Cuando todavía creía que algo valía la pena, las cosas
eran más difíciles. Sin darme cuenta era muy serio, demasiado, o mejor dicho, me lo tomaba al pie de la letra. Los amigos eran importantes, las amantes, imprescindibles,
lo que otros pensaban pesaba como una roca, que me miraran bien era la
meta, y
yo allí, entre toda esa barahúnda; y la
vida, corre y corre. Ahora creo que casi nada vale la pena. Todas las
banderas
que utilicé para darle un significado a mi entorno no sirvieron de nada.
Los
muros que levanté a mi alrededor ya no están por la simple razón de que
no
batallo por nada ni en contra de nada. No existen los amigos, las
amantes no
son más que efímeros y confusos recuerdos que se mezclan y no dejan
ningún
sabor, tal vez alguna pequeña sensación de pérdida. Pero cuando
profundizo un
poco surge la pregunta: ¿qué perdí, cuál es la pérdida a la que me
refiero? No
hallo respuesta. Ni me importa. Me acomodo con el tiempo a otro nivel.
La
ansiedad ya no está, la fe no la encuentro por ningún lado; la esperanza
tampoco. En esta oración anterior he utilizado tres palabras de las que
siempre
huyo: ansiedad, fe y esperanza. Trato de que no entren en lo que expreso
o escribo;
pero hoy, porque sí, las he usado y seguidas una de otra. ¿Por qué? Creo
que
por lo mismo que trato de explicar desde el principio: porque da igual,
porque
no importa si me creen o no, si ni yo mismo sé bien en lo que creo o no
creo. ¿Entonces
es la desesperanza? (Y ahí va otra de las palabras que rechazo). No, ni
siquiera es eso. Es la ineludible sabiduría del tiempo. ¿La vejez? No
necesariamente, aunque es indiscutible que se va aprendiendo o
recibiendo cada vez
más información al paso del tiempo. Pero muchos pasan, se vuelven viejos
y
nunca subieron un peldaño en su escala mental. En fin, es un tema
controversial.
Se podría discutir desde diferentes (y válidos) puntos de vistas, y
estoy
seguro que algo de razón habría en cada uno de ellos. Pero, ¿qué más da?
¿A quién le importa? ¿A mí me importa? A usted, que lee esta
monserga sin sentido, ¿le
importa? A mí, más bien me harta seguir
con lo mismo. Entonces: a la mierda.
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