Saturday, April 18, 2015

El bárbaro y la belleza

foto: mariana aguero

Mariana prepara un plato para mí. Quiere ofrecérmelo como parte del regalo por mi próximo aniversario. Estoy sentado a la mesa del comedor, y mientras tanto, voy mirando aquí y allá en la laptop, observando fotografías, revisando el email, o buscando en Amazon un libro de Martin Amis para descargarlo en mi tablet.

Desde la cocina me comenta de cada ingrediente que usa: el jamón serrano es excelente y el chorizo cantimpalo y el queso de cabra; las aceitunas (me explica ella) vienen rellenas de queso feta griego, y las rodajas son de limón Meyer, el huevo es orgánico, al igual que las hojas de espinacas moradas, y el pan de ciabatta, dos rebanadas tostadas y untadas con  ajo y sal de mar, como lo hacen en España.

Deja el plato sobre la mesa y da dos pasos hacia atrás. Lo observa. También yo lo observo, encantado. Es algo hermoso que despierta todos mis sentidos. Una obra linda, agradable a la vista y al paladar. Me entra por los ojos, y la boca se me humedece. Es aún más hermoso porque es de una belleza efímera. Un pequeño ejemplo de la necesidad que tenemos los humanos por lo bello.

Cuando observo los utensilios utilizados por las antiguas civilizaciones, siempre me emocionan las intrincadas decoraciones y deslumbrantes dibujos en instrumentos de uso doméstico, pequeñas piezas embellecidas porque sí, por el placer de disfrutar con su presencia, lo bueno de la vida.

Me parece inaudito que un ánfora griega, por señalar solo un ejemplo, y porque mientras escribo tengo  frente a mí varias, repartidas entre los libreros (recuerdos de mi viaje a Atenas) que no es nada más que una vasija para guardar y servir el vino o cualquier otro líquido, lleve dibujada, meticulosamente, toda una historia o un hecho cotidiano que la adorna y la convierte en un objeto único y hermoso. Porque desde siempre el hombre se ha rodeado de belleza adornando, de diferentes formas, lo que lo rodea. Ha usado a la belleza como una parte primordial de su entorno.

Una historia que cuenta Borges en su cuento El Aleph sobre un guerrero del siglo VI ilustra, a mi modo de ver, la necesidad innata del hombre por lo hermoso: Droctuft, un guerrero lombardo que con su tribu venía del Norte de Europa desde el valle del Danubio, e invadió Italia sembrando el terror y la destrucción. Al entrar en Rávena, Droctuft quedó maravillado con la ciudad. El hombre fiero, brutal y destructor, enfermó de tanta belleza que resplandecía a su alrededor.

Imagino a ese hombre tosco, sucio, terrorífico, cubierto de sangre y de lodo, acostumbrado a matar y a destruir. Lo imagino asombrado ante los muros, las catedrales, frente a una fuente tallada, ante todo lo hermoso. Lo imagino entre los salvajes de su tribu que destruían todo a su paso, y a él, aún con el hacha en la mano, azorado y perdido por la repentina y extraña sensación que de pronto lo embargaba. Droctuft ya no pudo ser más el que destruye, y decidió defender la ciudad de Rávena aun en contra de los suyos.

El bárbaro optó por la belleza. Peleó por preservar lo hermoso, y murió por ello.





Saturday, April 4, 2015

Monstruos queridos




Hay libros que cuando se terminan, continúan dando vueltas en la mente como un buen paseo al que no queremos renunciar. Siguen con uno hasta que el tiempo los va desintegrando, y es ahí donde comienzan a convertirse en memorias, en la vida que se vivió en cada página y con cada frase. Esas historias leídas, y después agazapadas como pequeños monstruos queridos (aparentemente abandonados en algún recóndito lugar), acechan y esperan por el instante preciso para asombrarnos una y otra vez.

Se nota que aún estoy sumergido en la marisma de imágenes de la novela que acabo de leer. Esta madrugada, mientras el tren me transportaba hacia Pompano Beach, la terminé. Y fue con pesar. Acabé con hambre, con deseos de continuar "tragando" de aquel universo, de aquellos personajes, del clima que los envuelve y del angustioso, inteligente y desgarrador diario que forma parte de toda la novela. ¡Ay del escritor que venga detrás, porque tendrá que rescatarme de lo ya vivido!.

Lo he dicho en otras ocasiones: me gustan las historias de mujeres, escritas por mujeres. Todo mi entorno está rodeado de ellas, y eso puede ser de una gran influencia. Creo que me sería insoportable convivir únicamente con hombres (no puedo imaginar nada más tosco, más frío).

En la casa cohabitamos (más o menos democráticamente) cuatro mujeres y yo: Mariana mi mujer, Nataly, Rosy, y Gianna la más pequeña de mis nietas que, aunque vive con sus padres, la mayoría del tiempo permanece con nosotros mientras ellos trabajan; además de los gatos, los peces, y las manadas de patos y pájaros que alimentamos en los alrededores del lago. Vivo mimándolas y siendo mimado por ellas; también protestando por todo (sin que me tomen demasiado en serio), soportando sus cambios de temperamento en esos días desafortunados de cada mes, escuchando sus voces, sus canciones, interviniendo como un juez imparcial en las peleas, oliendo sus perfumes y siguiéndolas, derrotado y maltrecho por los interminables pasillos de las tiendas, alrededor de la ciudad. Vivo, por primera vez, amando. Celándolas como un Otelo trasnochado, temiendo el mañana que apenas se vislumbra; aguantando (todo lo mejor que puedo) la inagotable energía que de ellas emana. Y, a su vez, siendo amado y recompensado de una manera tremenda que me sobrepasa y desborda.

Aunque resulte innecesario decirlo (por ser tan obvio), diré que cada día crece, y es siempre más profundo, mi sentimiento ante esa forma única de dar, de ese instinto intrínseco que sólo ellas poseen y que a nosotros los hombres, se nos hace cuesta arriba.

Un día salíamos en tropel del van y caminábamos hacia el restaurante donde iríamos a almorzar cuando sucedió algo simpático que ilustra, más coloquialmente, todo cuanto dije antes: delante de mí, en fila india, marchabamos, como un pequeño pelotón hambriento, cuatro mujeres y yo, que las seguía como el gigantón torpe y desorientado que soy. Pasábamos junto a un señor que nos miraba y sonreía, como solo saben hacerlo los que reconocen en los otros un poco a su propia familia.

— ¡Te ganaste la lotería, amigo!- me espetó con su vozarrón de campesino cubano.

Y yo, que no entendía muy bien lo que quería decir con aquello, solo atiné a contestarle con un tímido sí, gracias

— ¡Tres niñas! - volvió a tronar el hombre - ¡Esas son para ti! ¡Esas son siempre para ti, amigo! ¡Yo también tengo tres, amigo, tres!

Cuando nos sentamos a la mesa, y aún escuchando aquellas atronadoras palabras, pude, al fin, asimilar lo que me quiso decir. Voy a ser honesto: fue Mariana la que me lo explicó para que lo pudiera entender.

Ahora debo volver a la novela* que mencioné al principio, que fue escrita por una mujer, y que también (por supuesto, si no ¿de qué va la cosa?) los personajes principales son dos mujeres: Marie Curie y Rosa Montero, la propia escritora. ¿Es una biografía? ¿Es ficción mezclada con historia? No lo sé. Es lo que menos importa. Porque lo que importa es lo que te conmueve, lo que abre tu empatía, lo que conecta a una con la otra y, en mi caso, a ellas con Mariana.

Porque, cuando leía, sentía que las tres, de alguna manera, tenían en común lo grande y lo asombrosamente fuertes que pueden ser las mujeres. Porque mientras iba enumerando los avatares que tuvo que pasar una mujer con un cerebro tan privilegiado como el de Marie Curie, recordaba los años tormentosos que afrontó Mariana por mis nietas, contra todas las adversidades, contra todos los enemigos, contra todos los pronósticos, y aún, contra toda lógica; para poder protegerlas, para rescatarlas de una vida miserable, y entregarles lo mejor de ella.

Y comprendí (esas historias agazapadas, aparentemente olvidadas y acechantes), casi con terror, que yo, estando solo, no hubiera hecho ni la mitad; que me hubieran faltado el coraje y el empeño, y lo bueno que pueda habitar en mí para ganar aquella batalla.



*La ridícula idea de no volver a verte.

Rosa Montero.

Seix Barral. Biblioteca Breve, 2013.