Hace varios
días que no escribo. Siempre que termino algún relato, un cuento, me queda la
sensación de que me vacié, que no encontraré más nada que decir. Antes me
atemorizaba esa idea. Ya no. Por ese
motivo es que llevo una semana sin
pensar mucho, sin prestar atención. Escribí unas líneas sobre la esperanza, que
deseché al momento. No tiene sentido que
trate de explicar algo tan obvio. Podría decir cualquier cosa sobre el Papa,
por ejemplo. Ahora la prensa no deja de repetir que Francisco comentó que la
iglesia no está en contra de los homosexuales, solo de sus prácticas. ¿Cómo
fue? No entiendo. ¿Me repite, señor
Papa? No, no puedo con esto, es
demasiado para mis pobres neuronas. Sigo releyendo a Kundera. Ahora estoy con La ignorancia. Ella vive en
Paris, él en Dinamarca. Se encuentran por casualidad en el aeropuerto desde
donde volarán a Praga, ciudad que dejaron hace veinte años huyendo del
comunismo. Ella lo reconoce, se alegra, conversan. Él no la recuerda, no recuerda
nada, ni su nombre. Ella rememora el pasado, y en algún lugar de ese pasado
está ese hombre. Él rememora su vida, y en ella está la imagen del cuerpo de
una esposa muerta, omnipresente; está su
profesión, y la vieja ciudad a donde no quería volver. Los dos regresan por
caminos distintos y a la vez semejantes: la añoranza. Al llegar a Praga,
descubren un paraje ajeno a sus recuerdos, un lenguaje diferente; los amigos
son personas extrañas, cargadas de historias individuales, las calles
recordadas ni están o no son como la memoria las proyectaba. Como el regreso de
Ulises a Ítaca, son desconocidos y desconocen el entorno. Todo lo que los ataba
termina por mostrarse ajeno, hostil.
Hasta la historia individual que los había acercado un día, se
desarrolla de forma paralela para cada uno. Hago una pausa. Me veo caminando
por mi ciudad, La Habana que recuerdo. Busco los lugares que he llevado a mis
espaldas. Me imagino solo, sin prisa. ¿Qué prisa puedo tener si estoy en el
pasado, si ese pasado excluye cualquier futuro? No encuentro aquella calle
donde esperé recostado a una pared. ¿Existe ese lugar? ¿Existió?
¿Existió esa pared en el pasado? Desde el futuro, que es de donde vengo, se
convierte en una cortina de niebla que solo me deja mirar a medias, inseguro.
Veo el mar que
rompe contra las rocas y dientes de perro. Se entrelazan otros mares, otras
rocas. Me observo caminando en una
ciudad que no recuerdo, que confundo con otras. Son varias ciudades que se
distorsionan. Calles que busco en mi
memoria, espacios yuxtapuestos y
extraños. Me pierdo. No sé dónde estoy.
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