Uno se levanta y
mira hacia arriba y siente que a veces vale la pena aunque haya dicho eso
tantas veces que ya no tiene una consistencia real. Mira y ve ese color azul y
siente el olor y hasta las nubes están ahí y eso es bueno. Se hace bueno de
repente, y no se sabe el por qué. Como fue bueno ir por la carretera y ver el
mar y los manglares y bajar la ventanilla. Porque a veces esas cosas son
buenas, y uno se pregunta o no se pregunta nada, y así es mejor. Después de
viejo estoy descubriendo a Bukoswski. Es extraño. Pareciera que hace mucho
tiempo siento un poco como él, y eso me deja con una sensación de pérdida
conocida, casi familiar. Hoy es mi último día de vacaciones. El lunes comienzo
otra vez a trabajar. Esta semana me he separado de casi todo. No leo nada, no
entro a Facebook, y cuando lo hice fue tanto el cansancio, que cerré y hui. El
sol y el mar son más interesantes, y los pájaros y las iguanas y las calles
vendiendo cosas inútiles y t-shirts con mensajes semi pornos. Llegamos a una
pequeña playa salvaje. Unas piedras blancas como leche hervida y la arena
amarilla y gruesa. Entre los manglares los mosquitos me atacaron como bestias terribles que son y tomaron de mí lo que les dio la gana. Qué placer era
matarlos, apurruñarlos sobre mi piel y ver las manchas de sangre de esos hijos
de putas. Era bueno el mar allí. Fue bueno caminar en el agua y llegar a los
manglares y ver los cangrejos huir. También mirar a los muchachos reír y gritar
y mojarse. Era bueno eso, como hoy el cielo tan limpio, porque cuando uno se
está poniendo viejo ve esas cosas y dice bajito casi sin escucharse: coño, qué
poco tiempo para esto. Después los colores y las maderas podridas y las trampas
para langostas y los botes y las banderas con caracoles, con los colores del
arcoíris que ahora son de los maricones, las cervezas y el calor. El antiguo
puente que recuerda al viejo ferrocarril, el mar allá abajo, y la muchacha con
la piel tan suave, y mis ojos. Vale la pena, me digo, y como papitas, y destapo
un refresco y no pienso ni en el banco ni en la casa ni en mi
madre. Entro al mar y es frío al principio y después ya no tanto. Agarro a una
de las niñas por la cintura y la levanto en el aire y ríe y la lanzo. Los
castillos de arena que hago dan pena. Pero llevamos palas de colores, cubos y
tratamos todos sin poder. La noche con
otro olor. A veces miro eso. Otras no veo nada. Hoy sí.
No comments:
Post a Comment