En el cuento
de Juan Rulfo, un anciano que había pasado 40 años huyendo por el asesinato de
un familiar, implora que no lo maten. Ya no tiene casa, ni tierras, ni mujer, pero no quiere
desprenderse de su miserable vida. ¡Diles que no me maten! suplica una y otra
vez como un mantra triste. En otro relato
de Charles Bukowski, unos delincuentes van a terminar de asesinar a un
taxista de NY pero antes buscan romperle la nariz, último lugar del cuerpo que
todavía mantiene sano. Mientras, hablan
entre si y describen las atrocidades que
han cometido con él: su taxi lanzado al rio, su hija de 12 años
violada repetidas veces, su mujer quemada viva junto con la casa, pero el hombre pide piedad con los ojos y lo que le
queda de rostro, ¡no quiere morir! El hombre suplica por su vida. Ahora, esto de
lo que voy a hablar no es un cuento, aunque a veces la realidad supera la
ficción: Jodi Arias, la mujer acusada de asesinar al que fuera su pareja, le pide al jurado que no la maten, porque si
anteriormente había preferido la pena de
muerte antes de vivir para siempre entre rejas, ahora se arrepiente, prefiere
no morir. Lentamente, describe lo que haría si la dejan vivir en cadena
perpetua: una campaña para promover el
reciclaje, un club de lecturas y también
donaría el cabello de por vida a organizaciones caritativas para
pacientes de quimioterapia. ¡Diles que no
me maten! se traduce de sus enloquecidas propuestas. Prefiero vivir lo que me
resta, arrastrando el dolor terrible de todas las torturas y seguir respirando,
parecen decir estos tres personajes: que no me maten, diles que no me maten,
aunque ya estémos muertos.
Me gusta mucho más la angustia Dostoievskiana, sin arrepentimiento, que esa suplica miedosa del que va a morir y quisiera cambiar aquello que hizo...
ReplyDeleteXimo, tienes toda la razon, siempre que tu comentario sea basado en otro aspecto u otra realidad. En esta que aqui trato de reflejar, solo esta el miedo, no hago comparaciones, no juzgo siquiera. Gracias por comentar.
DeleteMarcos, logras siempre muy buen poder de sintesis en tus reseñas, que es un recurso grandioso para cualquier escritor. Este tema, del no querer morir, me hace recordar muchas anecdotas porque "los hombres" nos aferramos, a veces, demasiado a la vida. Y otras, la entregamos como ofrenda, o nos desentendemos de ella en un abrir y cerrar de ojos: ahi tienes a los suicidas, bendecidas criaturas de Dios. Cuando murio mi amigo, el poeta Heriberto Hernandez, hice un comentario que ahora repito: "Eso de adelantarse a la muerte, no tiene precio"! Gracias, un abrazo!
ReplyDeletePedro A. Assef.
Gracias Pedro, eres muy amable.
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