Sunday, July 14, 2013

Arroz con mango


No es un buen día. No debía escribir nada. Leer sí. Pero me siento (más bien me escondo) y tecleo en mi teléfono. Tengo la mente en blanco. No tengo la mente en blanco, no. Tengo un arroz con mango en la cabeza. ¿Alguna vez no ha sido así?  Siempre es así, pero con diferentes matices de tormentas. No debía.  Sube la presión arterial, la baja se vuelve alta y la alta aún más. Cuando compruebo que es así, tengo la sensación de que soy como una caldera a vapor que solo espera el momento más inoportuno para estallar. "Ah, morir en Junio y con la lengua afuera", escribió un día Reinaldo. Crecí con esa frase. Crecí con infinidades de frases. Han estado en mi cabeza, un poco estructurando mi manera de ver las cosas. Ya no. Reinaldo no murió en Junio. La frase quedó trunca, aunque era solo una ilusión, digamos un deseo. Dije antes que hoy no debía escribir. No debo molestarme, no debo pensar negativamente, no debo quejarme, no debo de dejar de tomarme las pastillas. No debo. Hace ya unos meses Mariana trajo un gato viejo y amarillo. Lo encontró abandonado, aterrorizado y hambriento. Aunque no tiene la cara inteligente y astuta de Garfield, así lo llamamos. Después que comió todo lo que necesitaba, se acostó en un sillón y durmió dos días seguidos. Solo se levantaba para alimentarse, visitar la caja con arena y volver a dormir. ¿Cuál habrá sido su vida desde que se perdió de su otro hogar o lo botaron o lo abandonaron? El viejo Garfield ahora camina por la casa, observa cada rincón, sale, entra y es tranquilo y sutilmente amable. ¿Por qué cuento estos detalles que no tienen nada que ver con lo que escribí antes? No lo sé.  Me asalta una idea: la nostalgia siempre tiene una cara. Es una basura de frase.  Estoy leyendo otra vez La inmortalidad, de Kundera. Con la edad adquirida (no soporto la palabra experiencia porque me recuerda los consejos de mi madre), lo leo con otra perspectiva, digamos con otros ojos. Estoy envejeciendo. Pero no por la edad que tengo, sino por la intuición del final. Vamos, no voy a ser tan melodramático; quiero decir que conscientemente en cada acto, cada instante hay (o tengo) la remota idea de que algo termina. No es nada nuevo. Todo termina. Ya dije antes que tenía un revoltillo en mi cabeza. Un arroz con mango. Esta si es una buena frase. La escuché creo, por primera vez, en NY. Un conocido mío administraba un pequeño edificio en uno de los barrios más peligrosos de Manhattan y me ofreció un apartamento mientras visitaba la ciudad. Cuando llegamos, resultó que el pintor que vivía allí con su pareja no había salido de viaje por otros motivos. Aun así, amablemente nos dejaron dormir en una habitación rodeada de lienzos, marcos, pinceles, brochas, papeles, fotos de hombres desnudos y revistas pornográficas. Una noche hablábamos mientras tomábamos vino y el pintor me mostraba algunos lienzos. Hermosos, algo barrocos, casi todos con el tema recurrente de las vírgenes. Eran buenos cuadros. Se lo dije. Le dije que me atraía la mezcla de detalles, deidades, símbolos yorubas y cristianos, los colores. El amigo interrumpió diciendo: estos cuadros son un arroz con mango, más mango que arroz. Hace años de eso. A cada rato en alguna revista de arte me topo con alguna de sus obras.  Siguen siendo lo mismo. Mantienen aquella belleza flotante, un poco inocente, fácil. Ya, basta, tengo que trabajar, que por eso me pagan.


No comments:

Post a Comment