Saturday, February 15, 2014

La Habana para mí


En la sección Séptimo Día de el Nuevo Herald de hoy, sale todo un recuento, con fotografías incluidas, de la inauguración, en Buenos Aires, la capital Argentina, de una sucursal de La Bodeguita del Medio.
Si el periódico publicara cada restaurante argentino que se abre en esta ciudad, sería más o menos así:
Desde el sur del continente, el restaurante El Gauchito traerá a nuestra variada gastronomía el placer del bife y los demás cortes de carnes que han hecho de la cocina argentina una exquisitez en las mesas más sofisticadas alrededor del mundo...
O podría ser este:
Boca, el restaurante donde iban, en las soleadas tardes de verano, Jorge Luis Borges y su inseparable esposa María Kodama, abrió una sucursal en esta ciudad de Miami que enriquecerá aún más el amplio universo gastronómico del sur de la Florida.
Estas ideas tan rimbombantes me llegan  cuando leo que, usando la figura de Hemingway, abrieron una sucursal aquí y ahora otra en el cono sur. Es "my mojito at La Bodeguita; my daikiri at La Floridita", pero servidos en vasitos desechables de papel.
El uso del pasado. El picadillo molido. La máquina dando vueltas, y nosotros echando adentro la patria perdida, el pueblo con calles de tierra, el bohío, el honor, la bandera, los héroes. Muele que muele la máquina y adentro van los recuerdos, las ideas caducas, la hipocresía patriótica, la chusmería, la rumba, la ignorancia, los zapatos plásticos.
Hay cosas que molestan, y hablar sobre ellas, mucho más, porque la mayoría de la gente se cree, o es, muy sensible. La mayoría es patriota, política, retrógrada. No por eso voy a dejar de decir lo que pienso.
No es solo El Versalles el punto más neurálgico de la politiquería de sorbitos de café de este pueblo. Son los escritores, los poetas (¡ay, los poetas me ponen los pelos de punta!) los blogueros. ¿Han leído algún  blog escrito por cubanos? Salvo rarísimas excepciones, todo gira en torno de Fidel Castro, Raúl Castro, de la patria, de los atropellos, de los disidentes, de la policía cubana, del chivato, del capitán que hizo esto o aquello, todos viven mirando hacia la isla, recordando al Ché, a los Comités de Defensa, a la miseria y ahora también a Venezuela.  Y los libros publicados, en su mayoría: lo mismo de lo mismo. Las noticias de los canales locales; el picadillo: más carne para moler. El consumo a granel de lo que criticamos y adoramos al mismo tiempo. Del lastre que llevamos como una marca indeleble.
Es como estar parado en el andén mirando cómo se nos va el tren, disfrutándolo.
Voy a tratar de contar una anécdota que me tocó vivir hace unos días y que, aunque no tiene (aparentemente) nada que ver con lo que dije antes, sí ilustra de cierta manera una mentalidad ignorante, soldada a ideas caducas.
Estaba en una oficina para la inscripción del Obamacare. La mayoría de los cubanos ven, en esta nueva ley, un paso más al comunismo, que es la única meta que tiene el presidente en su agenda, y se aterrorizan ante los cambios en el sistema de salud.  Mi madre, por ejemplo, está convencida de que el presidente Obama es un alumno más de Fidel, y que con este nuevo proceso acerca  a este país a sus nefastas consecuencias.
Volviendo al tema: mientras hacía mis trámites, escuchaba en el cubículo de al lado a un hombre de unos sesenta años que montó en cólera cuando le pidieron su email y su password,  que es un detalle imprescindible para la aplicación. El señor, casi gritando, maldecía al presidente y a los demócratas que estaban llevando al precipicio a los Estados Unidos.  Una muestra de ello era que antes no existían esos líos con emails e internet y todo era mejor, hasta que llegó (repetía constantemente), este presidente. 
Más o menos por ahí iba su discurso.
Resumiendo: le crearon un email y fue aprobado para la ayuda; no tendrá que pagar absolutamente nada mensualmente, solo cinco dólares por la consulta médica, diez dólares si requiere de un doctor especialista, y cero deducible, mas cinco dólares las medicinas genéricas.
El señor terminó consternado, molesto, buscando mentalmente la trampa oculta de los izquierdistas del gobierno, y  pensando que de todas formas, antes las cosas sí eran mucho mejor.
Otra anécdota. Tenía un compañero de trabajo que visitó la isla y grabó varios videos de su pueblo en la provincia de Las Villas, y después un recorrido en auto por las calles de La Habana, mientras mantenía una conversación con "el chofer de la máquina y guía" sobre los lugares por los que pasaban. Me prestó los CDs y le pedí permiso para quedarme con una copia, y lo aceptó.
Cruelmente, descarté todo lo relacionado con las imágenes del campo que no tenían nada que ver conmigo, y solo dejé el recorrido por la ciudad. Pero ahí no acabó todo;  puse las voces en off, y sobre ellas grabé algunas canciones de Pablo Milanés, Carlos Varela y Pedro Luis Ferrer.  A "mi película" la convertí en un largo poema nostálgico, con hermosas canciones de la trova. La titulé "La Habana para mí", y comenzaba con una descarnada frase de Guillermo Cabrera Infante: "De Cuba, solo La Habana me concierne".








Sunday, February 9, 2014

El diario (sexta parte)


En la última entrevista con el doctor aproveché la pregunta de siempre:
─ ¿Cómo te van las cosas, hay algo que desees pedir, algo más que decirme?.
Ahí fue cuando no lo dejé terminar:
─ Sí, quiero. Quiero que me permitan tener mi computadora ─ contesté rápidamente.
Ya me había dado cuenta que la palabra computadora no le hace bien al doctor. No lo entiendo. Y no lo entiendo porque él mismo es una de las personas que no dejan la computadora, ni siquiera cuando está hablando conmigo, porque el doctor pregunta y escribe, aun antes de recibir mi respuesta. Hace una pregunta y apenas levanta los ojos de las teclas. Por eso no comprendo su aversión por la palabra computadora.
Salí de su oficina más desolado que cuando entré, ya que sin estar completamente seguro, tenía la esperanza de que esta vez me diera una respuesta precisa. Pero todo quedó en el aire.
Analizando en conjunto lo que hablamos el doctor y yo puedo llegar a una conclusión muy simple: mi mujer es la que está de acuerdo con él para que me niegue la computadora.
¡Claro, si se lo veo en la cara!
Es ella la que no quiere. He tratado de mirar a los ojos de mis hijas para comprobar si están involucradas en el plan de mi mujer y el doctor, pero no he podido, porque no levantan la vista de sus celulares ni un solo segundo. Espero que no sean partícipes de este complot.
De mi madre no estoy seguro de nada, porque le tiene fobia "al aparatico ese", y considera que todo lo relacionado con él es perder el tiempo y la salud. Pero no creo que piense mucho en eso.
De todas formas las cosas tienen que venir poquito a poco y tengo mucho tiempo para pensar sobre eso.
La medicina que me están dando me mantiene en un estado de tranquilidad casi perenne. Ya no puedo dejar de tomarla  porque uno de los escaparates descubrió mi truco y ahora se queda frente a mí, hasta que me trago la pastilla y el vaso de agua y después me revisa la boca, debajo de la lengua, las encías y hasta la campanilla. Por una parte es bueno, pero siento que me cuesta trabajo pensar. Cuando una cosa esta ahí al frente mío y comienzo a analizarla, como por ejemplo, la guerra que están librando mi familia y el doctor, me cuesta concentrarme, crear un campo de batalla para contrarrestarlos.
Es extraño, lo reconozco. Algunos recuerdos se mezclan y se interponen unos a otros.
En este recuerdo, veo claramente al doctor sentado en su buró, detrás de sus monitos, escribiendo en el teclado.
En otro, bailan las imágenes de muñequitos que veía en la televisión cuando era un niño.
Después, lentamente, viene otro recuerdo:
Creo que es Donald Duck.  Por algún motivo es atacado por mosquitos gigantes. Los insectos tienen cara de enfado. El doctor escribe algo, muy concentrado, en la computadora  mientras el enjambre de mosquitos, en picada, se abalanza contra el pato. Una mano le baja el pantalón azul y se le ven unas nalgas rosaditas como las de un bebé, y hacia ellas van, como kamikazes, los mosquitos.
Una y otra vez vuelan hacia el culo de Donald Duck, en picada mortal, los mosquitos. Y una y otra vez, antes de que golpeen o piquen la nalguita rosada de bebé, veo a los monitos sobre el buró del doctor que, horrorizados, se tapan los ojos, los oídos y la boca, y me distraigo con ellos, y me olvido de lo que estaba pensando.
La pastilla que me dan se llama Zyprexa.  María, después de suplicarle por días enteros, terminó diciéndomelo. Necesito saber sobre esa medicina, pero es muy difícil, ya que no tengo acceso a ninguna información. Pero voy a lograr saber algo.
Ahora solo necesito que me visiten mis hijas.




Saturday, February 8, 2014

34


Hace 34 años, caminaba unas siete millas para llegar a la casa de una mujer y acostarme con ella. Pero 34 años atrás yo era otro y cometía diferentes estupideces. Dije "diferentes estupideces", por eso le explico al lector más inteligente (que son todos los que me leen, por supuesto) que continúo cometiendo millares de imbecilidades, menos la de caminar siete millas para ver a una mujer desnuda, por varias razones:
1-Estúpido soy ahora, en aquella época solo era joven.
2-Tengo un carro y cien libras adicionales, adquiridas como regalo.
3-No hay ninguna mujer que me espere a siete millas (dentro de mi casa tampoco; mi esposa me espera solo para que la acompañe a hacer las compras o para que limpie el polvo de los muebles de la sala).
4-Con la experiencia adquirida, considero que tanto esfuerzo sería en vano, y no existe fémina alguna que me haga realizarlo, ni mujer que reclame algo semejante de mí.
5-Las mujeres por las que sí haría el esfuerzo, jamás me tendrían en cuenta.  Esto me costó tiempo entenderlo, pero chocando con la misma piedra una y otra vez, un día lo aprendes.
6-Y por último, voy a ser muy sincero: si camino siete millas y logro llegar (supongamos que los milagros existan) a los brazos de la mujer que me espera, solo atinaría a balbucear entre babas y sudoraciones una sola palabra: ¡llamaalnueveoncequememuero!, o si habla inglés: callnineoneoneplease!
Porque pensándolo bien, como dice el tango, veinte años no es nada, y tiene toda la razón, pero cincuenta y cuatro, ya son otros veinte pesos.
Tampoco debo ser tan pesimista. Con la edad he adquirido algunas experiencias. Por ejemplo: friego la loza ahora mejor que antes.
No mando a cagar a mi jefe cuando me jode más de lo normal. Ahora lo mando a cagar bajito, de boca para adentro, y eso es sabiduría. Otras veces me cago en su madre, depende del día, y eso es estar encojonado.
Ya sé poner sin ayuda las sábanas, y enganchar esa parte que va hacia abajo en las esquinas del colchón. Antes mi mujer lo hacía conmigo, pero ella ahora no puede (las experiencias no son iguales para todo el mundo), y lo hago solo. Ella me adora cuando ve que me supero cada día más. Casi todo tiene su recompensa.
Le echo el pan viejo a los patos que conviven junto al lago (antes lo tiraba a la basura y eso dicen que es pecado). Ahora, cuando abro la puerta de la casa, tengo treinta y ocho patos esperando por mí, y setenta y tres cagadas.
Ya no le cuento a nadie sobre el libro que estoy leyendo. Así que cuando escribo algo y, por supuesto, plagio alguna idea o el tono de lo que leí, no se dan cuenta. Los que sí se dan cuenta no me lo dicen, imagino que por el temor de que les responda que ellos también hacen lo mismo y no los acuso de nada. Los escritores somos muy sensibles.
Algo que sí he aprendido bien es a limpiar muy mal los baños de la casa. Mi mujer lleva veinte y tres años enseñándome y siempre lo hago peor: el lavamanos termina con manchas de detergente, al toilette no le paso el cepillo, la bañadera queda sin enjuagar, no levanto las alfombras, y dejo los espejos salpicados de agua sucia. Es toda una técnica adquirida. Mi mujer limpia los tres baños; en eso, ella sí se ha superado.
Ya no discuto sobre la economía de la casa (comprendí que era como hablarle a una lámpara). El dinero está mientras alcanza, cuando ya no alcanza, hago silencio y disfruto de la mejor merienda posible, después eructo y veo la telenovela brasilera. Un sandwich con papitas fritas calma una multitud de problemas.
34 años atrás, hacía cosas diferentes a las que hago ahora, y ya no soy aquel que caminaba las siete millas.
Hace ya todo ese tiempo que llegué de Cuba, y no estoy seguro si recuerdo o me invento lo que allá hacía.


Sunday, February 2, 2014

Justin Bieber, Julio Iglesias Jr. y Bill Gates

Sería un insulto comparar a Justin Bieber o a Julio Iglesias Jr. con el fundador de Microsoft, Bill Gates. Pero los tres nombres aparecieron, el mismo día, en el mismo periódico aunque, por supuesto, sin relación alguna entre ellos.
Tres diferentes noticias:
La del cantante de origen canadiense, ocupando una página entera, con la repetición de los pormenores de su arresto en Miami Beach, el color del auto de lujo involucrado en una carrera ilegal, las drogas, el alcohol que había consumido, las fans en estado de histeria,  y también, el segundo  arresto de la estrella, llegando a su país natal acusado de violencia contra un chofer de limusinas.
La otra noticia es que Julio Iglesias Jr. comenzó a grabar un reality show sobre su "vida loca". Que conste que lo de vida loca no es mío. El propio artista llamó así a su vida: vida loca. Vamos a saber los pormenores de su relación con Julio Iglesias padre, los muebles de sus casas, quién lo acompaña en la  discoteca de moda, la marca de su ropa , sus viajes, el bote para las fiestas, los autos, el perro, y el champú que usa para  mantener, de esa  formidable manera, su negra cabellera.
Y por último, una entrevista que tuvieron en NY, Bill Gates y el periodista mexicano Jorge Ramos. Gates responde a la pregunta sobre el monto de su fortuna: más de 70 mil millones. Ha donado, por medio de la fundación creada por él y Melinda Gates, su esposa, más de 28 mil millones, que han salvado 8 millones de vidas alrededor de todo el planeta. Pero, sus críticos lo acusan (lanza la pregunta el periodista) de ayudar a países donde hay dictaduras. Su respuesta es contundente:
"Yo me metí en  esto con toda libertad, y doy mi dinero de la manera que yo quiero",..."el dinero está bien gastado, a pesar de la corrupción".
Sigue diciendo Gates al entrevistador:
"La corrupción ocurre en todos lados, incluyendo Illinois y Nueva Jersey;  es como un pequeño impuesto y todos los programas de gobierno están sujetos a eso".
El chairman de Microsoft es optimista. Según él, "en los próximos 20 años habrá ya muy pocos países muy pobres y de bajos recursos".
Continúa nombrando los programas de vacunas, cuidados de salud, redes sociales, educación, comunicación, agricultura y transporte. Tiene otros 70 mil millones de dólares para invertir antes de morir; esa es su mayor convicción y su meta.
Aquí hago un paréntesis, porque recuerdo un video que corrió por internet, donde se veía a una mujer que lanzaba un cake a la cara de Bill Gates en protesta por el monopolio que había creado Microsoft en el mundo. Hoy veo ese pastel proyectado y dando en el blanco, y trato de imaginar a los 8 millones de personas que en países democráticos o con dictaduras oscuras y retorcidas han logrado mejorar, de alguna forma, sus vidas.
Estos tres nombres, como dije al principio, se nombran, el mismo día, en el mismo periódico. Tres nombres. Tres...


Saturday, February 1, 2014

La tribu, el hada y la galeria.


Era un verano intenso y fuimos a Naples a llevar a los niños y a disfrutar del mar. Toda una pequeña tribu: Nataly, Rosy, Gianna, Jonathan, Mariana y yo. Rosy, inquieta como siempre, impredecible; Gianna, pequeña, extrañando a los padres que estaban de vacaciones en NY hacía una semana y la dejaron a nuestro cuidado;  Nataly, distante de todos, como una reina, y Jonathan, callado, molesto, introspectivo porque lo arrancamos de sus juegos electrónicos.
Recuerdo varias cosas de aquel paseo. Una de ellas fue la sensación que sentí al cargar un pequeño caimán, y cómo era de suave su piel en la barriga y lo indefenso que parecía. Otra, las broncas constantes de los muchachos por ver determinada película en el televisor del carro, por unas papitas de paquete, porque una quería ir a un parque y la otra al zoológico, una quería helado y Jonathan pizza, porque una le pegó a la otra (el tormento común de tener niños; la insondable vida familiar). Y lo que más recuerdo es una galería de arte.
Salimos todos del mar.  Todos ayudaban llevando algo: Mariana, agarraba de la mano a Gianna, Nataly y Rosy, una toalla cada una y Jonathan, la sombrilla. Yo, por mi parte, cargaba dos sillas plegables, la nevera, una bolsa con cucharas desechables, servilletas, protectores para el sol, palitas de colores, dos cubos, moldes en formas de castillo,  de carrito,  de peces, de estrellas, pelotas desinfladas, chancletas, los celulares, la cámara fotográfica, las llaves del carro, los caracoles, piedrecitas y conchas que habíamos colectado, los pañales desechables de Gianna, pomos de leche, cremitas para el culo, mayonesa, mostaza, compotas, residuos de galletas, los espejuelos de sol que Mariana se compra y después no usa, el libro que, iluso de mí, pensé leer en la arena.
Habíamos dejado el carro a unas cuadras de distancia, cansados de dar vueltas para encontrar un espacio donde aparcar. Íbamos de regreso en su busca, cuando pasamos por el frente de una galería que exhibía unos muñecos espantosos en forma de payasos con pelotas de colores, payasos en paracaídas, payasos montando bicicletas, payasos tristes, alegres, idiotas, payasos y más payasos.
Cuando Rosy y Gianna vieron aquellos engendros, quedaron catatónicas, emocionadas, paralizadas ante tanta belleza colorida, y sin más, vi a toda mi tribu empujando la puerta de cristal y penetrando en ella como una manada de búfalos.
Como pude, dejé en la acera las sillas, las chancletas, la bolsa, y entré, sacudiéndome antes un poco de la arena que cubría mis piernas. Ya adentro, comprobé que era una galería sofisticada, y que además de payasos, había peces de cristal, tortugas de cristal, manatíes, manadas de manatíes de cristal, garzas, patos, boas, cocodrilos de cristal, toda la fauna de los Everglades en diferentes tamaños y tonalidades. Quedé anonadado ante todo aquel espectáculo cristalino, expuesto en armarios con luces y detalles exquisitos.
Por supuesto, no habían pasado tres segundos de nuestra inmersión en aquel universo brillante y delicado cuando apareció, como un hada alada de alguna dimensión desconocida, una hermosa mujer, toda vestida de negro, que con cara de terror y una sonrisa que parecía un grito contenido, nos preguntó qué deseábamos.
Mientras el hada hacía la pregunta, por encima de su susurrante voz, se escuchaban los alaridos de Nataly porque Rosy casi tiraba al suelo al payaso que montaba bicicleta, y más allá, al fondo, Gianna pedía a gritos, que le compraran  el que llevaba en una mano varios globos de colores. Mientras, Mariana trataba de explicarle, sin éxito, que aquello valía más de tres mil dólares.
Por un instante, como si mirara todo en cámara lenta, tuve la visión real de mi querida tribu: sucios de arena, chorreando agua salada sobre el suelo impecable, hablando a gritos un inglés-español-hialeah-poey-jaimanitas, vi las carísimas  figuras amenazadas por manos y pies descontrolados, y los ojos suplicantes, grandes, azules, aterrorizados del hada vestida de negro.
Con la voz quebrada y el acento del Boston más civilizado, me explicó (los demás deambulaban a su antojo entre las piezas en exposición) que por favor, cuidara que los niños no rompieran alguna cosa. Yo, automáticamente lo traduje mentalmente a un idioma más familiar, más natural, digamos: ¡por favor, recoja a todos esos animales salvajes y lárguense de aquí!
Siempre me sucede que ante una mujer hermosa me pongo gago y parezco aún más imbécil. Balbuceé algunas palabras de excusa con mi inglés terrible, y salpicando arena y amenazándolos a todos, logré, después de largos minutos de batalla, sacarlos de la galería.
Mientras volvía a recoger de la acera la bolsa, las chancletas, las sillas plegables y la nevera, pude ver cómo el hada vestida de negro corría hacia  la puerta,  pasaba el seguro, y sin mirarme, apretando los labios, colgaba un cartel  con una cadenita dorada, al pomo de la cerradura, que decía: "Sorry, we are closed".