Febrero del 2002. Brenda Heist dejo a
sus dos hijos en la escuela y desapareció. Por once años, los hijos y el esposo
la creyeron muerta, hasta que hace unos días apareció desfigurada por las
drogas, el alcohol y la vida en la calle, reclamando otra vez, de cierta
forma, su lugar en la sociedad. Decidió dejar atrás a su familia y
huir con varios homeless hacia Florida. No hubo un contacto, ningún
indicio de su paradero, una palabra de auxilio, una llamada. Silvio dice en una
canción: Dejarlo todo y largarse, que maravilla... Dejarlo todo, desaparecer,
arrancar o tratar de silenciar a los fantasmas que llevas prendido de la
espalda. No quiero juzgar a esa mujer. O si la juzgo, y tengo mi propia idea de
su terrible decisión, pero no es sobre la dimensión de su acto que quiero
hablar, ni del dolor que dejo, ni la vida trunca, ni de su desesperación
o su maldad; quiero hablar del paso en sí, el instante en que decides
andar y no mirar hacia atrás. Yo lo comparo con el suicidio. Creo que es el
momento de no pensar en nadie más que en ti mismo, no imaginar el dolor ajeno
he infligirte secamente, sin miramientos, el tuyo propio. Imagino que muchísima
gente (tal vez esté equivocado) en algún momento ha pensado en
irse, a donde sea, desaparecer y comenzar una nueva vida que no sea la que vive
en el instante presente. Es humano soñar un poco con ser lo que uno no ha
podido, fantasear con lo imposible, desdeñar lo que te ha tocado. Lo difícil es
llegar a hacerlo. No puedo imaginar siquiera el grado de desesperación al que
se tiene que llegar para andar ese camino incierto. ¿Dejarlo todo y largarse
hacia donde? ¿Se pueden dejar la vida y uno mismo detrás? Son preguntas que
traen intrínsecas otras preguntas. Y creo que cualquier respuesta estaría
unida a la idea personal que se tenga del humano y sus responsabilidades.
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