Si tuviera posibilidades económicas y
mis movimientos en la vida diaria me pertenecieran, no dudaría un segundo en
apartarme del tumulto al que me somete la necesidad. No soporto al 98% de las
personas. El otro 2% son los que de alguna forma amo, o sea, que estoy obligado
por una sinrazón inexplicable de la que casi todo el mundo padece más o menos,
intensamente. No creo estar loco al pensar así, ni me siento muy egoísta o
ciego a la realidad. Es que la mayoría de la gente me parecen un estorbo,
una imposición. No conozco una canción mas ridícula, hipócrita, mentirosa y
tonta que aquella de Roberto Carlos queriendo tener un millón de amigos. ¡Que
horror! No tengo capacidad para tanto. Sería tan aburrido. No sé de que podría
hablar con más de dos, a lo máximo, tres amigos. Mis temas de conversación
son muy limitados, lo que no me permite imaginar a muchos escuchándome. Ni yo escuchándolos.
Recuerdo que hace años, antes de quemar todos mis navíos al llegar
Mariana con su olor a miel y cargando sus canciones brasileras, que
vivía obsesionado por la conquista. Tener un cuerpo más en la lista era una razón
primordial. Por supuesto que en este momento no conquistaría ni a la
Cucarachita Martina, pero de solo pensar que tendría que ocupar mi espacio para
hablarle a una mujer, mentir convincentemente (es imprescindible en toda
conquista), conversar con ella, reír, hacer que el momento fuera
aceptable; no puedo, ya no puedo. Entraría automáticamente, por mi propia
incapacidad en el 98%. No me queda ni siquiera la esperanza del
descubrimiento. Las tierras antes conquistadas me mostraron que la tierra es
tierra, es tierra, es tierra. Entonces, agarrando el hilo por lo que comencé
esta mezcla de ideas trastocadas, viviría rodeado de muros, o por lo menos
lejos del montón. Es muy aburrido tener que sonreírles cuando lo
que quieres es mandarlos a la mierda. Dentro de unos días llegara mi hermana.
Hace 33 años que no nos vemos. Pienso en ella y veo a una niña muy linda frente
al espejo de la vieja cómoda, con una toalla en la cabeza imitando el pelo
largo que mi madre le mantenía muy corto. Siempre veo a esa niña. Y un vacio.
Un silencio que no sé cómo llenar. Y como casi siempre ante todo lo que me
mueve los débiles cimientos que he creado, temo.
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