Hoy es un
día extraño. Los muchachos lavando los carros y sacando ropas antiguas de los
cajones, y yo acabando con la botella de vodka y el hielo de la nevera.
Mariana
está haciendo limpieza, regalando cosas viejas, botando otras. Bolsas por toda
la sala llenas de antigüedades. Me pongo sentimental. Estoy borracho. Mis
movimientos son torpes y la lengua se me enreda.
Si
escribo, no me declaro responsable de la mierda que escriba. O si soy o no soy
responsable, no me importa. El día está nublado, como el Londres que conocí,
pero sin frío. Tengo ganas de besar a Mariana, pero no la beso. Le traigo
bolsas de basura que llena de trapos, y me dice: ¿te acuerdas cuando vestía a
las niñas con esta ropa? Coño, que sí me acuerdo.
Me sirvo
otro trago. Mucho hielo. El vaso que me gustaba se rompió. Lo puse a mi lado,
en el sofá, y puf, para el suelo. Junito y Nala corrieron a olisquear, pero son
gatos abstemios y no les gustó el olor ni el sabor.
Si escribo
la palabra mierda, el programa de la tablet me lo señala, y cuando voy a
comprobar para arreglarlo, me da diferentes opciones: piedra y pierda. El
programa no reconoce mierda. Es un programa pulcro, delicado, como se dice
aquí, políticamente correcto. Lindo programa. Brindo por el programa
anti-mierda.
Brindo por
la cantidad de dólares que se van en las bolsas de basura, en los zapatos que
no se usan, en las cosas olvidadas.
Brindo por
estar en esta ciudad desde hace 33 años y no sentirla mía y quererla tanto y
odiarla tanto como a La Habana y todas sus truculencias y todas sus calles y
sus olores, y sus fantasmas y sus mentiras y todo lo que me invento de ella y
lo que olvido y lo que...
Billy Bob
Thornton apareció. Le pusimos ese nombre por la película Sling Blade. Porque es
medio anormal y viejo y tiene cara de gato malo y es un dulce. Hacía días que
no lo veíamos. Creíamos que había tenido el destino de tantos gatos que hemos
cuidado y después, en un instante, desaparecen, se evaporan.
La semana
pasada, cuando se acabó la escuela y fui a parquear bien la guagua y barrerla y
olvidarme de ella por unos días, vi un gato muerto en la cuneta y creí que era
Duda. Era blanco como él y amarillo, y el cuerpo estaba tirado al borde de la
calle, y creí que era Duda, y decidí no decirle nada a Mariana. No tuve el
valor de parar y mirarlo, y seguí mi camino, y llegué a la casa y peleé por
cualquier cosa, y me fui a la cama a las 8:00 pm, sin ver la novela brasilera,
con Duda en mi memoria tirado en la calle. Soñé con gatos y sentí el cuerpo de
los gatos que he acariciado, y dormí mal y me levanté con deseos de orinar y
oriné sentado, como hacen las mujeres, y regresé a la cama, y el sueño se
convirtió en un pueblo abandonado y yo caminando, buscando la forma de huir,
sin encontrarla.
Es
angustioso soñar que estoy perdido. Me persigue esa horrible pesadilla.
Estoy en un lugar, y es hermoso ese
lugar, y me gusta ese lugar, pero de pronto, no sé por qué, necesito salir de
allí y no puedo, no encuentro la forma de salir, y no entiendo el idioma de las
personas que me hablan y me dicen cosas y no sé lo que dicen; como aquel día en
Atenas cuando nos perdimos en las montañas, y el Mediterráneo se veía allá
abajo, frío, lleno de piedras que
después seleccioné y traje en la mochila y ahora están guardadas en algún
rincón de la casa, entre las cosas inútiles. Como las ánforas que compré,
cubiertas de polvo, en los libreros, entre los libros, con los recuerdos.
Me sirvo
el último trago de vodka. Se terminó la botella y el hielo. El último vaso de hoy.
Tengo un
libro que compré que me espera. Así de fácil fue. Siete dólares y plaf, ya lo
tengo en la tablet para leer. ¿No es eso una maravilla? ¡Claro, que sí es una maravilla! Más tarde
haremos bistecs y papitas fritas y arroz. Otra maravilla.
Mariana
pasa por mi lado y la abrazo y siento que huele rico a jabón y a miel, y le
digo qué rico hueles, y me dice: huelo como siempre. Y es que ella huele a miel
y a jabón de las tiendas a donde vamos.
El cielo
está nublado. Los carros limpios. Le leo lo que escribí a Mariana, y se ríe
porque estoy ridículamente borracho, y porque lo que escribo es una porquería
que me hace llorar, y es ridículo llorar y todo eso. Y es verdad lo que ella
dice, que estoy de pinga.
Voy a
terminar ahora. Así, cortar con todo y dejarlo ahí. Después, cuando esté más sobrio, mandárselo a
Armando y a Sara, y que me corrijan las faltas de ortografía, las palabras
repetidas, la sintaxis y todas las meteduras de pata. Armando y Sara son dos personas que de alguna
forma creen en lo que hago, y yo los necesito y los importuno y los jodo, y
ellos están allí, soportándome, aupándome, ayudándome en esta locura. De verdad
que están siempre, y pierden su tiempo conmigo, y se ponen a mi nivel, y usan
su inteligencia para arreglar las boberías que escribo, y hacer más o menos
leíble toda la verborrea alcohólica que me da por escribir.
Mañana,
dice el parte meteorológico que va a llover, pero no le hago caso. Si llueve o no, será lo mismo.
Sabes? Esto es muy disfrutable, esta forma tan "natural" de hacerme(nos) parte de la rutina de un día cualquiera en cualquier vida, eso no lo logra mucha gente, me quedo acá.
ReplyDeleteSaludos.
Gracias, Gino, por quedarte.
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