Desperté cuarenta minutos antes de que
sonara la alarma. Cuando me acosté, le envié un mensaje a mi cerebro para
despertar antes. Funciono. Dormí la noche entera. Habíamos reído de cosas que
pasan en la Internet. Sobre todo unas fotos del Papa luchando con el viento que
le desordenaba los trapos que conforman su vestimenta. Era muy gracioso, porque
al final, el Pontífice, cansado de las jugarretas del aire, decide renunciar
con una blasfemia. Todavía reía cuando lo recordaba, debajo de la ducha. Es
bueno reír. A veces se me olvida, pero es bueno. También es bueno cuando
Mariana ríe. Es lindo. Ella y yo vivimos conectados a Internet. Vivimos
conectados a Dios. Es el dios real. El que todo lo sabe, el que te contesta a
todas tus preguntas, el universal, que no te amenaza ni te exige humildad,
ni sometimiento ni fe ciega. Salí más temprano. Entro a un
lugar abierto las 24 horas, para comprar una postal. Escojo una que tiene un
dibujo de un hombre de las cavernas esculpiendo un corazón de piedra. La
señora que está trabajando me hace preguntas. Quiere saber para quien es la
tarjeta. No le contesto. Sonrió. Ella necesita seguir hablando. Me cuenta que
su marido tuvo muchas mujeres hasta que la conoció a ella. Después no, solo a
ella. La miro. Me produce algo parecido a una ternura antigua que
no se por cual vericueto del tiempo se me ha perdido. No puede parar de hablar.
Observo la hora, tengo el tiempo contado, pero la escucho un minuto
más. Cuenta que vivió 28 años felices junto al marido hasta que murió,
hace 2 años. Quiere que me lleve una rosa de tela y plástico. A las mujeres nos
encantan las flores, susurra. Los ojitos le brillan. Veo en ellos momentos
pasados que esos ojos vivieron. Sonrío. Que tierna es la señora. Me voy.
En el tren varias personas están llevando un survey. Se me acerca una muchacha.
Tiene la carita asustada. Me pregunta si quiero participar. Digo que no
quiero participar. Veo su carita que no entiende el que yo no quiera. Le sonrío.
Ella no sonríe. Quisiera decirle que se parece a un cuadro del
Renacimiento, que he visto, pero no sabría precisar cuál es. Se va un
poco enojada. Varios de los que viajan conmigo todos los días me miran. Están
molestos porque dije que no. Ellos llenan las planillas. Hacen preguntas estúpidas.
Donde pongo mi nombre, pregunta uno de ellos. Otro, de los que trabajan
conmigo, me reclama que no llene el survey. No le respondo. No tengo
ganas. Son peligrosos. Se molestan porque no soy de su grupo. No entienden y
los desconcierta. Hay que tratarlos con una calculada cautela. Hay algo
primario en ellos, una actitud primitiva que cualquier cosa los
puede volver violentos. Eso se aprende con el tiempo. Cuando era joven
contestaba a todo. Todo se convertía en una cruzada. Ahora no. No me importa.
Cuento con los dedos. ¿Quien me importa? Algunas cosas me importan. Algunas
personas también. Pocas. Así es mejor. Se libera uno, anda sin muchos lastres.
Lo ideal es vivir más ligero, aunque es difícil. Llego al trabajo. Veo la luna.
Me gusta, es algo que esta allí y lo olvidas y una noche la miras y dices: la
luna, que cosa, ¿no? y
sigues.
Está bueno, Marco. Sí, es importante vaciar mochila, puede que, de no ser así, el peso sea excesivo. Saludos
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