Saturday, October 12, 2013

Perorata


Me siento intranquilo. Va por dentro. Por fuera, el animal lento y cansino que soy sigue su curso sin demostrar ningún cambio. ¿Por qué estoy intranquilo? Si contesto: por la vida misma, seria patético.
Podría ser, al final, por eso, así de simple, pero la mentira que es la literatura me dice que no, que así no. Lo mejor sería que dijera algo aparentemente ligero, con una pizca de profundidad. Sonaría mejor. En definitiva, de eso va todo lo escrito. Esas frases de que se escribe solo para uno mismo, sin pensar en los demás, no son más que eso: frases dichas para los demás.
El que escribe es el gran mentiroso. Se convierte en un hacedor de historias inventadas para gustar, para que las acepten, para que lo vean a él entre el amasijo de letras, en ocasiones afortunadas, y la mayoría de las veces, terriblemente desafortunadas.
Pero volviendo al tema con el que inicié esta perorata; la intranquilidad no me deja en paz.
Mientras más viejo me pongo, más temo. La experiencia no me ayuda. Solo me lleva a un final sin regreso; a la frase manida y simple de que no hay remedio. De que todo, inevitablemente, se va a la mierda.
Al traste, sonaría mejor. Pero es lo mismo.
Aunque ahora voy a ser (solo un poquito), sincero. Voy a decir alguna verdad. No voy a escribir como tantas veces he leído, "me voy a desnudar", porque aunque es obvio, en mi caso sería el doble, el triple del horror (a pesar de ser dicha en sentido figurado).  Soy un paranoico incurable, un cobarde de atar, un inseguro.
Hace ya un tiempo que presiento en cada anomalía, por muy pequeña que sea, una gran enfermedad. Tengo a mi disposición todos los aparatos imaginables para comprobarlo: dos medidores de presión; tres jugueticos  de diferentes tamaños para comprobar la glucosa, una pesa que me odia y que se dedica todas las mañanas a  molestarme y hacerme sentir como un Ignatius Reilly caminando por las calles de Miami Lakes, pastillas para la presión, otras para el corazón, otras de ajo, otras de té verde, otras que vienen en sobrecitos y son para todo: diabetes, diuréticos, inhibidores del apetito, para los nervios, para la depresión, etc., etc., etc.
Tal vez, por estas pequeñas anomalías, me ha dado por escribir una especie de diario sobre la vida de un enajenado mental en el sexto piso de un hospital psiquiátrico. ¿Mi alter ego? No, yo soy peor, pero lo oculto.
Mi mujer cree que la idea de escribir sobre un loco está muy usada. Tiene toda la razón. Escribir sobre un asesinato también está muy utilizado. Y del amor, la familia, la niñez, de política, de sexo.
Todo está utilizado. El cosmos, una isla, la prisión, la traición, la amistad, la muerte, la guerra, los fantasmas, todo.
¿De qué se podría hablar que ya no se haya dicho antes? Así se lo digo y no me contesta algo concreto. Sería más fácil si me dijera que no le gusta. Le pregunto si es por las influencias visibles. Dice que no. Le digo que todo me influencia. Que de casi todo me agarro. Ella no está de acuerdo, dice. No cree que el personaje hable como un loco. Ella cree que es una versión muy romántica de la locura. La locura verdadera es fea.
Me defiendo. No veo nada sublime en mi personaje. Allí también es feo todo.
Todo no, me contesta, desarmándome. Siempre es así, logra que dude, que me haga preguntas. Llevo veinte años haciéndome preguntas de sus respuestas.


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