Sunday, December 8, 2013

Oxitocina


Leí un artículo en el periódico que hablaba, muy superficialmente, sobre un estudio llevado a cabo por un equipo de sicólogos liderado por el investigador James Mc Nulty, que monitorearon, durante cuatro años, a 135 parejas desde el inicio de sus matrimonios.
El estudio utilizaba fotografías de los diferentes cónyuges. Por separado se les hacían una serie de preguntas sencillas que a su vez desembocaban en respuestas precisas, como: infame, bueno, malo, amoroso, terrible, amor, odio, alegría, aburrimiento, abuso, por solo nombrar algunas.
Una de las conclusiones a la que llegaron fue que sí existe una especie de corazonada que en un momento dado podría  indicar cuál sería el mejor camino a seguir.
Según Nulty y su equipo, al principio de cualquier relación existe un detalle, un mínimo instante, en el que se puede saber si la relación a la que nos abocamos será un camino de sombras agradables o un desierto caliente de arenas movedizas: una frase dicha al azar, un gesto, la tonalidad de la voz, alguna caricia inesperada, pueden mostrarnos a grandes rasgos el universo que nos creamos cuando decidimos formar una pareja.
Según el estudio, tendemos a hacer caso omiso de estas señales por la simple razón de que la dopamina, una sustancia química que desprenden nuestros cerebros en grandes cantidades durante las primeras fases del amor o relación, nos deja en desventajas para ser todo lo coherente o analítico que se debiera.
A eso yo le llamo las trampas del cuerpo.
Si me remonto a los primeros días en que conocí el amor, me sería difícil encontrar claves negativas que me hubieran alertado para andarme con más cuidado. Todo lo que recuerdo es una marejada de emociones, una carrera ciega de los sentidos hacia los placeres que me brindaba ese nuevo encuentro.
Por suerte, cuando aquello estaba sucediendo no tenía ni la más remota idea de que era solamente el producto de una sustancia que segregaba mi encabritado cerebro.
Con el tiempo, cuando los niveles de esa embaucadora hormona cerebral disminuyen, y poco a poco las aguas van tomando su nivel, tenemos a nuestro favor a la oxitocina, la hormona que nos permite mantenernos unidos por lazos más duraderos.
Voy a buscar en Google algo más sobre la oxitocina, porque creo (y esto es solo una idea personal) que es una de las razones por la que he podido compartir más de veinte años con la misma persona.
La palabra Oxitocina, viene del griego, y quiere a decir algo como rápido o nacimiento.
Es llamada, informalmente, la molécula afrodisiaca,  o la hormona de los mimosos.
Está asociada con el contacto y el orgasmo, con la generosidad y la confianza en sí mismo y en los demás.
En las mujeres es liberada en grandes cantidades tras la distensión del cérvix uterino y la vagina durante el parto, y la estimulación del pezón por la succión del bebé con la lactancia.
A grandes rasgos, según lo que he leído, ¿podría decir que son las mujeres las mayores productoras de esta hormona?
Sigamos:
Un estudio del año 1998 encontró niveles significativamente menores de oxitocina en el plasma sanguíneo de niños autistas.
Administrando oxitocina intravenosa a estos niños autistas se reportó que lograban una notable mejoría en la habilidad de entonación y emotividad al hablar.
No terminaría nunca y sí aburriría muchísimo si sigo nombrando resultados. Pero de algo estoy ahora un poco más seguro, y es que los aciertos, errores, placeres, dependencias, rechazos o lazos que encontramos durante las relaciones, no solo dependen de nosotros.
Si algo sale mal o bien, alguna hormona habrá por ahí jugando su papel definitorio. La culpa no será solo nuestra.













2 comments:

  1. Son cosas interesantes, y están expuestas en una forma agradable. Además de los cuentos, anécdotas y poemas en los que sale a relucir tu fibra poética, te sale bien incursionar en estos asuntos. Keep it up!
    Armando

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