Era un pasillo infinito. El techo
abovedado y las paredes de un verde brillante. Miraba los cuadros que cubrían
todo y me sentía muy pequeño, incluso, tenía la sensación de que si hablaba, escucharía
mi voz como la de un niño. Los personajes pintados que colgaban de las paredes
me seguían con las miradas y un perro mostro los colmillos cubiertos
de babas, amenazadoramente. Contaba uno dos tres cuatro y apretaba las
manos y las nalgas, porque me estaba orinando. Sabía que Papa estaba al final
del pasillo. ¿Lo sabía? Sentía que él estaba, pero el temor que me
rodeaba, era el mismo que sería el de no encontrarlo. Las pinturas
imperceptiblemente, suavemente, se movían a mi paso. Algunas caras me eran
conocidas. Todas las miradas frías, acusadoras. Uno dos tres cuatro. Papa
estaba esperando. Miraba el techo y sabía que lo vería al final del pasillo. ¿Sentía
calor? ¿Sentía frio? No lo recuerdo. Solo recuerdo el olor a salitre y la arena
chorreando por entre mis dedos. Estaba muy oscuro, pero lo veía todo nítidamente,
con una tenue sombra que se deshacía mientras caminaba. No podía
distinguir el final del pasillo, un poco más adelante era la oscuridad
absoluta. Me angustiaba que Papa se preocupara por mi demora. Me esperaba
sentado en la arena. Sabía que estaba sentado en la arena y detrás de el una
pared de tierra y raíces que semejaban serpientes gruesas y húmedas.
Alrededor de él, varios platos de barro contenían pequeños instrumentos de
hierro: un clavo de riel, un arco, un hacha, una cabeza de piedra con ojos y
boca formada con caracoles; todo cubierto de una costra espesa y oscura. El
silencio caía desde el techo y me aplastaba, me obligaba a tratar de descifrar
los murmullos continuos de las figuras que colgaban de las paredes.
Plusplssssrrrff. Se escuchaba en el silencio. Pero sentía que me
hablaban. Puuurrrrchss. Seguían. Me movía despacio haciendo fuerza con
las piernas, que se resistían como si no me pertenecieran y tuvieran vida
propia, ignorándome. Me sentía vulnerable, angustiado por algo que no alcanzaba
a descifrar. Sabía que Papa estaba acostado en la hierba y su prominente
barriga parecía una duna en el verde y la arena. Escucho su voz. Me dice: mo te
mu omi*. Y vuelve a repetir: Mo te mu omi, como una súplica. Entonces me doy
cuenta que trato de gritar, pero de mi garganta solo salen ruidos,
rrrrssshhgg.... digo. Los ojos de una mujer que está pintada en uno de los
cuadros son de un color ámbar y me miran con odio, con desprecio, con lujuria.
Siento que a cada paso que doy, el pasillo se estira un poco más. La mujer se
retuerce y de su boca comienzan a salir los mismos utensilios de hierro que
rodean a papa. Veo como una pequeña hacha cae al piso, después una
pasta del color de la tierra y un clavo y otro y otro. Cierro los ojos
para no ver a la mujer vomitando, pero no puedo dejar de verla. No puedo dejar
de escuchar en el silencio los gritos y a Papa repitiendo mo te mu omi, mo te
mu omi.
*Mo te mu omi= quiero
agua.
frase en Yoruba.
Esta muy interesante tu cuento, para hacer una pelicula.....esta tenebroso...!
ReplyDeleteadianes.