Estoy haciéndome un café en la cafetería
del trabajo, como todas las mañanas. Dejo que el agua en el microwave
llegue al punto de ebullición. Los tres primeros granos de café, hacen
borbotear el líquido. Es hermoso. Sube como la marea enfurecida. Después
se calma y el resto del polvo, la crema y el azúcar, se mezclan sin otros
cambios visibles. Así es más o menos la vida. La primera acción es la que
transforma, motiva, trastorna el estado de las cosas. Después la calma.
La vida simple, rutinaria, terrible, deseada. El primer hijo mueve los
cimientos de los padres. Lo esperan con todas las expectativas, los detalles,
todos los ajustes necesarios, tanto en la casa como en sus vidas. Y llega
el día a día, o sea, la verdad. El cansancio diario, la alegría, el trabajo, la
lucha, el miedo. De pronto, el otro hijo se aparece casi sin
buscarlo. El segundo. Ya la palabra lo señala. Hereda la cuna (nuevecita) las
frazadas, la ropa y hasta la maruga, que fue el primer regalo del padre. Lo
primero motiva, trae otros bríos, otra esperanza. Después el tiempo acomoda las
cosas, las pone ahí, para verlas desde otra perspectiva. Vivimos impulsados por
instantes. Al final, queda lo que aquella explosión dejo. Formamos
nuestra historia de momentos perecederos. Somos tan simples en nuestras
complicaciones. Como los primeros granos de café en el agua hirviendo. Así
somos para dejar de serlo y volver a caer. Ebullicion y calma. La vida misma.
Me interesa mas el tsunami cafeinistico, mucho más sugerente y provocador que la calma!
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