Juan González, campesino, retirado, de 95 años de
edad, dedica su tiempo a cuidar las gafas de Lennon. En un parque de La Habana,
una estatua de John Lennon ha sido vandalizada innumerables veces. Le roban las
gafas.
Este señor, pacientemente, desde hace ya trece
años, cuatro días a la semana, de 6:00 am a 6:00 pm está pendiente de los
turistas que vienen a retratar al músico; saca de su bolsillo los espejuelos, y
se los coloca a la figura de bronce, para la foto del recuerdo.
Es patético. Pero esta palabra que utilizo con
tanta facilidad, puede servir para diferentes situaciones:
El domingo fuimos toda la familia a una reunión
en un parque. Era la congregación de los que vivieron en el pueblo costero de
Jaimanitas donde se crió Mariana. Los
abrazos, recuerdos flotando, reencuentros después de tantos años, anécdotas,
risas, fotos en grupo. Yo llevaba puesto un t-shirt con las cuatro caras de los
integrantes de The Beatles al frente. Una persona me preguntó si era rockero.
De pronto visualicé mi imagen: el pelo blanco, la barriga haciendo levitar a la
fotografía del grupo musical, mis movimientos cansados, torpes, de oso
siberiano. Sería el rockero más triste y patético de la historia del rock. Hay
una anécdota que mi madre recuerda y la repite, entre burlona y herida. Yo no la recuerdo, pero en sus
palabras siempre puedo notar un aire a mí, de esa época, y no dudo de que sea
verdad: cuenta que yo quería comprar un disco de The Beatles, que costaba
muchísimo dinero, sobre todo en aquellos tiempos en que habían sido prohibidos
en Cuba. Ella, por supuesto, se negaba a darme el dinero, alegando dos cosas:
que no podía entender lo que decían, y porque tampoco teníamos tocadiscos.
En ambas tenía la razón. Pero lo mejor (según mi
madre) fue mi respuesta. Al sentirme frustrado, enfurecido le grité que quería
más a "los bitles" que a ella.
Les conté aquella historia a mis nietas y creo
que no la comprendieron muy bien. En la imagen que ellas tienen de mí, no cabía
la de un teenager malcriado haciendo una perreta tonta.
Termino de leer el artículo del anciano sentado a
la vera de John.
La nostalgia hay que andarla de puntillas, porque
llega y se instala y gotea una mezcla espesa que se expande.
Pero a veces no da tiempo.
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