Saturday, June 1, 2013

Rompecabezas


Pensando y pensando navego por varias etapas,  las cuales,  a su vez no me llevan a nada concreto, porque usar la mente es como una caja que contiene un rompecabezas y se desparrama sobre el piso. Las piezas salen raudas sin orden alguno y se forma el despelote. Uno piensa sobre un hecho y sin ton ni son, se van ensartando situaciones, recuerdos, ideas y es algo de nunca acabar. Pero en esta ocasión estoy analizando o más bien exorcizando  varias cosas por el solo motivo de escribirlas y que queden guardadas para consultas futuras. Bueno, en fin, al grano: he vivido entre dos siglos importantísimos, aunque supongo que si ahora le preguntara  a uno que vivió,  por ejemplo, en el XVII, diría que fue tremendo. Y si me preguntan a mí, para no quedar como un imbécil, haría saber  que no tengo una opinión confiable, porque no viví en él. Lo que a su vez,  demostraría claramente lo ignorante que soy, porque con buscar en Google el siglo del que hablo, sabría los logros, más o menos como los fracasos. Entonces, como decía, viví en el siglo XX y todavía estoy en el XXI. Creo que han sido momentos tremendos para la humanidad. Los avances se han sucedido uno detrás del otro sin dejarnos el tiempo justo para adaptarnos y asimilarlos.  Todo es rápido, inconstante, fugáz, para dar paso al siguiente: otro descubrimiento, otro asombro. Como ya dije antes, el cerebro es como piezas de rompecabezas y no veo relación alguna con lo que escribo, pero por capricho, voy a dejarme llevar por las ideas inconexas que se presenten. Recuerdo con cierta nostalgia cuando mi padre me llevó a aquella hermosa casa en el barrio de Víbora Park  para comenzar las clases de mecanografía y taquigrafía. Aseguraba  que  podía ser periodista y por supuesto, el primer paso, era aprender esas dos materias. Me causaron una especie de estupor los símbolos, rayas, esferas, puntos, comas, que, unidos caprichosamente, significaban palabras. Jamás aprendí a descifrar ninguna. ¿Y a mecanografiar?, bueno, con dos dedos y mirando el teclado, podía terminar de copiar un párrafo de veinte renglones en una hora y media, lo que a mí me parece todo un record. Aquella habitación que la maestra tenia destinada a las clases, estaba rodeada  de viejas maquinas de escribir y muchachas flacas, gordas, lindas y feas.  Yo era el único varón. Ustedes dirán: que suerte, eso es una ventaja, sobre todo en el plan Casanova  o para decirlo más tropicalmente, el de gallo en gallinero. Todo lo contrario. Era lo más humillante que me podía pasar. Desde la más bonita a la más insignificante, eran muchísimas más veloces que yo; como comparar un auto corriendo junto a una jicotea. Y no hablemos de los dictados de taquigrafía donde me perdía por laberintos de estupor, terror y palitos y bolitas sin sentidos. Diariamente aguantaba  las miradas burlescas que me quemaban el cogote, las risitas  y la voz cansada de la maestra llamándome la atención: Marquito, mijo, ¿cuantas veces te voy a repetir que no mires el teclado? Era, en aquel grupo de estudiantes como el bobo de la fiesta. Nadie hubiera bailado conmigo.  Se convirtió  en  un suplicio. Me sentí  liberado cuando después de una conversación en murmullos entre  la maestra y mi padre, este decidió que no iría más. Así iba yo por el siglo que me toco vivir. Ese era mi paso. Dos hombres daban brinquitos en la Luna y yo, en  la Tierra no veía la letra  A y buscaba desesperadamente, señalando con el dedo todo el teclado hasta dar con ella. Pero a pesar de eso, vivía  en una época de avances tecnológicos,  comodidades, etc, aunque vedados para mí.  Pero  pensándolo bien, muchas ideas  están sobrevaloradas y no creo haber perdido gran cosa al no llegar a ser el periodista que soñó mi padre. Y hablando de sobrevaloraciones, una de ellas es el sexo. La idea sexual en sí está exagerada y sobrevalorada. No hay mejor sexo que el que no hemos tenido. Todo lo demás es cómo, que se yo, hacer café. Un día te queda bueno, el otro aguado, sin azúcar, muy caliente o más bien tibio,  y así. Todo lo demás es imaginación, deseos no satisfechos, pajas mentales. Es incongruente que en esta época en que vivimos, donde casi todo es tan explicito, existan personas que por medio de la literatura (¿dije que?) quieran hacer ver sus maestrías y aventuras sobre el colchón. ¡Es tan aburrido! Además, seamos realistas, no hay tales fenómenos, ni súper machos ni súper hembras. Todos llegan inevitablemente al aburrimiento. Estos escritores fálicos me  indican lo que debo hacer en el encuentro de dos cuerpos como si fueran la maestra de mecanografía. Realmente no dejan de asombrarme. Los veo tan naíf, tan desubicados en este siglo  como yo,  cuando incursioné en la mecanografía  y la taquigrafía,  con el sueño de mi padre de que me hiciera periodista.  Pero así voy por mi época, asombrado a veces, asqueado otras y esperando un día detrás del otro y sonriendo, cuando puedo.

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