Saturday, May 9, 2015

La niña de la foto





Tarde calurosa, como son todas las tardes en el sur de Sudán. Un avión de las Naciones Unidas aterriza en la precaria pista rodeada de llanos infinitos achicharrados por el sol inclemente, llevando alimentos y medicinas a una zona afectada por la hambruna, las guerrillas, las enfermedades, la desnutrición, la muerte, la ignorancia y la ignominia. Es el 11 de marzo de 1993, en la aldea de Ayod.


Kevin Carter y João Silva bajan del avión cargando las cámaras y todo su equipo de reporteros. Hombres y mujeres, desnutridos y enfermos, se aproximan para recibir los alimentos. El avión despegará en unos treinta minutos, que es el tiempo suficiente para terminar de descargar. João Silva busca a los guerrilleros, quiere entrevistar a algunos y tomarles fotos. Kevin Carter, sin rumbo fijo, se aleja unos metros de la pista.


Kevin Carter está junto a un terreno cubierto de escombros. Una niña famélica y desnuda camina, con pasos inseguros, entre la inmundicia. Se detiene, la poca energía que le queda no le deja dar otra pisada. Se acuclilla. Ya no tiene fuerzas para mantener erguida la cabeza. Apoya la frente contra la tierra. Detrás, a unos pocos metros, un buitre la observa inmóvil, expectante. Kevin Carter, sigilosamente, busca el ángulo mejor. Enfoca. Dispara. Espera unos minutos. El buitre no se mueve. Kevin Carter desea que abra las alas, que haga algún movimiento para otra fotografía. El tiempo corre. El avión ya va a despegar. Impaciente, da media vuelta y se va.


El 26 de marzo, The New York Time publica la fotografía. Las críticas surgen al instante. ¿Qué sucedió al final? ¿Murió la niña? ¿Fue devorada por el buitre? ¿Por qué el fotógrafo no tuvo un ápice de empatía con la pequeña? ¿Por qué no la protegió?


En abril de 1994 la foto gana el premio Pulitzer. Durante la ceremonia de entrega Kevin Carter pronuncia unas palabras: Es la foto más importante de mi carrera pero no estoy orgulloso de ella, no quiero verla, la odio. Todavía estoy arrepentido de no haber ayudado a la niña.


¿Hablaba sinceramente, en ese momento de la ceremonia? Yo creo que no. Creo que Kevin Carter mentía. Por lo menos sus palabras eran verdades a medias. Pienso que, por lo que he podido leer, investigar, y comparar, que de alguna manera, el público lo puso frente a una feroz disyuntiva. De hecho, surgió una especie de histeria. Un mea culpa generalizado, un tipo de dolor y vergüenza a la vez. El mundo veía horrorizado como una pequeña enferma, con un cuerpo que era un manojo de huesos, iba a ser devorada por un buitre. Entonces, ¿a quién culpamos?, al fotógrafo, por supuesto, que estuvo allí y no hizo nada por evitarlo. Recordemos sus propias palabras: Todavía estoy arrepentido de no haber ayudado a la niña. Entonces, ¿cuál era la mentira? La mentira (a medias) era la propia fotografía.


En una entrevista posterior, su amigo y también fotógrafo João Silva, desmonta toda la atmósfera de linchamiento que se había formado alrededor del premio Pulitzer. Cuenta João que en ningún momento la niña iba a ser el alimento del buitre. Aquél sitio no era más que el lugar donde se echaban los desperdicios y a donde todos los que habitaban el campamento de refugiados acudían para hacer sus necesidades. ¡O sea, que aquella pequeña estaba cagando! ¿Y el buitre? Bien, había docenas de ellos buscando alimento entre la basura. Fue el ángulo perfecto entre la niña, el ave, y la pericia del fotógrafo, lo que logró el final deseado.


¿Entonces por qué Kevin dijo que estaba arrepentido? A mi modo de ver, aquellas fueron palabras para el público, una manera soterrada de inmortalizar, aún más, su obra. No tendrá nunca el mismo impacto un niño moribundo a punto de ser devorado por un ave carroñera, que un niño cagando cerca de un buitre que busca comida entre la mierda y los desperdicios.


A los seis días de haber recibido el premio, matan a su compañero y también fotógrafo Ken Oosterbroek mientras reportaba un conflicto bélico. Kevin cae en una profunda depresión y el 27 de julio de 1994, se suicida en las orillas de un río, a las afueras de Johannesburgo. Tenía treinta y tres años. En la nota suicida da algunos detalles de su decisión. Estas son algunas de las frases:


Estoy deprimido... sin teléfono...dinero para el alquiler, dinero para la manutención de los niños...dinero para las deudas... ¡¡¡dinero!!! Estoy atormentado por los recuerdos vívidos de los asesinatos y los cadáveres y la ira y el dolor... del morir de hambre o los niños heridos, de los locos del gatillo fácil, a menudo de la policía, de los asesinos verdugos... He ido a unirme con Ken, si tengo suerte.



Notas finales:

Después de dieciocho años, un grupo de reporteros regresaron a la aldea de Ayod tras el rastro de la niña de la foto. Dieron con el paradero del padre, que explicó que no era una niña. Era un varón y se llamaba Kong Nyong. Sobrevivió a la hambruna y a las enfermedades. Permaneció en la aldea y murió, hacía ya cuatro años, de fiebres.


El 23 de octubre de 2010, mientras reportaba en la guerra de Afganistán, João Silva pisó una mina que explotó. No murió en el accidente.





2 comments:

  1. Excelente nota! Ignoraba algunos detalles de la historia. Gracias.

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  2. Ignoraba el fondo de esta fotografía. Me lleva a recordar otras fotografías que han hecho historia, como aquella de una niñita en un camino en vietnam...tantas tragedias tras un lente de una cámara fotográfica.
    Abrazo,
    Maffi

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