Cuando veo una película donde el tema
principal es la lucha del bien contra el mal, casi siempre los personajes
macabros, con inteligencia para la maldad y la ironía, son los que más me
gustan. Me aburren hasta el cansancio esos héroes que pasan toda su vida
brincando, peleando y persiguiendo a la malignidad en nombre de la humanidad.
No soporto a Batman, con su traje perfecto y esa ecuanimidad a prueba de
golpes. Yo prefiero a Jocker, inteligente, cínico, cobarde, irónico. Siempre
dispuesto al mal. Si Batman no me gusta, menos soporto a Robin, con su
indumentaria de colores, que a mí me produce risa. Vuela raudo Superman a
defender una ciudad entera que está en peligro de desaparecer. Que aburrido.
Prefiero a su archienemigo que quiere joderlo siempre. Spiderman: no sé ni que
pensar de él. Todos los que lo atacan son más trágicos, menos llorones. Dice mi
mujer que como puedo tolerar ese tipo de películas, después de ver 8 1/2 o
Desierto rojo, o Volver, de Almodóvar. Así es, si estoy pasando de canal en
canal y están poniendo Kill Bill, no importa las veces que la vi antes, la
vuelvo a ver. Nataly, en una de esas noches donde me quedo hasta tarde, dueño
del control remoto, viene y en un susurro me dice: Apo, ¿vamos a ver una película
mala? Y arropados con la manta del sofá, buscamos la más sanguinaria, la de
pasillos interminables, la que la música te congela y una mano con
un puñal siempre al acecho, te está esperando; para juntos abrazarnos de
miedo y risas. Rosy huye despavorida para no ver nada y tengo que pagarle
soportando con ella la colección interminable de Barbies, con sus
caballitos, sus vestidos y esas vocecitas azucaradas que son su locura, o I
Carly, con los muchachos gritando todo el tiempo. Pero la más cruel de todas es
Gianna, que me espera cuando llego del trabajo para que vea con ella los
programas de Caillou, Doc McStuffins y mil cartoons más. Creo que mis gustos eclécticos
por la pantalla tienen profundas raíces de paciencia. Paciencia y cariño.
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