
2-Tengo un carro y cien libras adicionales, adquiridas como regalo.
3-No hay ninguna mujer que me espere a siete millas (dentro de mi casa tampoco; mi esposa me espera solo para que la acompañe a hacer las compras o para que limpie el polvo de los muebles de la sala).
4-Con la experiencia adquirida, considero que tanto esfuerzo sería en vano, y no existe fémina alguna que me haga realizarlo, ni mujer que reclame algo semejante de mí.
5-Las mujeres por las que sí haría el esfuerzo, jamás me tendrían en cuenta.  Esto me costó tiempo entenderlo, pero chocando con la misma piedra una y otra vez, un día lo aprendes.
6-Y por último, voy a ser muy sincero: si camino siete millas y logro llegar (supongamos que los milagros existan) a los brazos de la mujer que me espera, solo atinaría a balbucear entre babas y sudoraciones una sola palabra: ¡llamaalnueveoncequememuero!, o si habla inglés: callnineoneoneplease!
Porque pensándolo bien, como dice el tango, veinte años no es nada, y tiene toda la razón, pero cincuenta y cuatro, ya son otros veinte pesos.
Tampoco debo ser tan pesimista. Con la edad he adquirido algunas experiencias. Por ejemplo: friego la loza ahora mejor que antes.
No mando a cagar a mi jefe cuando me jode más de lo normal. Ahora lo mando a cagar bajito, de boca para adentro, y eso es sabiduría. Otras veces me cago en su madre, depende del día, y eso es estar encojonado.
Ya sé poner sin ayuda las sábanas, y enganchar esa parte que va hacia abajo en las esquinas del colchón. Antes mi mujer lo hacía conmigo, pero ella ahora no puede (las experiencias no son iguales para todo el mundo), y lo hago solo. Ella me adora cuando ve que me supero cada día más. Casi todo tiene su recompensa.
Le echo el pan viejo a los patos que conviven junto al lago (antes lo tiraba a la basura y eso dicen que es pecado). Ahora, cuando abro la puerta de la casa, tengo treinta y ocho patos esperando por mí, y setenta y tres cagadas.
Ya no le cuento a nadie sobre el libro que estoy leyendo. Así que cuando escribo algo y, por supuesto, plagio alguna idea o el tono de lo que leí, no se dan cuenta. Los que sí se dan cuenta no me lo dicen, imagino que por el temor de que les responda que ellos también hacen lo mismo y no los acuso de nada. Los escritores somos muy sensibles.
Algo que sí he aprendido bien es a limpiar muy mal los baños de la casa. Mi mujer lleva veinte y tres años enseñándome y siempre lo hago peor: el lavamanos termina con manchas de detergente, al toilette no le paso el cepillo, la bañadera queda sin enjuagar, no levanto las alfombras, y dejo los espejos salpicados de agua sucia. Es toda una técnica adquirida. Mi mujer limpia los tres baños; en eso, ella sí se ha superado.
Ya no discuto sobre la economía de la casa (comprendí que era como hablarle a una lámpara). El dinero está mientras alcanza, cuando ya no alcanza, hago silencio y disfruto de la mejor merienda posible, después eructo y veo la telenovela brasilera. Un sandwich con papitas fritas calma una multitud de problemas.
34 años atrás, hacía cosas diferentes a las que hago ahora, y ya no soy aquel que caminaba las siete millas.
Hace ya todo ese tiempo que llegué de Cuba, y no estoy seguro si recuerdo o me invento lo que allá hacía.


2 comments:

  1. Puede que ya no recuerdes lo que hacías, pero sí recuerdas Cuba, de eso estoy segura, aunque haya pasado 34 años...
    el resto, has escrito lo que es la vida misma! y lo has escrito muy, muybien.
    Un abrazo grande
    Maffi

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