Trabajo en una compañía, donde el 97%
de los que laboran en el almacén son negros y el 90% de los que trabajan en las
oficinas son blancos. Cuando digo blanco, estoy incluyendo a los latinos, que
para los americanos y negros, somos otra raza inventada por ellos para
catalogarnos en un grupo específico. Cuando vivía en Cuba, producto tal vez de
mi juventud y del abismo cultural que se tenía con relación a otra nación o país,
los pueblos extranjeros eran un misterio indescifrable y distante. Desde
que vivo aquí he tenido que lidiar con un sinnúmero de culturas, tropezar con
ellas y asimilar cosas que me parecen buenas y rechazar algunas que venían
enraizadas a mí. Todos los libros que he leído, las películas que he visto, las
canciones escuchadas, la historia aprendida, las noticias recibidas, las
comidas disfrutadas; todo me hace ver que en lo esencial, somos parecidos. Eso
es indiscutible. Sabemos que los humanos vivimos y sufrimos más o menos por las
mismas cosas. Pero no somos iguales. Lo que más nos asemeja y nos
une, es el grupo social. O sea, somos lo que mamamos. No es igual un japonés a
un cubano. Ni un negro norteamericano a un guatemalteco. Una niña de Etiopia,
por ejemplo, de 7 años de edad, esencialmente es lo mismo que una niña
cubana de 7 años de edad. Las dos quieren jugar, correr, tener amigos, etc.
Pero la diferencia está en la cultura, en la tierra donde viven, en lo que
las rodea. Esa niña etíope, envuelta en trapos, padeciendo la discriminación
mayor, que es ser mujer, mas mil horrores de todo tipo, no pude ser lo
mismo que la cubanita, chancleteando las calles, imponiendo su presencia y su
lugar en la sociedad en la que vive y a su vez, muy diferente de una inglesita,
con su cultura y su nivel de civilización. Se que es una forma simplista
de demostrar un abismo que nos separa a unos de otros, pero es la forma más fácil
para decirlo. Somos diferentes. Somos lo que nos influyo desde que nacemos. Lo
inteligente, lo que demuestra un proceso de análisis y de avance humano y
personal, es entender esos lastres que cargamos y saberlos separar, abolir
algunos y adoptar otros cuando sean mejores y conlleven a adelantar. Uno se
debe de separar de la influencia impuesta, primero por los padres y después por
el medio que te aunó a sus filas, de la iglesia, de las doctrinas
impuestas. Escogerlo todo y como norma, cuestionarlo, ver
diferencias, observar. Ya eso sería un logro. Después es el aprendizaje
constante, la asimilación. Eso es lo que nos diferencia del grupo, de la
tribu, es lo que nos hace únicos. Romper con formas y lazos negativos y estar
consciente de ello. Librarse de ataduras absurdas y vivir o pensar como lo
dicta un cerebro que evoluciona. Como dice la ranchera de José Alfredo Giménez
(aunque en otro contexto): que no somos iguales, dice la gente...
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