Cuando logro
agarrar el control remoto es porque Mariana o está dormida, o en la Internet, o
un tsunami se acerca a Miami Lakes. Entonces, como un niño con juguete nuevo,
comienzo mi recorrido por todo lo que vale en la televisión: El Show de
Fernando, el de Charytín, el otro que no recuerdo el nombre donde hay un
gallego vestido de vieja, y algunos aún mejores. No tienen desperdicio las
gorditas medio en cueros bailando con el
mismo ritmo un bolero como un guaguancó o un entrañable reggaetón. Me levantan el ánimo, no lo voy a
negar.
Pero la
felicidad dura muy poco, y son escasos los momentos en que puedo ser dueño de
la pantalla. Estoy obligado a ver recetas de comidas que no puedo comer,
tragedias en las salas de emergencia de los hospitales, asesinatos múltiples,
ballenas, osos, tigres, mantis religiosas, elefantes, ciervos, hormigas y un
millón más de animalejos salvajes. Ah, y me olvidaba de los científicos; que si
las neuronas, que las bacterias, la obesidad mórbida, las arterias obstruidas,
etc., etc., etc. ¡Ay de mí!
Pero lo peor
que podía pasar me sucedió anoche. En un programa científico donde dos personas
se sientan una frente a la otra y hablan y hablan hasta que llega la hora de
terminar, de pronto escuché algo que me dejó frito. Resulta que un científico
inglés (ni recuerdo el nombre ni me importa) dijo que la mayoría de los
recuerdos son falsos. Según él, nuestros recuerdos están distorsionados o
marcados por hechos externos que los "colorean o los construyen",
como una foto, una anécdota, una historia leída, un lugar, etc.
O sea, que
todo lo que ha sido el andamiaje que forma nuestra vida pasada, nuestros
recuerdos de esa vida, no son más que ideas mezcladas con la irrealidad.
Nuestros recuerdos, dijo, son falsos, o por lo menos gran parte de ellos.
Nuestra personalidad está basada en las ideas que nos hemos formado de nosotros
mismos, en el medio o en el entorno donde crecimos o nos desarrollamos.
Hablando en
cubano: somos postalitas.
Sigue
conversando el señor, y explica que es tanto lo que imitamos y adherimos a
nuestras historias personales, que en la mayoría de los casos llegamos a viejos
sin saber quiénes somos verdaderamente.
Es que somos
mentiritas, buche y pluma na' ma'.
Pero ahí no
termina la cosa; según el inglés, vivimos imitando a los demás. Sin darnos
apenas cuenta, tomamos un modelo y lo vamos asimilando, mientras nos
convertimos en aquello que nos llamó la atención.
Digámoslo de
esta manera: somos millones y millones de caricaturas que vamos
contorsionándonos por ahí de lo más tranquilas.
Conclusión:
como dice el refrán, no somos nada; somos la copia de otro, la mentira
inventada, el brillo que nos damos, la nada de la nada.
Eso me
duele, y así se lo comenté a mi mujer. Pero como todo lo vamos imitando,
tratando de hablar tan masculino y decidido como Clint Eastwood, terminé
diciéndole enérgicamente:
- ¡Así que a
partir de mañana aquí el que llevará el control soy yo!
Ella,
mirándome un tanto aburrida contestó:
- ¿Te cayó
mal la comida?
Interesante tema. Me gustó el final, un muy buen ejemplo :)
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