Sunday, February 3, 2013

Gol



Varios hombres jóvenes discuten, gritan, hacen gestos violentos, ríen y solo  hablan de deportes. De pronto repiten una frase como un mantra: lest go Ray!, lets go Ray! Hay cierta belleza en la monotonía de las palabras repetidas. Son como un eco de las cavernas, nuestro tiempo primero. Se apasionan, se enfurecen, vibran. No dejo de sentir una especie de envidia. Sin dejar que me envuelva la melancolía, pienso en cuanto me gustaría  poder tener  ese tipo de pasión desmesurada por algo. No solo el deporte. Pasión por algo. Vibrar de una forma similar. Recuerdo la única vez que participe en un juego de football o balompié, que era como se le llamaba en esa época. La profesora de Educación Física, (la clase que yo odiaba más que Matemáticas), se canso de mis justificaciones, tardanzas, malestares, dolores, ausencias y toda una gama de excusas que utilizaba para no exponerme torpemente delante de  los demás alumnos, con mi penosa  y nula habilidad para cualquier deporte. Sacando toda la masculinidad de que era capaz, me llevo al campo de juego por una oreja, arengándome de que los machos tenían que hacer deportes o que yo prefería, ¿sentarme a tejer? Tuve ganas de responderle que ninguna de las dos cosas eran mis prioridades, pero como realmente en aquel momento no tenía claro ninguna prioridad y me daba pánico aquel hombrote con tetas, obedecí. Los gritos, la cantidad de muchachos y muchachas en las gradas, verlos desde abajo, me mareaban. Tarzan, la profesora, hablo con uno de los que estaban en el terreno y me dejo allí. El muchacho me mostro mi lugar, me grito  algo que  sonó a defensa, delanteros, el arco, ¡que se yo! y corrió a su lugar. Las muchachas reían, gritaban, los muchachos en las gradas jugaban a probar fuerzas, se golpeaban, se empujaban unos a otros. Tarzan sonó el silbato y sentí un silencio, un eco que se producía en mi cabeza y veía como todos  corrían en cámara lenta. Desde las gradas levantaban los brazos, se agitaban. Parecían todos muy felices. Ver eso me hundía más en mi propio terror. De pronto, sentí los gritos, el calor del sol, de nuevo los silbatos de Tarzan. Todo era una confusión tremenda.  Corrían varios hacia la pelota y a patadas la transportaban de un lugar a otro. Se insultaban, sudaban. Yo no sabía muy bien que era lo que esperaban que hiciera y corría hacia donde más o menos veía donde estaba la engorrosa acción. Varias veces escuche improperios contra mí, pero la verdad era que no me reconocía, con toda la adrenalina que me inundaba embaucado en la  locura de patadas y destrezas.  Estaba frente al arco. El arquero me gritaba algo que no entendía. Un muchacho de lejos pateo la pelota perseguido por una jauría que  le  corría detrás. El balón casi tropezó con mis pies. De pronto me vi solo con la pelota y sentí una euforia que me inundaba. El arquero continuaba  gritándome,  y yo no sabía por qué. Corrí con el balón.  Tuve aun más  cerca  la portería. Vi los ojos de asombro del muchacho antes de patear la pelota. Mire como rodaba sobre el terreno, hasta que entro limpiamente en el arco.  ¡Gooooollllllll!!!! Grite. ¡Hijo de puta, maricon, el coño de tu madre!!!!! Escuche a lo lejos silbidos, risas, burlas. Eran dirigidas a mí. Me vi rodeado por un grupo amenazante. ¡Goleaste la portería tuya, comemierda! Ahí fue que comprendí que yo "tenia" una portería. Sin entenderlo todo muy  bien, mareado y humillado camine hacia las gradas, donde me cerró el paso Tarzan con una sonrisa que trataba de ocultar el desprecio que sentía. No te puedes ir del campo, me dijo, tienes que seguir jugando. Recuerdo que la mire a los ojos y vi en ellos la burla general. No sé cuánto tiempo soporte su mirada. Segundos, tal vez. Como sería mi expresión, que su boca se fue desdibujando y la mueca burlesca  que antes la marcaba, desapareció de repente. Me fui en silencio.  ¿Cuantos años han pasado de ese episodio? ¿Cuarenta? Si, más o menos.  Pienso que hoy sigo siendo aquel muchacho inmerso en sus tragedias. Algo ha cambiado. Ahora solo me salva el cinismo, las palabras como escudos.  Poderlo contar ya es todo un juego ganado a puros goles.


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