Sunday, November 17, 2013

La loca de las fotos

                                                                foto: m aguero

Despierto y descorro las cortinas. La luz que penetra es opaca, con reminiscencias de una nostalgia antigua. Mariana no está en casa.  Sobre la mesa del comedor, el maletín de los aparejos fotográficos, abierto.  Faltan la cámara y uno de los lentes. Ya sé qué hace. Cuenta que algunos vecinos se sorprenden al verla tomar fotos de una hoja, alguna piedra, los patos, los gatos que la persiguen, un ángulo de una pared descascarada, un charco de agua. Es, para la vecindad, la loca de las fotos. Nos reímos de eso, de los vecinos, hablamos de todos los que conocemos, criticamos casi siempre.
En unos días, cuatro días exactos, Nataly cumplirá 13 años. Cuando lo escribo, un dolor viene y me asalta. Es un dolor profundo que está agazapado ahí dentro, aguardando el instante preciso para morder. Lo sacudo y lo vuelvo a guardar porque hoy no quiero recordar aquellas cosas.
Llega Mariana. Me dice que el tiempo es ideal para estar afuera. Que se siente bien, que el día es lindo y agarramos todos los trastes y vamos a retratar troncos viejos, heridos, cubiertos de musgo nuevo. A retratar arañas, patos, libélulas. Estamos dentro de un monte, rodeados de árboles antiguos, de humedad, y ella está feliz, yo estoy feliz, y busco pájaros en las ramas, unos búhos que habíamos visto antes, otro día que no traíamos la cámara, busco una iguana, alguna ardilla.
No hay un solo pájaro en todo este lugar de árboles. A los pájaros no les interesan las ramas. Prefieren los cables de electricidad, los aleros, las cornisas, los lugares más insospechados, menos los árboles. Encabronado, pienso que la deforestación no es terrible para ellos. Los pájaros se mudaron a la ciudad, a las gasolineras, al parqueo de automóviles, a las aceras, a las cercas. Más bien los pájaros se fueron al carajo.
Seguimos caminando entre los árboles. Mariana habla, habla, habla, y yo recuerdo que hace unos años buscábamos las ciudades, el ruido de los autos, las tiendas de mermeladas, buscábamos miel de abeja en pomos lindos, jarras, jabones elaborados a mano, muñequitos para adornos.  Recuerdo un helicóptero de barro que me regaló en Savannah y una gárgola que todavía vigila desde lo alto de la pared donde se esconde la lavadora.
Ella sigue encontrando el mejor lugar donde enfocar su lente, mientras me cuenta que tiene que ir al baño urgente y habla y habla y habla. Casi no la escucho, solo recuerdo.  Caen pequeñas gotas de lluvia. El aire huele a humedad y a troncos y a hierbas y a tierra removida.
─ Mándame una o dos fotos de las que estás tomando ahora ─ le digo.
─ Pero eso se demora un poco ─ contesta ─ tengo que pasarlas a la computadora, arreglarlas, es trabajoso.
─ Está bien, pero mándame algunas.
─ ¿Para qué las quieres?
─ Para algo que voy a escribir sobre ti.

                                                           foto: m aguero



                                                               















                                                                 

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