Saturday, March 2, 2013

98%



Si tuviera posibilidades económicas y mis movimientos en la vida diaria me pertenecieran, no dudaría un segundo en apartarme del tumulto al que me somete la necesidad. No soporto al 98% de las personas. El otro 2% son los que de alguna forma amo, o sea, que estoy obligado por una sinrazón inexplicable de la que casi todo el mundo padece más o menos, intensamente. No creo estar loco al pensar así, ni me siento muy egoísta o ciego a la realidad. Es que la mayoría de la gente  me parecen un estorbo, una imposición. No conozco una canción mas ridícula, hipócrita, mentirosa y tonta que aquella de Roberto Carlos queriendo tener un millón de amigos. ¡Que horror! No tengo capacidad para tanto. Sería tan aburrido. No sé de que podría hablar con más de dos,  a lo máximo,  tres amigos. Mis temas de conversación son muy limitados, lo que no me permite imaginar a muchos escuchándome. Ni yo escuchándolos. Recuerdo que hace  años, antes de quemar todos mis navíos al llegar  Mariana con su olor a miel y cargando  sus canciones brasileras, que vivía obsesionado por la conquista. Tener un cuerpo más en la lista era una razón primordial. Por supuesto que en este momento no conquistaría ni a la Cucarachita Martina, pero de solo pensar que tendría que ocupar mi espacio para hablarle a una mujer, mentir convincentemente (es imprescindible en toda  conquista), conversar con ella, reír, hacer que el momento fuera  aceptable; no puedo, ya no puedo. Entraría automáticamente, por mi propia incapacidad en el 98%. No me queda  ni siquiera la esperanza  del descubrimiento. Las tierras antes conquistadas me mostraron que la tierra es tierra, es tierra, es tierra. Entonces, agarrando el hilo por lo que comencé esta mezcla de ideas trastocadas, viviría rodeado de muros, o por lo menos lejos  del  montón. Es muy aburrido tener que sonreírles cuando lo que quieres es mandarlos a la mierda. Dentro de unos días llegara mi hermana. Hace 33 años que no nos vemos. Pienso en ella y veo a una niña muy linda frente al espejo de la vieja cómoda, con una toalla en la cabeza imitando el pelo largo que mi madre le mantenía muy corto. Siempre veo a esa niña. Y un vacio. Un silencio que no sé cómo llenar. Y como casi siempre ante todo lo que me mueve los débiles cimientos que he creado, temo.







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