Soy una
persona contradictoria. Me complico con cosas que no valen la pena y les doy
dimensiones inverosímiles e innecesarias. Ayer en la tarde, para poner un ejemplo, escribí algo en Facebook (una
tontería irrelevante). En lo que
redacté estaba la palabra
"sirvo". Subí al tren y pude terminar las últimas cinco páginas que
me faltaban del libro que estaba leyendo. Me asaltó esa sensación de plenitud,
con una mezcla de tristeza, que me da
cuando doy por terminada una historia que
mantenía en vilo mi interés. Llegué a la casa y cuando iba a dormir, estando ya sobre la
cama, me vino la idea de que había escrito la palabra sirvo con b. Con esa idea y el sueño que me anestesiaba me
dormí. Tuve pesadillas toda la noche.
Alguien me obligaba a caminar desnudo por una acera donde paseaban personas que
no me miraban, pero sentía que de alguna forma se reían de mi desnudez. La
maestra Ana Marcos, temida y querida en la escuela, me señalaba con una regla amenazadoramente, mientras
me obligaba a estar de pie frente a una clase llena de perros y gatos en
silencio. Escribía en la pizarra las
palabras mar mar mar,
repetidamente y cuando el renglón terminaba con la pizarra, continuaba en la pared. Al sonar la alarma del despertador bajé las escaleras antes del acostumbrado
viaje al baño y fui directo a mi celular. Estaba bien escrita la palabra. Sentí
alivio. Esa posible falta de ortografía me molestó toda la noche, sacando de mi
subconsciente los temores al ridículo y las inseguridades que me acompañan.
Parece algo tonto e infantil pero creo que en estas pequeñas angustias están
las raíces de los más significativos problemas internos de cada individuo. O
sea, son parte de mis terrores.
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