Alguien me
envía un email con un link y una nota: mira esto.
En ese momento
no tengo tiempo, y después lo olvido. Al cabo de varios días, revisando los
mensajes lo abro. Es un video.
Un grupo de
jóvenes grabaron un experimento. Un experimento social, diría yo: en lugares
abiertos, cruzando una calle, a la entrada de un espectáculo (un cine, un
teatro) camina una mujer muy joven. Siguiéndola, de manera sospechosa, va un
hombre. En el momento más inesperado, frente a todo el mundo, el hombre agarra
violentamente por detrás a la mujer y con un trapo, le tapa la boca y la nariz.
Por unos segundos la joven se resiste, grita aterrorizada y se desmaya. Acto
seguido, su atacante la carga y huye con el cuerpo desmadejado en los brazos.
¿Qué sucede
con las personas que han visto semejante acto? Nada.
Solo miran,
curiosos. Algunos se paran para ver mejor, otros se apartan ante el atacante,
que huye con la víctima en brazos. Después de unos segundos de desconcierto,
todo regresa a su normalidad.
La misma
escena se repite en diferentes ciudades, con distintos personajes y escenarios.
En todas, la reacción del público presente es exactamente la misma.
Cuando termino
de ver el video, estoy angustiado. No puedo dejar de pensar en mis tres nietas.
Por un instante el miedo me recorre por dentro.
Cierro la
laptop. Preparo un café. Mientras lo tomo, a sorbos lentos, recuerdo:
Hace unos
veinte y seis años, una tarde, estando en mi casa, escuché lo que me pareció un
llamado de auxilio. Me asomé a la puerta. Varios vecinos, afuera de sus casas,
estaban mirando hacia donde está la
piscina. Salí a la calle para ver qué pasaba y logré reconocer a mi
vecina, una viejita pequeña, frágil y bondadosa, gritando y luchando con un
perro, y a otra mujer que rogaba por ayuda.
Corrí para ayudarlas.
Al llegar, comprendo lo que sucede. La vecina, ya sin fuerzas, trataba de
librar de las mandíbulas de un perro inmenso a su pequeño perrito, que ya no se
movía. La otra mujer, que era la dueña del perro más grande, luchaba con él,
sin lograr moverlo un centímetro.
Todo sucedió
en escasos segundos. Agarré el collar fuertemente y comencé a golpear con el
puño en la cabeza del animal. Con asombro, más que con furia, el perro me miró
y trató de voltear el cuello para atacarme. En ese instante, soltó al pequeño,
que junto a la vecina, fueron a parar al suelo.
La mujer logró
halar de la correa y arrastrar al enfurecido animal hasta su casa. La vecina
lloraba. Le sangraba un dedo de la mano derecha. El perrito sangraba. Apoyada
en mí, la llevé a su casa, donde el esposo, que no se había enterado de nada,
salió apresuradamente con el animal herido, en busca de un veterinario.
Termino el
café. Coloco la taza sobre un portavasos encima de la mesa del centro. Me
acomodo en el sofá. Abrazo uno de los cojines. Cierro los ojos.
No comments:
Post a Comment