Uno de los recuerdos más vividos que me
quedan de los paseos al Zoológico de La Habana, es el de la elefante que vivía sola en un
terreno rodeado de un muro de piedras. Recuerdo cómo se balanceaba en una
especie de danza triste y la cadena que aprisionaba una de sus patas traseras.
No puedo asegurar qué ponía en su trompa
cuando ella la sacaba por encima del muro, esperando algo que con miedo y
asombro yo le daba, recibiendo el aire caliente y húmedo que salía por su
enorme nariz. Pienso en la soledad de aquel pobre animal tan imponente y a la
vez aparentemente dulce, porque el conocimiento muchas veces viene acompañado
de penas. Los elefantes pueden llegar a los 70 años de vida, y viven en
manadas. Sobre todo las hembras, que se encargan entre todas del cuidado de los
recién nacidos y los más pequeños. La gestación es de un año y solo tienen una
cría a la vez. Las hembras pasan toda su vida regidas por estrictas normas
familiares. Los machos no. Estos son echados del grupo en cuanto son jóvenes
adultos, y comienzan con los irrefrenables instintos sexuales. Entonces empieza
para ellos la peregrinación en solitario. En algunos casos se juntan con otros
en la misma situación y forman "pandillas" que atacan a otras manadas
en busca de hembras en celo y hacen daño
sin sentido alguno. Esto también crea terrible peleas que a veces resultan en
graves heridas y hasta en la muerte. Poseen una memoria muy sofisticada, a tal
grado que pueden recordar un lugar por el que pasaron veinte años atrás y a más
de doscientos miembros, aunque ya no vivan en la manada. Las madres, tías y
abuelas son amorosas con sus crías, dándoles caricias, comunicándose por
sonidos, juegos y roces. Tienen una extraña sensibilidad ante la muerte. Cuando
muere uno del grupo, tratan de levantarlo entre varios y cuidan de su cuerpo
por días enteros, defendiéndolo de los ataques de los carroñeros. En algunas
ocasiones, "sepultan" el cuerpo, cubriéndolo de hojarasca, palos y
tierra. Se han observado cómo algunas madres tratan de acarrear al bebé muerto, mientras la manada espera y la
acompaña. Cuando se encuentran con huesos de sus congéneres, los acarician con
las trompas, los mueven de lugar, haciendo sonidos y rodeándolos en una especie
de ritual. Su mayor peligro, aparte de
la sequía, es el hombre, que los caza para convertirlos en objetos de adornos,
muy valorados en el mercado. Existen dos tipos de elefantes: el africano, con
las orejas más grandes y colmillos en ambos sexos, y el
asiático, de orejas menores y colmillos solo en los machos. Por todo esto,
después de tanto tiempo, no puedo dejar de pensar en la solitaria elefante del
zoológico habanero, encadenada a la espera de que alguien le ponga algo en su
trompa, por años y años, danzando triste, rodeada de un muro de piedras.
La recuerdo exactamente con la misma nostalgia, de hecho tengo una foto de cuando tenía solo un año, mi madre era tan joven, y me mira sorriendo. Fuí varias veces mas, era quieta, se veía cansada, era la atracción de mayor importancia para los niños, lo se. Joel nunez
ReplyDeletegracias joel
DeleteEs hermosa la narración. Y tengo un recuerdo similar.
ReplyDelete