Comencé a escribir un cuento sobre un hombre que estaba agonizando en la cama de un hospital y recordaba cosas del pasado. Era una narración que no me dejaba satisfecho. Lo leí varias veces, pero no me convenció.
El enfermo escuchaba los sonidos circundantes, las voces, no abría los ojos; ¡pero quería recordar! Borré todo lo escrito, molesto conmigo mismo.
Digo "molesto conmigo mismo" pero, pensándolo mejor, fue por no poder lograr la, o las imágenes que rondaban en mi memoria hace ya más de cuarenta años. Porque aquel hombre que moría, pensaba lo que yo pienso.
¿Sería por ese motivo tan malo el cuento? No precisamente. Era, simplemente, mi imposibilidad de reflejar claramente recuerdos ambiguos, adulterados por el tiempo.
El hombre recordaba una tarde en La Habana. Más bien, las imágenes que describía el relato comenzaban allí, en el centro mismo de la ciudad. Pero él regresaba en un ómnibus después de estar todo el día en una playa. ¿Dónde quedaron el mar, la arena, el sol, los cuerpos casi desnudos? Todo ese tiempo ha sido borrado. Las descripciones comienzan en el instante en que la guagua se para en una de las calles abarrotadas de gente, y ve a una muchacha caminando.
Si nombro la arena, el sol, los cuerpos, etc., es solo porque, como dije antes, aquel hombre pensaba lo que yo pienso. El personaje del cuento desafortunado no era yo, solo tenía de mí, "sus" recuerdos. Pero cuando esos recuerdos surgían dentro del cuarto de un hospital, se desmoronaban, se hacían débiles, no lograban la belleza o la magnitud de los míos.
Es difícil que la imagen de una muchacha caminando bajo los portales de una vieja ciudad se mantenga viva por cuarenta años. Rectifico: no es difícil, porque la imagen misma sí ha estado rondándome todo ese tiempo. Lo difícil es lograr que surja, tan simple, tan inesperadamente linda, como aquella tarde en que tuve la visión fugaz de una muchacha caminando bajo los portales de una vieja ciudad.
Sin poder mover un solo músculo del cuerpo, el hombre (joven ahora, transportado por la memoria) se inclina hacia la ventanilla y sigue a la mujer con la vista. Recuerda el vestido que ondulaba al compás de sus pasos. ¿De qué color era? No logra recordar ese detalle. Llevaba el pelo suelto y una cartera de cuero con flecos que cuelgan.
¡Ah, aquella cartera! El hombre sonríe. Yo sonrío.
La imagen de la cartera lo traslada hasta Soroa. Estando allí, años después, en su luna de miel, gasta la mitad del dinero que llevaba para comprarle una similar a la mujer con quien acaba de casarse. Las fotos de los dos están guardadas en una gaveta. La cartera, que acompaña el recuerdo de la muchacha caminando, está plasmada en una de aquellas fotografías olvidadas.
El cuento ya no existe. Dos pequeños pasos en la tablet: un click sobre las palabras "Yes, Delete" y desapareció.
El hombre que agoniza se siente inmensamente cansado. El cuerpo le pesa, y a la vez no puede evitar la extraña sensación de estar flotando. Se confunde, quisiera saber si es de día. Trata de recordar el color del vestido. ¿Azul? ¿Será ahora de noche?
La muchacha camina distraída, observando sus propios pasos. Levanta una mano y se alisa el cabello, más bien hunde en ellos los dedos suavemente, lentamente, como una caricia. Con un gesto infantil, inseguro, hace un mínimo (casi imperceptible) movimiento y gira la cabeza hacia un lado.
La cartera va chocando al ritmo de sus pasos contra la cadera. El vestido se mece, la abraza, danza. Después se pierde entre la gente.
Es de noche, el hombre, mientras agoniza, cree percibirlo, porque todo es tan oscuro...
El enfermo escuchaba los sonidos circundantes, las voces, no abría los ojos; ¡pero quería recordar! Borré todo lo escrito, molesto conmigo mismo.
Digo "molesto conmigo mismo" pero, pensándolo mejor, fue por no poder lograr la, o las imágenes que rondaban en mi memoria hace ya más de cuarenta años. Porque aquel hombre que moría, pensaba lo que yo pienso.
¿Sería por ese motivo tan malo el cuento? No precisamente. Era, simplemente, mi imposibilidad de reflejar claramente recuerdos ambiguos, adulterados por el tiempo.
El hombre recordaba una tarde en La Habana. Más bien, las imágenes que describía el relato comenzaban allí, en el centro mismo de la ciudad. Pero él regresaba en un ómnibus después de estar todo el día en una playa. ¿Dónde quedaron el mar, la arena, el sol, los cuerpos casi desnudos? Todo ese tiempo ha sido borrado. Las descripciones comienzan en el instante en que la guagua se para en una de las calles abarrotadas de gente, y ve a una muchacha caminando.
Si nombro la arena, el sol, los cuerpos, etc., es solo porque, como dije antes, aquel hombre pensaba lo que yo pienso. El personaje del cuento desafortunado no era yo, solo tenía de mí, "sus" recuerdos. Pero cuando esos recuerdos surgían dentro del cuarto de un hospital, se desmoronaban, se hacían débiles, no lograban la belleza o la magnitud de los míos.
Es difícil que la imagen de una muchacha caminando bajo los portales de una vieja ciudad se mantenga viva por cuarenta años. Rectifico: no es difícil, porque la imagen misma sí ha estado rondándome todo ese tiempo. Lo difícil es lograr que surja, tan simple, tan inesperadamente linda, como aquella tarde en que tuve la visión fugaz de una muchacha caminando bajo los portales de una vieja ciudad.
Sin poder mover un solo músculo del cuerpo, el hombre (joven ahora, transportado por la memoria) se inclina hacia la ventanilla y sigue a la mujer con la vista. Recuerda el vestido que ondulaba al compás de sus pasos. ¿De qué color era? No logra recordar ese detalle. Llevaba el pelo suelto y una cartera de cuero con flecos que cuelgan.
¡Ah, aquella cartera! El hombre sonríe. Yo sonrío.
La imagen de la cartera lo traslada hasta Soroa. Estando allí, años después, en su luna de miel, gasta la mitad del dinero que llevaba para comprarle una similar a la mujer con quien acaba de casarse. Las fotos de los dos están guardadas en una gaveta. La cartera, que acompaña el recuerdo de la muchacha caminando, está plasmada en una de aquellas fotografías olvidadas.
El cuento ya no existe. Dos pequeños pasos en la tablet: un click sobre las palabras "Yes, Delete" y desapareció.
El hombre que agoniza se siente inmensamente cansado. El cuerpo le pesa, y a la vez no puede evitar la extraña sensación de estar flotando. Se confunde, quisiera saber si es de día. Trata de recordar el color del vestido. ¿Azul? ¿Será ahora de noche?
La muchacha camina distraída, observando sus propios pasos. Levanta una mano y se alisa el cabello, más bien hunde en ellos los dedos suavemente, lentamente, como una caricia. Con un gesto infantil, inseguro, hace un mínimo (casi imperceptible) movimiento y gira la cabeza hacia un lado.
La cartera va chocando al ritmo de sus pasos contra la cadera. El vestido se mece, la abraza, danza. Después se pierde entre la gente.
Es de noche, el hombre, mientras agoniza, cree percibirlo, porque todo es tan oscuro...
Me agrada leer cosas así. Gracias por enviármelo. Armando
ReplyDeleteMuy bueno marco...!!!, lo emocionante de esto es que esa muchacha nunca supo lo importante que fue para alguien por tanto tiempo.....a veces vamos por el mundo creyendo ser insignificantes y sin saberlo marcamos el recuerdo y la vida de quienes menos pensamos ..en esencia, no pasamos por pasar por este mundo,...involuntariamente cumplimos propocitos ....Eres un maestro.. mis admiraciones
ReplyDeleteadianes.