Saturday, October 19, 2013

El olvido y la calma


El olvido y la calma. He leído eso antes. No recuerdo dónde, pero me es familiar. Suena bien y lo utilizo ahora. Lo dije en alta voz esta mañana. No era por algo poético o sublime. Era, simplemente, que uno de los clientes no pagó, olvidó el dinero. Entonces, solo queda la calma.
No podría hacer  el trabajo que Mariana hace. No tengo la capacidad ni la paciencia ni la sabiduría para lidiar con tantos muchachos.
Realmente no tengo sabiduría para casi nada, aunque eso se descubre cuando no hay remedio. Sobre todo cuando ya eres viejo y el mundo te pesa en las articulaciones, en los ojos, en los pies cansados, en la espalda que duele, en las manchas negras que aparecen de pronto en los lugares más visibles, en los deseos tristes de vivir. Solo entonces es que descubres lo frágil que eres, lo difícil que es continuar.
Pero bueno... Ella (mi mujer) había estado el día antes enferma. Ayudada por nuestra hija y su marido, terminó el día. Todos los muchachos llegaron a la escuela y volvieron a sus casas como estaba previsto. Pero hoy no fui a mi trabajo para estar con ella. Trabajamos juntos. Estoy cansado.
Cierro los ojos y escucho los gritos de los niños. Es terrible, dan vueltas en el cerebro. No hay palabras; ni una. Es un sonido que irrumpe en los tímpanos y se va ensanchando y choca contra los huesos del cráneo y allí se queda dando voltaretas.
Mientras me ducho, pienso que la frase con la que inicié este relato no fue fortuita. Es el olvido, y con él, la calma, lo que más deseo.
Y para confirmarlo, un latigazo de dolor en las sienes me regresa al bus, al calor, al conglomerado de ángeles que gritan y gritan y gritan...


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