Saturday, January 19, 2013

El pasillo verde



Era un pasillo infinito. El techo abovedado y las paredes de un verde brillante. Miraba los cuadros que cubrían todo y me sentía muy pequeño, incluso, tenía la sensación de que si hablaba, escucharía mi voz como la de un niño. Los personajes pintados que colgaban de las paredes me seguían con las miradas y un perro  mostro los colmillos cubiertos  de babas, amenazadoramente. Contaba uno dos tres cuatro y apretaba las manos y las nalgas, porque me estaba orinando. Sabía que Papa estaba al final del pasillo. ¿Lo sabía? Sentía que él estaba,  pero el  temor que me rodeaba, era el mismo que sería el  de no encontrarlo. Las pinturas imperceptiblemente, suavemente, se movían a mi paso. Algunas caras me eran conocidas. Todas las miradas frías, acusadoras.  Uno dos tres cuatro. Papa estaba esperando. Miraba el techo y sabía que lo vería al final del pasillo. ¿Sentía calor? ¿Sentía frio? No lo recuerdo. Solo recuerdo el olor a salitre y la arena chorreando por entre mis dedos.  Estaba muy oscuro, pero lo veía todo nítidamente, con una tenue sombra que se deshacía  mientras caminaba. No podía distinguir el final del pasillo, un poco más adelante era la oscuridad absoluta. Me angustiaba que Papa se preocupara por mi demora. Me esperaba sentado en la arena. Sabía que estaba sentado en la arena y detrás de el una pared de tierra y raíces que semejaban serpientes gruesas  y húmedas. Alrededor de él, varios platos de barro contenían pequeños instrumentos de hierro: un clavo de riel, un arco, un hacha, una cabeza de piedra con ojos y boca formada con caracoles; todo cubierto de una costra espesa y oscura. El silencio caía desde el techo y me aplastaba, me obligaba a tratar de descifrar los murmullos continuos de las figuras que colgaban de las paredes. Plusplssssrrrff. Se escuchaba en el silencio. Pero sentía  que me hablaban. Puuurrrrchss. Seguían. Me movía  despacio haciendo fuerza con las piernas, que se resistían como si no me pertenecieran y tuvieran vida propia, ignorándome. Me sentía vulnerable, angustiado por algo que no alcanzaba a descifrar. Sabía que Papa estaba acostado en la hierba y su prominente barriga parecía una duna en el verde y la arena. Escucho su voz. Me dice: mo te mu omi*. Y vuelve a repetir: Mo te mu omi, como una súplica. Entonces me doy cuenta que trato de gritar, pero de mi garganta solo salen ruidos, rrrrssshhgg.... digo. Los ojos de una mujer que está pintada en uno de los cuadros son de un color ámbar y me miran con odio, con desprecio, con lujuria. Siento que a cada paso que doy, el pasillo se estira un poco más. La mujer se retuerce y de su boca comienzan a salir los mismos utensilios de hierro que rodean a papa. Veo como una  pequeña  hacha cae al piso, después una pasta del color de la  tierra y un clavo y otro y otro. Cierro los ojos para no ver a la mujer vomitando, pero no puedo dejar de verla. No puedo dejar de escuchar en el silencio los gritos y a Papa repitiendo mo te mu omi, mo te mu omi.

*Mo te mu omi= quiero agua.
frase en Yoruba.



1 comment:

  1. Esta muy interesante tu cuento, para hacer una pelicula.....esta tenebroso...!

    adianes.

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