En un almacén de la ciudad de X
trabajaban, en el mismo departamento, dos hombres.
El hombre A, hacia el turno del día.
Comenzaba a las 6:00 am y terminaba a las 2:30 pm, de lunes a viernes.
El hombre B, cubría el turno de la
noche. Empezaba a las 12:00 pm y terminaba cuando todas las órdenes eran
despachadas, de domingo a jueves.
A y B tenían diferencias en casi
todo:
A era introspectivo, buscaba el
silencio y la soledad, hablaba solo cuando le preguntaban y no tenía amigos en
la compañía.
B era ruidoso, ponía la radio a todo
volumen, parloteaba constantemente y
parecía ser amigos de todos los demás trabajadores.
A era blanco, B era negro.
A pensaba que B no era una persona de
fiar. Observaba con desagrado la amistosa complicidad que mantenía con los supervisores
y cómo, delante de ellos, aparentaba estar interesado en el progreso de la
compañía.
B creía que A era un tipo amargado,
que no terminaba su trabajo por estar mirando boberías en los libros y
periódicos y además era perezoso, obeso, y no le preocupaba para nada la
compañía.
A creía que a B le pagaban más que a
él, sin merecerlo.
B pensaba que A recibía un cheque
mayor que el suyo, y que eso era injusto.
Algo sí tenían en común los dos:
mantenían el lugar de trabajo ordenado, limpio y cada cual respetaba las
pertenencias del otro.
Una tarde, A y B, conversaron y
rieron. La conversación de ese día, no trató sobre el trabajo: hablaron de
mujeres, de comidas, de plantas y varias otras cosas.
A le contó a B la historia de una
mujer que conoció hacia ya muchos años y que se parecía a la modelo de la foto,
en el almanaque que colgaba de la pared.
B le mostró un video en su teléfono
donde una joven se desnudaba y que además, era su amante, en Martinica.
B supo también que A coleccionaba
cactus y A se enteró de que B era un cocinero aficionado, que preparaba recetas
sofisticadas.
Después de aquella animada charla,
regresaron al mutismo de siempre.
Cuando B llegaba en las tardes,
encendía la radio a todo volumen y A se taponeaba los oídos, esperando con
impaciencia la hora de irse a su casa.
Cuando A se iba, B se alegraba de no
sentirse espiado por A.
Otro día, de los años que trabajaron
juntos, tuvieron una acalorada discusión:
A tenia la responsabilidad de
devolver a su lugar, según la numeración, todas las piezas que, por algún
motivo, habían sido devueltas. Las acumulaba durante toda la semana, para el
viernes, cuando tocaba hacer el inventario semanal, colocarlas todas de una
sola vez.
Eso disgustaba a B, que deseaba que A
lo hiciera diariamente y si llegaba alguna de las piezas en su turno de
trabajo, la agarraba de donde estaba y la dejaba sobre el buró de A.
En la mañana, A tenia
obligatoriamente que regresar la pieza al lugar de las devoluciones o buscar la
numeración y su correspondiente localización.
A se sentía molesto con B.
B sabia que eso molestaba a A.
Pero, una de las veces, A, ya muy
disgustado, tomó las piezas y las dejó sobre el buró de B.
Al coincidir los dos esa tarde, B
pregunta el motivo de las piezas en su buró. A, estallando, contesta que las
coloque en su lugar. B replica que ese no es su trabajo. A contesta que si B
está tan interesado en el retorno diario de las piezas, que lo haga él
entonces.
A le grita a B, B le responde con
gritos a A.
Después de ese día, nunca más
volvieron a dirigirse la palabra. Crearon un sistema de trabajo, donde sobraba
el lenguaje hablado.
Todo siguió tan organizado como
siempre y el departamento funcionando a la perfección.
Así se hicieron viejos, en silencio.
Pasaron los años y B se acogió al
retiro.
A continuó un tiempo más, soportando
a los que pasaron por allí, discutiendo por el desorden que dejaban, la
suciedad, los errores y la desidia.
Entonces también le llegó el momento
de retirarse.
Cuando ya habían pasado varios años,
A y B, volvieron a reencontrarse.
A y su esposa, bajaban en el elevador
del hospital, donde fueron a visitar a un familiar que estaba ingresado. Al
llegar al lobby y abrirse la puerta, B esperaba para entrar.
Las miradas de ambos se cruzaron por
un segundo, reconociéndose.
A salió del elevador, tomado del
brazo de su mujer.
B dio un paso y entró. Después apretó
el botón del sexto piso.
La puerta se cerró mientras A
caminaba, lentamente, hacia la salida.
Están tan bien definidas las características y maneras de actuar de los personajes que uno parece reconocer sus similares a través de nuestra vida. Resulta, por lo tanto, un relato agradable que sentimos cercano. Armando
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