Varios hombres jóvenes discuten,
gritan, hacen gestos violentos, ríen y solo hablan de deportes. De pronto
repiten una frase como un mantra: lest go Ray!, lets go Ray! Hay cierta belleza
en la monotonía de las palabras repetidas. Son como un eco de las cavernas,
nuestro tiempo primero. Se apasionan, se enfurecen, vibran. No dejo de sentir
una especie de envidia. Sin dejar que me envuelva la melancolía, pienso en
cuanto me gustaría poder tener ese tipo de pasión desmesurada por
algo. No solo el deporte. Pasión por algo. Vibrar de una forma similar.
Recuerdo la única vez que participe en un juego de football o balompié, que era
como se le llamaba en esa época. La profesora de Educación Física, (la clase
que yo odiaba más que Matemáticas), se canso de mis justificaciones, tardanzas,
malestares, dolores, ausencias y toda una gama de excusas que utilizaba para no
exponerme torpemente delante de los demás alumnos, con mi penosa y
nula habilidad para cualquier deporte. Sacando toda la masculinidad de que era
capaz, me llevo al campo de juego por una oreja, arengándome de que los machos tenían
que hacer deportes o que yo prefería, ¿sentarme a tejer? Tuve ganas de
responderle que ninguna de las dos cosas eran mis prioridades, pero como
realmente en aquel momento no tenía claro ninguna prioridad y me daba pánico
aquel hombrote con tetas, obedecí. Los gritos, la cantidad de muchachos y
muchachas en las gradas, verlos desde abajo, me mareaban. Tarzan, la profesora,
hablo con uno de los que estaban en el terreno y me dejo allí. El muchacho me
mostro mi lugar, me grito algo que sonó a defensa, delanteros, el
arco, ¡que se yo! y corrió a su lugar. Las muchachas reían, gritaban, los
muchachos en las gradas jugaban a probar fuerzas, se golpeaban, se empujaban
unos a otros. Tarzan sonó el silbato y sentí un silencio, un eco que se producía
en mi cabeza y veía como todos corrían en cámara lenta. Desde las gradas
levantaban los brazos, se agitaban. Parecían todos muy felices. Ver eso me hundía
más en mi propio terror. De pronto, sentí los gritos, el calor del sol, de
nuevo los silbatos de Tarzan. Todo era una confusión tremenda. Corrían
varios hacia la pelota y a patadas la transportaban de un lugar a otro. Se
insultaban, sudaban. Yo no sabía muy bien que era lo que esperaban que hiciera
y corría hacia donde más o menos veía donde estaba la engorrosa acción. Varias
veces escuche improperios contra mí, pero la verdad era que no me reconocía,
con toda la adrenalina que me inundaba embaucado en la locura de patadas
y destrezas. Estaba frente al arco. El arquero me gritaba algo que no entendía.
Un muchacho de lejos pateo la pelota perseguido por una jauría que le
corría detrás. El balón casi tropezó con mis pies. De pronto me vi solo
con la pelota y sentí una euforia que me inundaba. El arquero continuaba gritándome,
y yo no sabía por qué. Corrí con el balón. Tuve aun más cerca
la portería. Vi los ojos de asombro del muchacho antes de patear la
pelota. Mire como rodaba sobre el terreno, hasta que entro limpiamente en el arco.
¡Gooooollllllll!!!! Grite. ¡Hijo de puta, maricon, el coño de tu
madre!!!!! Escuche a lo lejos silbidos, risas, burlas. Eran dirigidas a mí. Me
vi rodeado por un grupo amenazante. ¡Goleaste la portería tuya, comemierda! Ahí
fue que comprendí que yo "tenia" una portería. Sin entenderlo todo
muy bien, mareado y humillado camine hacia las gradas, donde me cerró el
paso Tarzan con una sonrisa que trataba de ocultar el desprecio que sentía. No
te puedes ir del campo, me dijo, tienes que seguir jugando. Recuerdo que la
mire a los ojos y vi en ellos la burla general. No sé cuánto tiempo soporte su
mirada. Segundos, tal vez. Como sería mi expresión, que su boca se fue
desdibujando y la mueca burlesca que antes la marcaba, desapareció de
repente. Me fui en silencio. ¿Cuantos años han pasado de ese episodio?
¿Cuarenta? Si, más o menos. Pienso que hoy sigo siendo aquel muchacho
inmerso en sus tragedias. Algo ha cambiado. Ahora solo me salva el cinismo, las
palabras como escudos. Poderlo contar ya es todo un juego ganado a puros
goles.
Buen Gol, Marco
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