Hoy cumplo 53 años. Tengo un hambre
desesperante. Por mi mente cruzan bailando pastelitos, café con leche, huevos
fritos, tostadas untadas con mantequilla. Pero no puedo comer, porque estoy en
el laboratorio, esperando el turno para hacerme análisis de sangre.
Ayer estuve en la consulta del
doctor. Una de las preguntas que me hizo: ¿alguna vez te han hecho el examen de la próstata?
No me lo han hecho todavía. Me dio a
escoger: el táctil o por la sangre. Preferí el de la sangre. Dijo que después
de los cincuenta y cinco, no me podré librar del dedo. Ya veremos cuando llegue
ese momento.
La mujer que atiende en la recepción
me llama por mi nombre. Se asombra que sea mi cumpleaños.
─ ¿Cómo vienes un día como hoy a que
te pinchen?
Sonrío. Pago y vuelvo a sentarme a
esperar que me llamen.
Detrás de mí, un televisor con un
programa matutino en español. Las personas que esperan sentadas tienen que
voltearse para mirarlo. Me pregunto a quién se le ocurrió colgarlo en la pared
de atrás. No hay que hacerse muchas preguntas en estos lugares. Escucho las
voces en el programa televisivo. Hablan de Paquita la del barrio, también de la
muerte de Junior. Mentalmente tarareo: "me vine, sin
decirte...¡plogt!...nada..."
Trato de no escuchar más, y sigo
escribiendo.
El teléfono me avisa cuando alguien
me envía un mensaje de felicitación en Facebook. Mami me mandó un text message:
felicidades.
Después me llama. Me pregunta a dónde
voy a pasear hoy.
Lisset, mi hermana, me llamó muy
temprano. Estaba enfrascado en el único juego que me gusta en la computadora, y
mientras hablaba con ella, trataba de explotar todas las bolitas posibles, pero
perdí. Detesto los juegos electrónicos. Soy pésimo en todos. Antes creía que
jugaba muy bien a las damas, hasta que un día jugué con Mariana. Salí
derrotado. Me ganó siete veces.
Detrás de mí, dos mujeres conversan.
Más bien, una de ellas no para de parlotear. Presto atención. La van a operar.
Los ovarios, fibromas, quistes, alteración en los números del examen para
detectar el cáncer. _Me van a vaciar, y
es mejor, el médico me dijo que para no pasar más sustos, todo pa' fuera. Y no me importa, si yo estoy pa' ser abuela,
no pa' tener más hijos, ya se lo dije por arribita a mi hija, y ella me dijo no
mami, tú no tienes nada, tú no tienes nada!...
Siento náuseas. Por un instante me
parece que las paredes me oprimen la cabeza y tengo ganas de gritar algo, hacer
otra cosa que no sea quedarme sentado en esta sala con el sonido de un
televisor a mis espaldas y la cháchara de esa mujer exasperante.
Suena el celular. Mariana ya me
compró las medicinas que ayer me recetó el médico. Una de ellas no la cubre el
seguro. Un antibiótico para la rosácea. Todavía es leve. Cree que se podrá
solucionar con esa medicina. Espera que el doctor conteste. Debe cambiarla por
otra que sí la cubra el seguro. Es complicado.
Llaman mi nombre. Me pasan a un
cubículo y me sientan en algo que me recuerda la silla eléctrica. La mujer
amarra una tira de goma a mi brazo. Da
golpecitos con dos dedos sobre la vena. Mira dubitativa. Me encaja la aguja.
Arde un poco. La sangre parece negra. Llena un tubo, después, dos más.
Se supone que con eso, sabrán todo lo
que tengo mal por dentro. Me entrega un vasito plástico y un tubo para el
orine. Entro al baño. Pongo la tablet y el celular encima del tanque del
toilet. Siento que puedo cometer una de mis burradas y mandar al agua el tubo y
todo lo demás. Pero lo hago bien. Entrego el tubo con el orine. Salgo.
Llamo a Mami.
─ Cuela café, que voy pa' llá ─ le
digo.
Cuando llego me abraza.
─ Ni me huelas, que no me he lavado
ni la cara todavía ─ me dice.
La huelo. Es el olor de las gavetas,
de su ropa, de la casa, de cuando era un niño.
─ Hueles rico, mami ─ respondo,
apartándome de sus brazos.
Me hace café. Le pido algo de
comer. Trae galleticas con margarina.
Miro la margarina. No puedo con eso. Mastico una galleta.
Le gustan mis tenis. Me ve más
delgado. Siempre me ve más delgado.
Yo la veo más vieja, pero no se lo
digo. Me regala un billete de cincuenta dólares. Después me voy.
Ya las calles están más ligeras de
tráfico. Escucho un CD de Pedro Guerra. Canta una ranchera. Canto con él:
..."y tú que te creías el rey de
todo el mundo,
y tú que nunca fuiste capaz de perdonar,
y cruel y despiadado, de todo te reías,
hoy imploras cariño, aunque sea por piedad"...
Llego a la casa. Están cortando los
árboles del barrio. El barrio se ha convertido en algo muy feo. Impera el mal
gusto y la imposición draconiana de una mujer funesta que tiene el timón de
este lugar.
Abro la puerta. Respiro el olor que
todo lo envuelve. Estoy solo. En unas horas llegarán los muchachos y la
algarabía. Ahora hay silencio. Las sombras crean una sensación de abrigo, de
tibieza.
Sobre la mesa, una caja. La destapo.
Es un cake blanco, cubierto de virutas de coco.
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