En la
última entrevista con el doctor aproveché la pregunta de siempre:
─ ¿Cómo te
van las cosas, hay algo que desees pedir, algo más que decirme?.
Ahí fue
cuando no lo dejé terminar:
─ Sí,
quiero. Quiero que me permitan tener mi computadora ─ contesté rápidamente.
Ya me
había dado cuenta que la palabra computadora no le hace bien al doctor. No lo
entiendo. Y no lo entiendo porque él mismo es una de las personas que no dejan
la computadora, ni siquiera cuando está hablando conmigo, porque el doctor
pregunta y escribe, aun antes de recibir mi respuesta. Hace una pregunta y
apenas levanta los ojos de las teclas. Por eso no comprendo su aversión por la
palabra computadora.
Salí de su
oficina más desolado que cuando entré, ya que sin estar completamente seguro,
tenía la esperanza de que esta vez me diera una respuesta precisa. Pero todo
quedó en el aire.
Analizando
en conjunto lo que hablamos el doctor y yo puedo llegar a una conclusión muy
simple: mi mujer es la que está de acuerdo con él para que me niegue la
computadora.
¡Claro, si
se lo veo en la cara!
Es ella la
que no quiere. He tratado de mirar a los ojos de mis hijas para comprobar si
están involucradas en el plan de mi mujer y el doctor, pero no he podido,
porque no levantan la vista de sus celulares ni un solo segundo. Espero que no
sean partícipes de este complot.
De mi
madre no estoy seguro de nada, porque le tiene fobia "al aparatico
ese", y considera que todo lo relacionado con él es perder el tiempo y la
salud. Pero no creo que piense mucho en eso.
De todas
formas las cosas tienen que venir poquito a poco y tengo mucho tiempo para
pensar sobre eso.
La
medicina que me están dando me mantiene en un estado de tranquilidad casi
perenne. Ya no puedo dejar de tomarla
porque uno de los escaparates descubrió mi truco y ahora se queda frente
a mí, hasta que me trago la pastilla y el vaso de agua y después me revisa la
boca, debajo de la lengua, las encías y hasta la campanilla. Por una parte es
bueno, pero siento que me cuesta trabajo pensar. Cuando una cosa esta ahí al
frente mío y comienzo a analizarla, como por ejemplo, la guerra que están
librando mi familia y el doctor, me cuesta concentrarme, crear un campo de
batalla para contrarrestarlos.
Es
extraño, lo reconozco. Algunos recuerdos se mezclan y se interponen unos a
otros.
En este
recuerdo, veo claramente al doctor sentado en su buró, detrás de sus monitos,
escribiendo en el teclado.
En otro,
bailan las imágenes de muñequitos que veía en la televisión cuando era un niño.
Después,
lentamente, viene otro recuerdo:
Creo que
es Donald Duck. Por algún motivo es
atacado por mosquitos gigantes. Los insectos tienen cara de enfado. El doctor
escribe algo, muy concentrado, en la computadora mientras el enjambre de mosquitos, en picada,
se abalanza contra el pato. Una mano le baja el pantalón azul y se le ven unas
nalgas rosaditas como las de un bebé, y hacia ellas van, como kamikazes, los
mosquitos.
Una y otra
vez vuelan hacia el culo de Donald Duck, en picada mortal, los mosquitos. Y una
y otra vez, antes de que golpeen o piquen la nalguita rosada de bebé, veo a los
monitos sobre el buró del doctor que, horrorizados, se tapan los ojos, los
oídos y la boca, y me distraigo con ellos, y me olvido de lo que estaba
pensando.
La
pastilla que me dan se llama Zyprexa. María,
después de suplicarle por días enteros, terminó diciéndomelo. Necesito saber
sobre esa medicina, pero es muy difícil, ya que no tengo acceso a ninguna
información. Pero voy a lograr saber algo.
Ahora solo
necesito que me visiten mis hijas.
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