Para Sara Calvo.
Cuando tenía 19, en el año 1968, Christopher
Hitchens viajo a Cuba para trabajar en un campamento agrícola junto a muchos
otros jóvenes marxistas de todo el mundo. Cuenta que le pidieron el pasaporte
al llegar al aeropuerto José Martí y después de los grandilocuentes discursos
de bienvenida y vasos de mojitos, lo reclamó, y le contestaron que
ellos cuidarían de él durante su estadía. Fue su primer estremecimiento. Una
tarde en el campamento, después de trabajar, escuchar las arengas reglamentarias
y las discusiones reguladas, decidió ir por si solo al pueblo más cercano a
conocer al cubano de a pie. Cuando lo vieron alejarse del perímetro
establecido, casi lo linchan. Y mientras tanto, la Unión Soviética invadía
Checoslovaquia y el estaba ausente de esas noticias. Una noche, Santiago
Álvarez fue a dar una charla sobre cine y cuando Hitchens pregunto por las
libertades o restricciones que tenia para su arte, el director respondió que
disfrutaba de toda libertad... claro, dijo, no sería aceptado ni bien visto
algún ataque o sátira hacia el Líder de la Revolución. Y así, más o menos a ese
nivel, fue relacionándose codo a codo con la famosa y mundialmente conocida
revolución cubana. Ahora que soy casi un viejo y he vivido tanto en el
monstruo y disfruto y sufro sus entrañas, me ha dado por pensar en cosas
que no tienen remedio. Por ejemplo, creo que si en aquella época del 68, yo
hubiera sido un joven ingles, estudiante de una de las más prestigiosas
universidades del mundo, pletórico de comer fish and chips cuando lo desee,
escuchando a Bob Dylan y discutiendo con prestigiosos catedráticos sobre la
injusticia de los imperios y peleando con la policía a cada rato; hubiera sido
marxista. Lucharía por los derechos del trabajador, en busca del "hombre
nuevo" con el mismo ímpetu que gasto Ponce de León para encontrar La
fuente de la eterna juventud. Hubiera apoyado a Cuba en su lucha contra
los Estados Unidos, cantaría canciones de Víctor Jara, protestaría frente
a las embajadas estadounidenses y le hubiera gritado asesino al presidente de
turno por su guerra con Vietnam. Me comería dos bistecs con papa asada
acompañados por una botella de vino para calentarme y después
correría a ver el último estreno, aquel film de la nueva ola
francesa. Más tarde, en el metro, conocería a una bellísima
muchacha también progresista ( por supuesto ) y en un café con la vista del
Big Ben reflejándose en las aguas del Támesis, quedaríamos de ir a
mi humilde apartamento cerca de Picadilli para hacer el amor entre libros y
marihuana. Todo esto lo he pensado, pero también recuerdo que nací en Cuba y
siempre me dijeron que los hermanos soviéticos no invadieron Polonia, la
liberaron más bien del yugo que la tenia sometida y recuerdo que comerme
un bistec era casi como leer un cuento de Ray Bradbury, que uno decía: tremendo
cuento este, pero que paquete!; mientras de la ínfima ración de arroz que nos
tocaba al mes, dábamos una parte a un país africano ( cualquiera, eso no era lo
importante ) para paliar el hambre de los hermanos oprimidos. También recuerdo
que para hacer el amor teníamos que escondernos en un matorral, o
cualquier rincón donde rápidamente saciarnos porque nunca tuve un lugar para
mi, ni tampoco una verdadera cama. Recuerdo esas cosas y sigo recordando otras y
otras y serian recuerdos interminables; por eso es que digo: si yo
hubiera sido ingles como Hitchens...
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