Se va el año y es como si todo el tiempo
estuve sentado en la orilla de nada, viéndolo pasar. Mientras más viejo me voy
haciendo, más complicado me hago. He tomado la costumbre de observarlo todo de
una forma periodística, dispuesto a la redacción. Siempre se piensa que lo que
nos pasa, si lo sabemos narrar, se convierte en algo interesante para los demás.
Algunas cosas logran su cometido. Algunas personas pueden ser receptivas. Todo
depende. En este año, sin razón aparente, los gatos se han exiliado de la casa.
Zulu desapareció sin dejar rastro. Las niñas dicen que lo ven todos los días,
que es un gato tan negro como él, que ronda el barrio. Yo sé que no es el
mismo, pero no las contradigo. Conozco la forma de andar de cada
uno, es algo sutíl que aprendí con los años (y con los gatos). Duda, mi
favorito, me saluda cuando me bajo del carro. Deja que lo acaricie, hablamos,
le pido que entre a casa, lo engaño y lo tiento con deliciosas latas de ese
mejunje asqueroso que tanto le gusta y después se va a su exilio, despreocupado
y cruel, como el tipo inteligente que es. Jack salió un día y todavía lo
estamos esperando. Jack era un gato macho que actuaba como una madre.
Trajo a la casa a dos gaticos muy pequeños, que limpiaba y dormían acurrucados
a él. June apareció. También se había evaporado. Una noche abrí la puerta y
entró como un bólido. Las tres niñas y mi mujer lo acunaron y acabaron con él
como solo las mujeres pueden hacerlo. Yo, en un rincón, me dediqué a
observar su fiesta envidiando la capacidad de amar que ellas pueden
tener. Ya Mariana le compró un collar y lo trajo a la cama a dormir. También en
este año perdimos a los pájaros. Dos finches enamorados que ponían huevos en el
nido donde nunca nació otro pájaro. Fue en el anunciado ciclón que pasó
por esta ciudad, con un viento miserable que tumbó la jaula y huyeron. Me
gustan los pájaros libres. Aunque no quiero pensar en eso, creo que los míos
terminaron volando y en libertad. En este año también la justicia puso su grano
de arena y después de mucho tiempo, interminable tiempo de luchas y terrores,
Mariana y yo logramos una mejor convivencia para las niñas y
Jonathan, que vino a ser parte de esta tribu enloquecida, dejando atrás
su vida de maltratos y esclavitud. Desde que comencé mi blog Palabras,
con la ayuda fundamental de mi mujer, no he dejado de recibir la incondicional
e inestimable guía de mi suegra Sara Calvo, que con sus asombrosos
conocimientos de las reglas ortográficas y su tremenda cultura, ha logrado que
pueda publicar todas estas historias y palabras más o menos legibles. Se va el
año y una vez más, cuando enumero las caricias recibidas, las bondades
inmerecidas y la presencia continua y buena, tengo que nombrar solo a
mujeres. Solo ellas son capaces de tantas maravillas, de poseer ese
don especial. Para terminar el año, cuando suenen las doce campanadas,
brindaré por ellas, por todas las mujeres que soporto y que tienen el
valor de aguantarme. ¡Salud para ellas, siempre!
Saturday, December 29, 2012
El barrio: Madrina
Era una negra redonda, con la piel
pulida que parecía madera tratada, el pelo blanco, suave, ondulado.
Madrina acariciaba con su mano agarrotada, según ella, producto de una espina
de la enredadera salvaje que abrazaba la desvencijada cerca. Su casa era la
casa del barrio. La puerta nunca tuvo cerrojo y cuando quería cerrarla, un
trapo apretado entre el marco y la hoja, era suficiente. En su patio sembré
frijoles, tomates y una mata de aguacate que vi crecer y dar frutos. Allí
fueron mis gloriosas batallas contra los dragones más terribles, cace leones
gigantes en las selvas africanas y en peceras que goteaban, criaba peces de
colores y calandracas que no paraban de danzar, agrupadas en una bola de color
naranja. Allí creció mi primer gato, que se llamo Telémaco y más tarde resulto
una dama cariñosa, que no dejaba de parir. Madrina olía a comida, a café,
a cigarros; y cada rincón de la casa tenía su huella de animal cansado,
sabedor del mundo. Algunas tardes los muchachos jugábamos parchís. Ella era mi
pareja. Me exasperaba con su torpeza y lentitud. Perdíamos casi siempre por su
culpa. Nunca se casó. Su frase favorita era: soy señorita, pero de las de
verdad. Tuvo a su cuidado durante toda su vida, niños perdidos en el laberinto
de parientes y vecinos, que con el tiempo y la costumbre nadie
preguntaba por sus orígenes. De esa forma crecíamos, entrando y saliendo
de su casa, pidiendo y exigiendo, contando con ella, sabiéndola dispuesta a
complacer y a dar. Daniel fue su último niño. Se quedó en su casa después que
Paco, su hermano menor, preñó a una mujer retrasada mental y la madre se apareció
una tarde con la hija boba y un bebé color café con leche, que se retorcía
debajo de una frazada, cubierto de mierda y vomitando.
Madrina lo acunó en sus brazos de leona vieja y despidió a la madre y a la
vieja: este que esta aquí es de mi sangre, váyase tranquila que aquí
no le faltara un pomo de leche, les dijo. Daniel comenzó a crecer bajo su
sombra tibia, limpio y rollizo como un tronco de ébano. Cuando el primer doctor
le pronóstico un severo caso de retraso mental donde no había nada que hacer,
se levantó indignada, cargando al niño y salió de la consulta diciéndole al
doctor: como que me llamo Hilda Martínez, le digo a usted que yo encamino a
este vejigo. Esa frase la incorporó a su repertorio de anécdotas sobre los
avatares de su vida "pura y virgen, pero de las de verdad". Comíamos
desperdigados por toda la casa porque no había mesa de comedor. Podía
llevar el plato a la cama, en el piso, debajo de la mata de naranja agria o en
el alero de la ventana con la misma libertad que me daba para todo. Su
casa era un campo interminable de juegos, donde varios muchachos entrabamos y salíamos
a nuestras anchas. Cuando fui creciendo, vi la rivalidad secreta entre mi madre
y ella por mí. Pero la convicción del cariño sin fronteras, las mantuvo en una
paz calculada y cómoda. Recuerdo los "batilongos" como ella los
llamaba, con que se vestía. Cualquier tela miserable bastaba, mientras
buscaba y peleaba para darnos a todos lo mejor que podía. Siendo ya un
adolescente, una tarde la arrastré casi a la fuerza hasta Coppelia. Nunca antes
había ido. Me sentía orgulloso viéndola sentada conmigo en la mesa,
nerviosa, tímida, tomando helados pagados por mí. Durante todo el paseo no dejó de hablar y preocuparse por Daniel, que lo había dejado al cuidado de una
vecina. Después fuimos al Cementerio Colon para que visitara la tumba de sus
hermanos muertos y cruzamos la bahía para ir al pueblo de Regla, porque ella quería
pedirle algo a la virgen. Recuerdo su pelo blanco como se alborotaba con el
aire del mar y su mirada perdida ante tantas maravillas. En la iglesia, habló con la virgen, negra como ella, como lo hacía con las vecinas del barrio,
pidiéndole que cuidara a Daniel en su ausencia, porque todos sus otros niños tenían
a alguien que los protegiera. Recibí una carta hace muchos años estando aquí en
esta ciudad, que me contaba su muerte en un hospital. Nunca me he podido librar
de la sensación de desamparo que dejó. Y hoy, que no creo en nada, la llamo en
mis momentos mas difíciles y estoy seguro que sus manos retorcidas y cansadas,
me acunan como solo ella, "Virgen de las de verdad", supo
hacerlo siempre, inolvidablemente.
Tuesday, December 18, 2012
Otra vez
Pobres los ángeles urgentes
que nunca llegan a
salvarnos.
¿Será que son
incompetentes
o que no hay forma de
ayudarnos?
Silvio Rodriguez
Escribí sobre este
tema hace unos meses. No sé si tenga fuerzas hoy para decir algo
coherente. Volvió a suceder. Un enajenado mental arremetió contra niños y
adultos en una escuela primaria de Newtown, en el estado de Connecticut. Adam
Lanza, casi un niño el también, tomo las armas de asalto compradas legalmente
por su madre, la mato y después fríamente disparo contra los pequeños
aterrorizados y los adultos que trataron de pararlo o defender a los alumnos.
20 niños y 7 adultos, y el que se suicido. Estoy leyendo ahora las palabras del
presidente. Aun con las mejores intenciones y un dolor genuino no dejan de ser
palabras huecas, como cualquiera de las que se les puede decir a los padres de
cada persona asesinada ese día. ¿Que palabra podría paliar ese vacío, ese
dolor? ¿Que se podría decir ante esta enorme tragedia? La primera pregunta (de
cientos que me hago) es: ¿cual era la razón para que la madre de Adam Lanza,
una profesora de escuela, compre y coleccione armas de asalto? La segunda: ¿por
qué se tienen que vender esas armas tan mortíferas a la población como si
fueran zapatos? ¿Que necesidad tiene una persona de acumular en su casa,
ametralladoras, rifles semiautomáticos de mirillas telescópicas, bombas de
gases y cuanta parafernalia de guerra existe? Si en este país es tan fácil
hacerse de armas de ese calibre, esas carnicerías no pararan jamás. En EU hace más
de un siglo que no hay una guerra en su territorio. Pero los ciudadanos no
hemos dejado de leer, ver y escuchar sobre todas las guerras externas
donde participa. El dolor de la guerra se siente en este país por los medios de
comunicación y eso distorsiona, de alguna forma, la realidad. El
sentimiento de poderío y superioridad que se tiene viviendo aquí es
contraproducente. Como también lo son los juegos de videos electrónicos que el único
objetivo es matar, y toda la cultura sobre la guerra. Aunque desde los
tiempos inmemoriales los niños han jugado a la violencia: pistolas, cuchillos,
espadas, arcos y flechas, escopetas y todo lo demás y después no salen a las
calles matando personas. Algunos sí, es obvio; casos aislados, problemas
mentales profundos y el fácil acceso a las mortíferas armas. No creo que haya solución
a este problema. El dinero lo mueve todo y esa industria es muy poderosa. Dice el
presidente que los padres de esos niños no están solos. Es un apoyo,
ganas de ayudar, deseos de consolar con el desconsuelo. Pero si están solos.
Todos nosotros tenemos la tristeza de la alegría. Alegría de ver a los nuestros
salvos. Nos duelen esos pequeños. Sentimos el horror de aquellos momentos
trágicos porque vemos en ellos a los nuestros. Pero nadie que no sean esos
padres y familiares podrá sentir la lanza que atraviesa cuando recuerdan sus
voces o ven un juguete tirado en el suelo de sus cuartos. He escuchado
decir que ahora son ángeles en el cielo. Quisiera poder pensar así. Sería un
consuelo. Puede que para muchos lo sea. Pero para mí, son niños asesinados. Son
vidas truncas. Otra vez.
Sunday, December 16, 2012
El barrio: Cancha
Si había una boda, se celebraban los
15 años de alguna muchacha, un velorio, el cuidado de un enfermo, ahí
estaba Cancha. Para arreglar una casa, limpiar con cubos de agua una acera o
correr al policlínico con un niño sangrando por la cabeza de una pedrada,
Cancha. Las mejores fiestas para celebrar a San Lázaro las hacia el
junto al altar mas decorado y surrealista que se pudiera imaginar.
En la cola del hielo, si venia alguna vianda, en cualquier reunión
la risa histérica de Cancha era suficiente para animar a todo el mundo.
Cuando un grupo de mujeres se juntaban en un portal y hablaban sin parar,
el estaba entre ellas. Todos lo usaban para algo y todos de una manera u otra,
se burlaban de él. Veía a los muertos y hablaba con ellos. Tenía un recado del
mas allá para casi todo el mundo. Le gustaban los hombres. Sobre todo los más
delincuentes. En su casa siempre había un primo, un sobrino del campo, el
hermano de una amiga querida a los que daba albergue y comida. Recuerdo cuando apareció
en la casa llevando en la muñeca un reloj, que exhibía a todo el mundo, regalo
de su sobrino, un mulato con dientes de oro que de solo mirarlo producía escalofríos.
A los pocos días, con un ojo morado y el labio roto, le contaba a las
mujeres como le entro a golpes aquel sobrino, le quito el reloj y se fue a
vivir con una mujer negra de la calle 1era. Cancha entraba a la casa y sin
pensarlo, fregaba algo que estuviera sucio, limpiaba los ceniceros, siempre en
movimiento, hablando sin parar, ayudando sin descansar, magro, pequeño, su edad
parecía ser indefinida, nunca supe si era joven o viejo; no tenia edad, no sé
si vivió todo el tiempo en el barrio o él era el mismo barrio. Siempre aparecía
como de la nada y de la misma forma se iba. Era como el éter, volátil, aunque su
presencia no podía pasar inadvertida. Recuerdo que cuando se dirigía a mi
padre lo llamaba Aparicio. Hace ya unos años alguien me conto que había muerto.
Uno de sus sobrinos lo apuñalo tres veces en el pecho en la sala de su
casa, justo frente el altar que cuidaba con esmero. ¿Fue así
realmente o tanto lo he imaginado que no puedo diferenciar la realidad de
mi imaginación? Puede ser, ya no estoy seguro de nada. Pero
creo que una persona como él, lleva el destino de una muerte trágica
ligada a su vida; de la misma forma como lo daba todo, el que nada tenía.
La vida en dos
Bebita Alvarado camina con la mirada fija y
la cabeza erguida, por un viejo pueblo donde los recuerdos van de la mano la
historia de tres muchachos encandilados de amor y de juventud. Pueblo que me
trae por momentos un aire de La balada del Café Triste. Un amor similar,
desproporcionado e imposible. Hace 45 años que se publicó La vida en dos,
de Luis Agüero y hace 17 que la tenía guardada, dedicada por él sobre la
mesa de un restaurante y olvidada dentro de un cajón perdido. El destino de ésta obra que nació para el olvido. Cuidando que las hojas no se deshicieran
entre mis dedos, terminé de leerla. Bailén del Sur surgió delante de mí, animándose
con bobos, curas, santurronas, putas y fotógrafos desaforados, chinos tristes,
americanos perdidos y un pueblo que reúne la vida en dos, partida
por el dolor de lo cotidiano y simple. Novela relegada en el engranaje de
las malas intenciones. Pero sin dudarlo, entre las grandes escritas en
Cuba, tiene un lugar primordial. Y es por eso, a pesar de todo, que Bebita Alvarado
sigue caminando, provocadoramente, imperecederamente, por las aceras de
Bailén del Sur.
Saturday, December 15, 2012
NY City
Aquella noche
la ciudad se abrió
como la sombrilla
con la que me
tronchaste el dedo.
Salpicó de luces
y de sombras
y de ti.
Las calles se
alineaban
con tu sonrisa
porque tú sonreías
en ese siglo
y cantabas.
Buscábamos piedras
para el recuerdo
y un pequeño dragón
chino de plástico
barato.
¿Recuerdas al
muchacho
que nos preguntó
una dirección en
cantones?
Reíamos entonces,
¿lo recuerdas?
El castillo en el
centro
de lo inalcanzable,
el olor y el smog.
Aquel árbol
y tan fácil
tu cuerpo entre las
hojas
amarillas hojas
y rojas.
Las mochilas llenas
de libros
de pequeñas,
varias Estatuas de la
Libertad,
reproducciones
Modigliani y sus cuerpos
desnudos, Dalí,
si, ya me lo habías
dicho:
no te gusta Dalí.
Te quedaste afuera
cuando subí a
las torres
tu eterno miedo
a las alturas.
No sabíamos que seria
la última vez.
La ciudad es ahora
como una película
que se muestra
por escenas.
En este siglo.
Despidiendo al siniestro
Hoy asistí a un espectáculo que podría llamar
triste, aunque esa no sería la palabra correcta; ¿miserable?, creo que es más
apropiada. Fue el último día de labor de uno de los personajes siniestros de mi
trabajo. Si no me equivoco lleva trabajando con esta compañía por más de
50 años. Recuerdo algunas anécdotas sobre él. Todos lo desprecian de una forma
u otra. Era los ojos y los oídos de los grandes. De los que tienen el poder
para joderte la vida. No hacía nada más que mirar, observar y transmitir.
Un día me llevo a la oficina. Dijo que lo trate mal. Delante del jefe mayor lo
obligue a que repitiera lo que le había dicho. No pudo. Was in spanish, dijo.
Entonces ¿por qué tú dices que te trate mal si no entiendes español? Todo quedo
ahí. Me había cagado en su madre, pero con el idioma de Cervantes, que suena más
profundo. Nos acaban de reunir en la cafetería. Los grandes (incluido el dueño)
trajeron pizzas, un cake y lo tiraron al ruedo para las palabras de
despedida. Él era el orador de las fiestas, las comidas. ¡Oh Lord, gracias a
(nombre de los dueños) y a Jesús!... y llanto y mocos y gracias y mas, y llanto
otra vez... Yo por mi parte le pedía a mi cerebro que jamás me permitiera
protagonizar un espectáculo semejante. Manos alzadas al cielo, ojos anegados.
Que no permita un momento así en mí. Y mi cerebro me contesta: ¡ssshhhhh!..cállate
y escribe un post. Abrazos a los grandes, gritos de ¡Amén! Siento pena y asco.
Termino su ciclo. Termino el show. El siniestro actuó espectacularmente en la
retirada. Y me
regalo un relato.
Arriba de la bola
Veo una foto en el periódico de
Mariela Castro con un cartel que dice: Obama, give me five now!, rodeada de
unas personas disfrazadas grotescamente. Después comprendo que era una especie
de parada gay en La Habana. Me resultan graciosos. No voy a hablar de la política
de la isla, porque de eso ya se encargan los cientos de blogs de las dos
orillas y realmente, me aburren. Pero lo que sí es implacable es el tiempo. Ese
nos sitúa en el lugar que corresponde, aunque nos pasemos la vida
huyendo de él. Leo las noticias pero cuando mi mujer por alguna razón
deja de mirar Food Network o las novelas brasileras y de pronto soy el dueño
del tv, corro a mirarlas. Ya no se habla de Fidel Castro. Cuba paso de
moda. Creo que si salgo cuatro millas de Miami, podría vivir por meses sin
escuchar nombrar a la isla y a su gobernante. Porque no es Raúl el que
gobierna; ese país lo gobierna el mito. Aquí en esta ciudad es donde viven esos
personajes. Es aquí donde se les exorciza, se les recuerda, se les tiene en
cuenta. Yo, con poder haría parques, malls, avenidas, restaurantes con los
nombres de todos ellos: Fidel Castro Park, Restaurante Revolución,
platos típicos: ensalada Mariel-Camarioca, frijoles a La invasión de
Cochinos, Tostones Rellenos a la Escuela al Campo, calle 103 de Hialeah:
Avenida Asalto al Moncada, Camilitos Scouts y así sucesivamente. Total,
si se vive amándolos, ¿por qué no darles algún crédito? Yo he criticado a los
ingleses (un pueblo que considero inteligente) por su adoración a la Reina y
toda la parafernalia que la rodea. Con mi cerebro tropical, tomándome una
cerveza debajo de una mata de mango, no lo entiendo. Pero nosotros somos
iguales (bueno, bueno...) que los ingleses en eso de amar al jefe. Fidel Castro
es amado. ¿Odiado también? Por supuesto; pero ¿que es el amor sin su cuota de
odio? Yo me imagino a ese señor levantándose en las mañanas y pidiendo el periódico
(lo veo a la antigua, con el papel escrito) y separando los periódicos del
mundo entero, solo buscando El Nuevo Herald. Allí se lee. Ególatra como es, no
concibe la vida sin protagonismo. ¿Y donde más lo nombran?, en ese periódico y
Diario de las Américas. Sera triste para él. El olvido es su mayor tortura. Que
su última imagen sea la de ese esperpento vestido de Adidas, mostrando como
mueve los brazos o escribiendo sobre los beneficios de la moringa, es la
Historia matándolo. La Historia absorbiéndolo. Es como si en su viaje final,
para joder, lo vistieran de payaso. Esa imagen del hombre impetuoso, con el
tabaco y la pistola al cinto, siempre de verde olivo, siempre preparado para la
guerra no existe más. Es como el destino de la legendaria imagen del Che: ya no
se sabe muy bien que tiene que ver ese hombre melenudo con la cerveza o si es
una marca de ropa. Quiéranlo o no, Mariela Castro representa la época en que
vivimos. Vestida de las mejores marcas, compradas en boutiques de Europa, sonríe
mientras miente convincentemente. Está situada en esta época. Ella si esta
"arriba de la bola, arriba de la bola".
Sunday, December 9, 2012
El barrio: Julio
Julio era el zapatero del barrio y le
llamaban El manco. Se molestaba mucho cuando escuchaba ese epíteto, nombrando
de alguna manera su brazo derecho, malformado. Vivía en un cuartucho en el
patio de mi casa, sin baño ni cocina y su único adorno era un recorte viejo de periódico
con una fotografía de Janis Joplin vestida de hippie, tocando una guitarra
enorme. Estaba peleado a muerte con mi madre, el abuelo y todos los demás
familiares que vivían en su entorno. Conmigo tenía un trato diferente. Conversábamos
mucho. Me hacia cuentos de sus triunfos con su brazo izquierdo, de como había
derribado de una sola trompada a varios tipos por burlarse de el o abusar de algún
animal. Tenía varios perros. Repartía latas en diferentes casas para que
le guardaran las sobras. Lo veía todos los días cargando alguna de ellas y compartiéndolas
entre los famélicos animales. También su propia comida. Julio casi no
hablaba con nadie. Cuando llegaba un cliente a traerle unos viejos zapatos para
arreglar lo despachaba a monosílabos, con cara de pocos amigos. Me pasaba las
horas con él en su cuarto, viéndolo martillar, cortar y arreglar zapatos sobre
su viejo yunque, mientras me hablaba y contaba historias. Actina también
era su preferida. Cantábamos canciones de Serrat, Nino Bravo y Camilo Sesto
y el hacía de juez. Siempre ella ganaba. Pero después a solas me dijo un día
que yo cantaba mejor una canción de José Tejedor. A Julio lo seguían todos los
perros del barrio. Iba caminando y una jauría de ellos corría a su alrededor.
Recuerdo el día que mi madre le dio porque tenía que eliminar a todos los
animales de la casa. Comenzó a tirar las cosas, a maldecir y gritar como
un loco, golpeaba las paredes con su brazo fuerte y se le salía la saliva
de la boca. No tengo memoria de como el problema se calmo pero
al final solo tuvo que deshacerse de dos o tres que estaban muy
enfermos. Se puso así también cuando cortaron la mata de mangos que crecía
junto a su cuarto. Y de la misma forma protestaba cuando alguno se subía en
ella a tumbar las frutas. Actina se llevaba comida de su casa para
que el comiera y yo hacía lo mismo cuando podía. Le robaba cigarros a mi
abuelo y le llevaba café. Ahora que yo también soy casi un viejo,
comprendo cómo nos separaba de todos los demás y éramos, de alguna forma,
la familia que nunca tuvo. Después lo olvide. Llegue a este país y desapareció
de mi memoria. Jamás le envié nada, ni siquiera una carta. Lo hice con
gente que no tenía que hacerlo. Una tarde hablando con mi madre le pregunte por
él. Le botaron todos los perros y se enfermo. Alguien se acordó
al cabo de los días y lo encontraron en su camastro, muriéndose.
Creo que Actina lo cuido en el hospital hasta que murió una mañana. Después
derrumbaron su cuarto, tiraron todas sus cosas y el recorte del periódico
con la foto de Janis Joplin tocando aquella guitarra desapareció entre toda la
basura. Recuerdo hoy su brazo fuerte como un tronco de árbol, que era su
orgullo. Sus perros que lo seguían a todos lados, sus mugrientas latas de
comida y su mano deforme agarrando una puntilla, sobre la suela de un zapato.
Pero no recuerdo su voz y su cara se va distorsionando en una neblina que lo
abarca todo inmisericordemente.
Saturday, December 8, 2012
Las Torres del Silencio
En Mumbai, la comunidad parsi, está
gestionando un programa para que los buitres vuelvan a comer cadáveres
humanos. El zoroastrismo, que es la religión de los parsis, domino Irán en el
siglo X DC. Bajo la persecución del Islam, muchos de ellos huyeron y se
establecieron en la India. Allí, en Bombay, hermoso nombre de la ciudad que se convirtió
en Mumbai, se construyen los aviarios para la cría de las aves, y se
estima que ya podrán ingerir cadáveres para enero de 2014. Rodeadas de
rascacielos, se erigen las tres Torres del Silencio, donde depositaban a los cadáveres
en espera de que alimenten a los buitres. Con unos buenos prismáticos, sentados
en cómodos sofás y un agradable te caliente, se podía observar el macabro
quehacer de estas aves carroñeras con la carne putrefacta. Estas Torres del
Silencio son construcciones erectas al aire libre, con anillos de mármol. El
anillo externo, es exclusivo para los hombres, el del medio para las mujeres y
el del centro para los niños. Allí los cadáveres son consumidos en horas y los
huesos quedan en una cuenca central para su recolección. Con las protestas y la
modernidad, esta práctica se extinguió y de casi 400 millones de buitres que
poblaban el cielo de la India, se estima que solo prevalecen unos cuantos
miles. Los buitres se alimentaban de la vasta población vacuna del país. Es
prohibido el sacrificio del ganado y cuando morían, servían de alimento. Pero
la modernidad también llego al ganado. Con la ingestión del diclofenaco,
un analgésico que todos tomamos con el nombre de Voltaren, Advil o Alive, para
evitar el dolor en las vacas, provocaron masivas muertes en los buitres, que
son susceptibles a la insuficiencia renal, provocada por el analgésico. Los parsis
comenzaron a cremar a sus muertos, pero según los cánones que rigen su religión,
es una abominación, porque el fuego es sagrado y los cuerpos no están limpios.
Dentro de poco tiempo, espero ver en los libros de viajes de la India, la recomendación
del espectáculo de los buitres, donde todo estará incluido, te, servicio de
primera y buffet.
Incendies
Acabo de ver una película. Sudo la película.
Esta aquí adentro y las imágenes se suceden. Y el paisaje árido y las rocas y
la tragedia y la guerra. Una canción como un lamento, desgarradora. La historia
de Nawal Marwan. Su vida en El Líbano, en Canadá. Dos hijos de ella en la búsqueda
de un hermano y de su padre. Búsqueda terrible. Descubrimiento de la miseria de
los hombres, el tremebundo olor de la guerra. La guerra y el odio mezclados y
lanzados por las bocas de los fusiles, las bombas, la muerte. El hilo que
enlaza el odio y que no tiene fin. Con la muerte no termina una historia. Se
abren brechas por donde se camina con los ojos cerrados y las manos queriendo
agarrar lo que se encuentra delante, el dolor que se descubre, el dolor
aun mayor. Vidas marcadas por el odio embrutecedor y religioso, por las
miserias de los humanos, por el sinsentido de la vida. Incendies se llama la película.
Esta aquí adentro. Cine que se queda. Película que comienza cuando en la
pantalla se lee la palabra Fin.
La madre y su hija
En cada movimiento, o actitud humana,
hay una historia detrás. No sé si siempre observe detenidamente a las personas,
pero ahora lo hago conscientemente. Se puede evaluar a la gente por sus
actitudes. Las más simples hablan. No diría nada nuevo si afirmo que toda
persona es diferente, sin temor a equivocarme, una frase, una mirada, un
movimiento del cuerpo, una expresión del rostro, pueden dibujarme a grandes
rasgos el mapa de la vida de alguien. Todas las madrugadas, en la estación de
tren donde me bajo, también lo hacen dos personas para mí, peculiares.
Son una madre y su hija. Mujer muy joven, diría unos 24 años y la niña
unos 6. Parecen una copia pero de diferentes tiempos. Las veo bajarse del tren
y caminar casi corriendo para alcanzar el bus que tiene la parada a dos cuadras
de la estación. Tienen una camaradería que se siente. Yo pienso que la madre
esta consiente del esfuerzo que será para la pequeña estar de pie a esa hora de
la madrugada y suplanta el sacrificio con actitudes hacia la niña que la
alegren de alguna manera. Camina a su lado y le hala con cuidado una de las
trenzas adornadas con diminutos anillos de colores; con la cadera se
golpean y ríen, a veces dan cortas carreras, se dan nalgadas, etc. Y así van
cada día, o noche, porque a esa hora falta bastante para que salga el sol.
Entonces, diariamente, cuando miro a esas dos mujeres, automáticamente
vuelo, aterrizo, choco con otros recuerdos que no son nada gratos para mí.
Tengo varias anécdotas, que si las contara todas no habría post que las
resista. Pero de eso no voy a hablar aquí. Aunque no puedo evitar las
comparaciones, como ya lo dije antes: cada persona es diferente.
Papeles en la mochila
Hace casi una semana salió un artículo
en el periódico que me llamo la atención. Recorte la pagina, hice varios
apuntes, trate de buscar más datos, fotografías, etc, pero con mi celular
y en el trabajo, me fue imposible. Mi intención era hacer un
post para el blog, basándome en la noticia que me intereso. Pero ahí
está el recorte del periódico y la hoja con varios apuntes, en el
fondo de la mochila, revueltos con el frasco de analgésicos, los soldaditos de plástico
que me regalo Nani (para que jugara en mi trabajo), el dado rojo que místicamente
me acompaña hace tantos años, el llavero sin llaves regalo de Rosy y la pluma
con forma de lagarto que me compro Nataly, esperando. Es llover sobre
mojado, pero puedo decir que no tengo tiempo. En la tablet, con mi mujer,
estamos leyendo una maravillosa novela que se alarga cada día mas; sobre la
mesa de centro otra novela sin terminar, escrita por mi suegro, tremenda,
y la Internet que bombardea con basuras, pero también con
maravillas. Todo esperando, pospuesto para después. Los días
se van trabajando, en el transporte, en los "terribles encantos que
tiene el hogar". Las ideas llegan y las mastico, les doy vuelta, duermo
con ellas, despierto con otras, y el momento para armarlas, corriendo
desaforadamente delante de mí. Si fuera un hombre con dinero compraría mi
tiempo. Espero el sábado, para sentarme frente a la computadora antes de que
amanezca, para tratar de arreglar, escribir, buscar, borrar, cambiar, todo lo
que durante la semana voy acumulando sigilosamente en mi teléfono. Todo
eso sin nombrar lo que viene con los dos días de supuesto descanso. Y después
nadie me lee, ¿no es el colmo del masoquista?
Saturday, December 1, 2012
Poema inaguantable
Despierto y no aguanto
hoy es de esos días
que pesan
como sacos de
piedras.
Es difícil el tren
el intercomunicador
constante
la voz que chilla
la música góspel de
los negros
su olor dulce
empalaga.
Si comienzo a
enumerar
me pierdo
no veo horizontes
ni estrellas
ni todas esas
mierdas.
Hoy si estoy
verdaderamente
inaguantable.
Podría escuchar
los sermones de
siempre
bla bla bla y esas
cosas
pero tendrían que
pasar
tantas horas
tal vez meterme
sin cerebro
en el trabajo
no ver nada más.
Pero ahora
que nadie me venga
diciendo que mire
hacia otros lugares
que observe
y vea a otros peores
eso lo se
pero este día
es el mío
es mi inconformidad
mi estupidez
mi autocomplacencia.
No aguanto
ni escucho
la ciudad es un cajón
donde me tropiezo
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