Sunday, May 4, 2014

Estocolmo y la nostalgia

                                                             foto: mariana aguero

Estoy leyendo la vida cotidiana de un escritor noruego que vive en Estocolmo. Se cita con un amigo en un bar o un restaurante para conversar. Frente a una cerveza cuentan historias, esgrimen ideas, mientras la ciudad alrededor, vibra.
La ciudad como protagonista indispensable. Los nombres de las calles, el de los supermercados, los museos, los ríos, restaurantes, el metro, las escaleras, las puertas que se abren, las camareras, la nieve en las aceras, el viento helado, los árboles, las hojas cayendo, la piscina pública, las librerías, un hombre que corre por un parque, un viejo que se para en una esquina, un poste de luz que ilumina en la noche.
Esa ciudad que no conozco me mantiene, de alguna manera, melancólico, abstraído. Respiro sus olores, siento el sabor del café, el frío de la nieve, el olor de los cigarros, la textura de los abrigos. Siento, incluso, el sonido de una cuchara contra la taza humeante, las voces, las palabras que no comprendo, el aire frío golpeando mi cara.
Se hace difícil escribir sobre todo esto. Hay que tener cuidado, incluso, se debiera descartar. Es casi invisible la línea que divide lo medianamente interesante con una sarta de cursilerías.
La realidad es que toda esta semana que ya casi termina me he sentido, más o menos, de esa forma. ¿Cómo lo podría explicar? Es como si anduviera cuesta arriba, torpe, acosado por algo que no sé lo que es, en la espera de algún acontecimiento que me acecha.
En esta época del año se cumplen dos fechas que, aunque no tienen nada en común, están envueltas en anécdotas antiguas, y casi todo lo antiguo viene cargado de nostalgia:
Hoy, dos de mayo, mi nieta Rosy cumple once años. No es el dilema, ni  la alegría que vino con su nacimiento lo que recuerdo hoy. No es el miedo que me provocaban sus padres, ni la maldad que les sobraba lo que más recuerdo; es un episodio insignificante, que marcó el instante en que comencé a amarla:
La trajimos aquella mañana por primera vez a la casa. Apestaba. La bañamos y limpiamos la mugre acumulada. Lloraba continuamente. Después del biberón, limpia y vestida, se durmió, acostada sobre la cama. Me arrodillé para observarla. Respiraba con el ruido que hacen los bebés; sale de la garganta desde lo profundo. Los puños cerrados. Con cuidado, le abrí una mano. Las pequeñas uñas estaban llenas de suciedad. Decidí cortárselas.
Terminé sin contratiempos la mano izquierda. La derecha me quedaba algo incomoda y torpemente, le corté un pedazo de la piel de un dedo. Fue el estremecimiento y el llanto, después la sangre, lo que me alertó. Lloró un rato, mientras aterrados, Mariana la curaba y la acunaba sobre el pecho y yo sentía un dolor físico en todo el cuerpo.
Hoy recuerdo eso y aún me duele.
También hace ya más de veinte años, un primero de mayo, caminábamos por París. La ciudad era un continuo asombro. Por la avenida se acercaba un tumulto. Las banderas rojas, retratos del Che, la hoz y el martillo, puños levantados con violencia, consignas, carteles escritos con palabras que no entendía, y La Internacional cantada en francés por cientos de hombres y mujeres.
Nos quedamos en la acera, perplejos, observando toda aquella parafernalia que nos recordaba a la Isla y el espanto. Después que pasaron quedó el ruido de los autos, las personas caminando, los cafés,  las sillas y mesas en las aceras. Nos miramos, y ella me dijo:
─ Esto será inolvidable.
Contesté que sí con un gesto, sin saber que ya estábamos creando nuestra historia.







3 comments:

  1. Unos relatos muy agradables, llenos de bondad y cariño. Armando

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  2. Que nostalgia marco...eres un sentimental, te admiro.

    Adiane

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  3. Buen relato, deje un comentario y bloguer se lo tragó.
    Abrao

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