Pensando y
pensando navego por varias etapas, las cuales, a su vez no me
llevan a nada concreto, porque usar la mente es como una caja que contiene un
rompecabezas y se desparrama sobre el piso. Las piezas salen raudas sin orden
alguno y se forma el despelote. Uno piensa sobre un hecho y sin ton ni son, se
van ensartando situaciones, recuerdos, ideas y es algo de nunca acabar. Pero en
esta ocasión estoy analizando o más bien exorcizando varias cosas por el
solo motivo de escribirlas y que queden guardadas para consultas futuras.
Bueno, en fin, al grano: he vivido entre dos siglos importantísimos, aunque
supongo que si ahora le preguntara a uno que vivió, por ejemplo, en
el XVII, diría que fue tremendo. Y si me preguntan a mí, para no quedar como un
imbécil, haría saber que no tengo una opinión confiable, porque no viví
en él. Lo que a su vez, demostraría claramente lo ignorante que soy,
porque con buscar en Google el siglo del que hablo, sabría los logros, más o
menos como los fracasos. Entonces, como decía, viví en el siglo XX y todavía
estoy en el XXI. Creo que han sido momentos tremendos para la humanidad. Los
avances se han sucedido uno detrás del otro sin dejarnos el tiempo justo para
adaptarnos y asimilarlos. Todo es rápido, inconstante, fugáz, para dar
paso al siguiente: otro descubrimiento, otro asombro. Como ya dije antes, el
cerebro es como piezas de rompecabezas y no veo relación alguna con lo que
escribo, pero por capricho, voy a dejarme llevar por las ideas inconexas que se
presenten. Recuerdo con cierta nostalgia cuando mi padre me llevó a aquella
hermosa casa en el barrio de Víbora Park para comenzar las clases de mecanografía y
taquigrafía. Aseguraba que podía ser periodista y por supuesto, el
primer paso, era aprender esas dos materias. Me causaron una especie de estupor
los símbolos, rayas, esferas, puntos, comas, que, unidos caprichosamente,
significaban palabras. Jamás aprendí a descifrar ninguna. ¿Y a mecanografiar?, bueno, con dos dedos y mirando
el teclado, podía terminar de copiar un párrafo de veinte renglones en una hora
y media, lo que a mí me parece todo un record. Aquella habitación que la
maestra tenia destinada a las clases, estaba rodeada de viejas maquinas
de escribir y muchachas flacas, gordas, lindas y feas. Yo era el único
varón. Ustedes dirán: que suerte, eso es una ventaja, sobre todo en el plan
Casanova o para decirlo más tropicalmente, el de gallo en gallinero. Todo
lo contrario. Era lo más humillante que me podía pasar. Desde la más bonita a
la más insignificante, eran muchísimas más veloces que yo; como comparar un
auto corriendo junto a una jicotea. Y no hablemos de los dictados de
taquigrafía donde me perdía por laberintos de estupor, terror y palitos y
bolitas sin sentidos. Diariamente aguantaba las miradas burlescas que me
quemaban el cogote, las risitas y la voz cansada de la maestra llamándome
la atención: Marquito, mijo, ¿cuantas veces te voy a repetir que no mires el teclado? Era, en aquel grupo
de estudiantes como el bobo de la fiesta. Nadie hubiera bailado conmigo.
Se convirtió en un suplicio. Me sentí liberado cuando después
de una conversación en murmullos entre la maestra y mi padre, este
decidió que no iría más. Así iba yo por el siglo que me toco vivir. Ese era mi
paso. Dos hombres daban brinquitos en la Luna y yo, en la Tierra no veía
la letra A y buscaba desesperadamente, señalando con el dedo todo el
teclado hasta dar con ella. Pero a pesar de eso, vivía en una época de
avances tecnológicos, comodidades, etc, aunque vedados para mí. Pero pensándolo bien, muchas ideas están sobrevaloradas y no creo haber
perdido gran cosa al no llegar a ser el periodista que soñó mi padre. Y
hablando de sobrevaloraciones, una de ellas es el sexo. La idea sexual en sí
está exagerada y sobrevalorada. No hay mejor sexo que el que no hemos tenido.
Todo lo demás es cómo, que se yo, hacer café. Un día te queda bueno, el otro
aguado, sin azúcar, muy caliente o más bien tibio, y así. Todo lo demás
es imaginación, deseos no satisfechos, pajas mentales. Es incongruente que en
esta época en que vivimos, donde casi todo es tan explicito, existan personas
que por medio de la literatura (¿dije que?) quieran
hacer ver sus maestrías y aventuras sobre el colchón. ¡Es tan aburrido!
Además, seamos realistas, no hay tales fenómenos, ni súper machos ni súper
hembras. Todos llegan inevitablemente al aburrimiento. Estos escritores fálicos
me indican lo que debo hacer en el encuentro de dos cuerpos como si
fueran la maestra de mecanografía. Realmente no dejan de asombrarme. Los veo
tan naíf, tan desubicados en este siglo como yo, cuando incursioné
en la mecanografía y la taquigrafía, con el sueño de mi padre de
que me hiciera periodista. Pero así voy por mi época, asombrado a veces,
asqueado otras y esperando un día detrás del otro y sonriendo, cuando puedo.
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