Sunday, February 15, 2015

Sueños recurrentes




Anoche tuve el mismo sueño recurrente. Aunque los lugares, el ambiente, y las personas, eran diferentes a los anteriores, la inmensa angustia, sumada a la sensación de estar completamente perdido que me embargaba, sí era la misma. Nunca soy más feliz que cuando despierto en mi cama y, lentamente, voy reconociendo el entorno de mi cuarto, mientras se va apaciguando la idea de que aún me encuentro sumergido en un extraño suceso. Después, me arrastro trabajosamente hasta el baño y comienzo el día con una profunda sensación de orfandad muy parecida a la miseria.
Recuerdo estos sueños como si fueran situaciones reales en las que en algún momento me he visto envuelto. Son parte de mis temores, aunque no podría decir con precisión cu
áles son mis verdaderos temores, ni los motivos que me llevan a soñar de esta manera.
Estando dentro de esas imágenes oníricas, me encuentro a merced de circunstancias que, tal vez en la vida real, no fueran tan desesperantes. Otra persona soy en esos instantes; más necesitada, más indefensa, más vulnerable. Cuando tránsito por esos parajes, rodeado de una sensación de pérdida y de ansiedad, estoy expuesto a todos los dolores, y la soledad es inabarcable.
Siempre busco alguna cosa que no logro encontrar: a mi padre, mi casa, a un gato perdido, mi carro, mi barrio, busco una forma de regresar, tratar de comunicarme con otras personas pero, indefectiblemente, lo que deseo se me hace imposible.
Es la angustia que me envuelve cuando sueño, lo que los convierte en una experiencia terrible; la distancia, el silencio, la incomunicación del lenguaje (pregunto y nadie me entiende, o responden cosas sin sentido).
A pesar de todo, la mayoría de las veces, estoy rodeado de belleza. Es la propia belleza la que me ha llevado a esa calle, al pueblo desconocido, a una vieja casa deshabitada, a un mar gris y frio, a un campo abierto, a la orilla pedregosa de un río, a la sombra de un grupo de árboles, a unas ruinas donde solo se escuchan el canto de los pájaros y los pasos sobre la grava.
Cuando, por una razón que no logro definir, decido que es la hora de regresar, todos los caminos se me cierran. La belleza se convierte en una trampa en la que caigo una y otra vez.
Creo que este tipo de sueños (o pesadillas), comenzaron hace solo algunos años. Ya lo dije antes: los recuerdo como situaciones en las que me he visto involucrado. Hubo un tiempo en que trataba de descubrir los misterios que me inducían a soñar, y que, en cada uno de esos sueños, me sintiera desesperado porque perdí el camino de regreso. Pero ya dejé de hacerme preguntas, porque en cada respuesta acechaban infinidades de otras preguntas. Podría evocar el primero de estos sueños tan claramente como si hubiese sido ayer, aunque, lo que no cambia en ninguno de ellos es la desesperación de no saber regresar a mi casa.
No importa d
ónde esté; puedo ir preguntando por mi padre a personas que hablan un idioma desconocido, buscar la parada de una guagua que me llevaría a un lugar deseado, caminar entre estatuas que me observan, buscar desesperadamente el carro que dejé aparcado en una calle. Pero, cuando en algún momento decido que debo regresar, ese es el instante donde comienza la angustia. No encuentro el bus, no sé en cuál calle estoy, no me entienden cuando hablo, no llevo dinero en los bolsillos, o soy extremadamente vulnerable y no puedo volver.
Regresar, arribar, cobijarme, sentirme a salvo, son las palabras que se repiten en mi cerebro: volver a la casa que abandoné. Perseguir incansablemente lo que en el sueño me es negado. Despertar agitado por la ansiedad y el dolor de haber estado muy lejos, de haber perdido lo que amo. Entonces, como en un acontecimiento extraordinario, casi como un asombrado sobreviviente de alguna catástrofe, retomar las angustias cotidianas.











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