Saturday, June 22, 2013

El gallinero


Reviso apuntes viejos, cosas escritas hace ya un buen tiempo y todas tienen en común la melancolía desmesurada. Algunas chorrean una mermelada espesa que se derrama lentamente hacia abajo. Me alegro  al leerlas y saberlas inservibles y avejentadas. Es inútil luchar por  desprenderse de todo, pero hay que buscar la forma de ir acomodando la basura para  seguir sin que te desmorones y caigas en el hueco profundo de la locura. Un día decidí que había llegado al límite de poder soportarme. Agarre toda esa mescolanza innecesaria que revolotea en mi cabeza y la puse a buen recaudo en otro lugar. Sé donde están, porque no puedo hacer borrón y cuenta nueva y aquí no ha pasado nada,  pero las tengo bien guardadas. A veces entro a buscar y es como penetrar en  un enorme gallinero y escoger al azar cual de los bichos que allí habitan  se convertirá en el fricase de la tarde. Vuelan alrededor mío haciendo piruetas,  gritando palabras conocidas, tentándome  y huyendo  cuando  trato de atraparlas. Es mejor  si puedo  ir dejando  poco a poco  olvidado lo que me  golpea  y vivir el hoy y si llego a  mañana, pues entonces, aprovechar.  Cada cierto tiempo abro  la puerta del gallinero y lanzo hacia adentro  lo  que me  persigue  insistentemente. Ahora que reviso lo que he escrito, creo que nombrar gallinero a ese lugar imaginario es un poco forzado o no describe realmente lo que quiero decir, pero tiene una oculta relación con mi niñez. Tenía más o menos diez años de edad o tal vez once y me pasaba toda una semana en una granja de presos de mínima seguridad  en Pinar del Rio, visitando a mi padre, que cumplía una sentencia de varios años  y era el cocinero de aquel lugar. En el centro, el barracón donde dormían los hombres, al lado el comedor y detrás un enorme gallinero casi tan grande como las otras construcciones. Cientos de gallinas vivían allí y un día entramos a agarrar algunas para la comida. Aquel preso colecciono pedazos de palos, piedras y entramos. Las aves corrían desesperadas de un lugar a otro y el cacareo y el batir de las alas ensordecían. Vi como agarro un pedazo de tronco y lo lanzo con extrema fuerza  a un grupo. Huyeron todas, dejando a dos de ellas retorciéndose en el suelo, heridas de muerte. Después me insto a que hiciera lo mismo y lancé mi proyectil. Una gallina quedo boqueando, tratando de respirar  aire inútilmente. Sentí rabia, porque la melancolía estaba a mis pies, herida. 

No comments:

Post a Comment