Saturday, July 13, 2013

Tengo


Llego al club de los cincuenta y una mano trae la cuenta.
Silvio Rodriguez.

Tengo pastillas, de color verde, beige, blanco, redondas, ovaladas, transparentes, suavecitas. Un aparato de forma siniestra que aprieta y abraza mi brazo como una ventosa con vida propia, mientras que en la pequeña pantalla, números y números se suceden para decirme caprichosamente lo bien o lo mal que me encuentro. Los números del bien  no han aparecido, no entiendo todavía ese capricho inoportuno de la máquina. Un aparatico muy lindo que cabe en mi mano, que funciona con mi sangre. Y otro que pincha mi dedo. Tengo en el plato que me alimenta vegetales, hierbas, más vegetales y más hierbas y una lata de tuna y un triste aunque caliente muslito de pollo. También tengo miedo y eso es lo más difícil. Y vitamina C y Chromium y Magnesium y Alpha Lipoic Acid con Green Tea. Y todas las demás pastillas que me da mi madre y que yo guardo debajo del lavamanos del baño y libros para caminar mejor y comer mejor y vivir mejor y sonreír mejor. Todos ellos tienen una particularidad que los unifica; todos después de explicarte con lujos de detalles  las cosas que ya no podré hacer, que no podré comer, que no podré sentir, me garantizan que si  sigo  todos los pasos al pie de la letra, tal y como ellos engorrosamente lo explican, podré vivir mucho más  y sobre todo,  feliz.  Después que leo estas cosas entro en pánico. Es una sensación muy extraña, como si quisiera esconderme en algún lugar y allí donde lo hago siempre unos ojos me miran sonrientes.  Estoy sentado afuera, en el patio. Me embelesa el movimiento lento de la mecedora y el calor y el sonido de un aparato de aire acondicionado. Recuerdo un sueño que fue recurrente. Lo recuerdo porque ya no lo he tenido más: mi padre y yo caminábamos por una pradera cubierta de hierba. Era hermoso aquel lugar. No hablábamos ni nos rozábamos, ni siquiera nos mirábamos el uno al otro, solo los dos en silencio. ¿Se escuchaba el sonido del aire, de nuestros pasos? No puedo estar seguro de que escuchara nada en aquellos instantes, hasta que a lo lejos el ruido de un helicóptero interrumpió aquel paseo. Mi padre mira hacia arriba y se lleva la mano a la frente para resguardarse del sol. Yo hago lo mismo cuando observo al aparato ya muy cerca de nosotros. Veo la barriga y las ruedas y unos números de un color blanco. Empiezan a disparar. Corremos sin poder escondernos en ningún lugar mientras el sonido de las balas al penetrar en la tierra es cada vez más cercano. Corro delante de mi padre. No grito. Él tampoco grita. Pienso mientras corro que mi padre se va quedando atrás y que evitar aquellas balas cada vez le es más difícil. No dejo de correr. Siguen disparándonos. Me sacudo ese recuerdo. Cierro los ojos y sigo balanceándome lentamente.

No comments:

Post a Comment