En la sección Séptimo Día de
el Nuevo Herald de hoy, sale todo un recuento, con fotografías incluidas, de la
inauguración, en Buenos Aires, la capital Argentina, de una sucursal de La
Bodeguita del Medio.
Si el periódico publicara
cada restaurante argentino que se abre en esta ciudad, sería más o menos así:
Desde el sur del continente,
el restaurante El Gauchito traerá a nuestra variada gastronomía el placer del
bife y los demás cortes de carnes que han hecho de la cocina argentina una
exquisitez en las mesas más sofisticadas alrededor del mundo...
O podría ser este:
Boca, el restaurante donde
iban, en las soleadas tardes de verano, Jorge Luis Borges y su inseparable
esposa María Kodama, abrió una sucursal en esta ciudad de Miami que enriquecerá
aún más el amplio universo gastronómico del sur de la Florida.
Estas ideas tan rimbombantes me llegan cuando leo que, usando la
figura de Hemingway, abrieron una sucursal aquí y ahora otra en el cono sur. Es
"my mojito at La Bodeguita; my daikiri at La Floridita", pero
servidos en vasitos desechables de papel.
El uso del pasado. El
picadillo molido. La máquina dando vueltas, y nosotros echando adentro la
patria perdida, el pueblo con calles de tierra, el bohío, el honor, la bandera,
los héroes. Muele que muele la máquina y adentro van los recuerdos, las ideas
caducas, la hipocresía patriótica, la chusmería, la rumba, la ignorancia, los
zapatos plásticos.
Hay cosas que molestan, y
hablar sobre ellas, mucho más, porque la mayoría de la gente se cree, o es, muy
sensible. La mayoría es patriota, política, retrógrada. No por eso voy a dejar
de decir lo que pienso.
No es solo El Versalles el
punto más neurálgico de la politiquería de sorbitos de café de este pueblo. Son los
escritores, los poetas (¡ay, los poetas me ponen los pelos de punta!) los
blogueros. ¿Han leído algún blog escrito
por cubanos? Salvo rarísimas excepciones, todo gira en torno de Fidel Castro,
Raúl Castro, de la patria, de los atropellos, de los disidentes, de la policía
cubana, del chivato, del capitán que hizo esto o aquello, todos viven mirando
hacia la isla, recordando al Ché, a los Comités de Defensa, a la miseria y
ahora también a Venezuela. Y los libros
publicados, en su mayoría: lo mismo de lo mismo. Las noticias de los canales
locales; el picadillo: más carne para moler. El consumo a granel de lo que
criticamos y adoramos al mismo tiempo. Del lastre que llevamos como una marca
indeleble.
Es como estar parado en el andén mirando cómo se nos va el tren, disfrutándolo.
Voy a tratar de contar una anécdota
que me tocó vivir hace unos días y que, aunque no tiene (aparentemente) nada
que ver con lo que dije antes, sí ilustra de cierta manera una mentalidad
ignorante, soldada a ideas caducas.
Estaba en una oficina para
la inscripción del Obamacare. La mayoría de los cubanos ven, en esta nueva ley,
un paso más al comunismo, que es la única meta que tiene el presidente en su
agenda, y se aterrorizan ante los cambios en el sistema de salud. Mi madre, por ejemplo, está convencida de que
el presidente Obama es un alumno más de Fidel, y que con este nuevo proceso
acerca a este país a sus nefastas
consecuencias.
Volviendo al tema: mientras
hacía mis trámites, escuchaba en el cubículo de al lado a un hombre de unos
sesenta años que montó en cólera cuando le pidieron su email y su
password, que es un detalle
imprescindible para la aplicación. El señor, casi gritando, maldecía al
presidente y a los demócratas que estaban llevando al precipicio a los Estados
Unidos. Una muestra de ello era que
antes no existían esos líos con emails e internet y todo era mejor, hasta que
llegó (repetía constantemente), este presidente.
Más o menos por ahí iba su
discurso.
Resumiendo: le crearon un
email y fue aprobado para la ayuda; no tendrá que pagar absolutamente nada
mensualmente, solo cinco dólares por la consulta médica, diez dólares si
requiere de un doctor especialista, y cero deducible, mas cinco dólares las
medicinas genéricas.
El señor terminó
consternado, molesto, buscando mentalmente la trampa oculta de los izquierdistas
del gobierno, y pensando que de todas
formas, antes las cosas sí eran mucho mejor.
Otra anécdota. Tenía un
compañero de trabajo que visitó la isla y grabó varios videos de su pueblo en
la provincia de Las Villas, y después un recorrido en auto por las calles de La
Habana, mientras mantenía una conversación con "el chofer de la máquina y
guía" sobre los lugares por los que pasaban. Me prestó los CDs y le pedí
permiso para quedarme con una copia, y lo aceptó.
Cruelmente, descarté todo lo
relacionado con las imágenes del campo que no tenían nada que ver conmigo, y
solo dejé el recorrido por la ciudad. Pero ahí no acabó todo; puse las voces en off, y sobre ellas grabé
algunas canciones de Pablo Milanés, Carlos Varela y Pedro Luis Ferrer. A "mi película" la convertí en un
largo poema nostálgico, con hermosas canciones de la trova. La titulé "La
Habana para mí", y comenzaba con una descarnada frase de Guillermo Cabrera
Infante: "De Cuba, solo La Habana me concierne".
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