Papá morirá
conmigo
cuando yo
solo sea
un recuerdo
para
alguien.
Por eso hoy
nos sentamos
a la mesa,
él en
un extremo
yo en el
otro
y ordené la
cena.
Me miró
tratando de identificar
al intruso
que imitaba
sus gestos,
aquel que pedía
masas de
cerdo con cebollas
y dos
cervezas heladas.
Después, aún
sin creer en nada
prendí una
vela entre los dos
y quedamos
en silencio
recordando
tantos muertos
y
recordándonos a nosotros.
Estuvimos
así,
inmóviles,
él allá,
como siempre,
mirándome
sin reconocerme,
incómodo
ante su imagen
que le
sonreía estúpidamente,
y yo de este
lado,
sentado a la
mesa,
pidiendo un
café,
sacando un
billete
de mi
cartera,
y sin mirar
atrás,
saliendo.
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