Sunday, March 3, 2013

La Virgen en la ventana



Han pasado muchos años desde que deje atrás aquel  episodio.  Pero hoy, buscando aburrido en el librero un libro cualquiera, me tope con él. Lo abrí y allí estaban las imágenes de una Cuba casi surrealista, que no tiene nada que ver conmigo. Por lo menos no tiene nada que ver con las memorias que tengo de aquel lugar. Pero de todas formas es un libro lindo. Y es un libro que me recuerda un acto de miseria, un acto cobarde. Algo que hice y que no me gusta. Es un libro robado. No a una biblioteca o de una tienda o de cualquier otro lugar que no supondría para mí el menor arrepentimiento. Si enumerara los libros que me he robado de librerías y bibliotecas, no cabrían en una página. Se lo robe a una persona. A un compañero de trabajo. A un gran hijo de puta que trabajaba conmigo.
Fue así:
Donde laboraba  en aquella época, había  varios personajes de esos que quisiera tener muy lejos y que el destino y la necesidad me han obligado a soportar día tras día. Yo era joven y era engreído;  me creía inmortal, fuerte y capaz de todo. Resumiéndolo, solo tendría que decir que era joven. Todas las horas que pasaba  en ese lugar las gastaba tratando de trabajar lo menos posible, comer  lo que encontraba y reírme. Me reía de casi todo.
Por  eso y una actitud de superioridad ridícula, me ganaba enemigos. Algunos me miraban y comentaban sobre  mi cosas a mis espaldas. Algunas eran reales, otras producto de sus odios y sus cerebros fronterizos.  Carlos era un tipo que llevaba trabajando allí   cuarenta años. Era un chequeador. Regulaba los pedidos, etc,  y  también era chivato, mal intencionado, venenoso como una serpiente y de esa generación que nos miraba como a delincuentes arribistas y malagradecidos; con ese sentimiento de: nosotros somos lo que somos, ustedes son una porquería. Algo así.  A mí, particularmente, no me soportaba. Tuvimos dos buenos encontronazos y ya no nos hablábamos. Solo cuando era absolutamente necesario por razones de trabajo.
Un día trajo un libro. Estábamos todos en el comedor, a la hora del lunch y se acerco a la mesa y anuncio el libro como un regalo que alguien le había hecho. Lo mostraba a todos, menos a mí, por supuesto. Yo me moría por verlo. Escuchaba los comentarios sobre las fotografías y sentía una envidia que me corroía por dentro. Nunca me paso por la mente ir a buscar aquel libro y comprarlo, cosa que cualquier persona cuerda hubiera hecho. Mi mente solo giraba alrededor de "aquel libro". Tenía que verlo, tenía que tenerlo en mis manos. Lo vigile. No dije nada a nadie, no me cague en su madre, como de costumbre, no demostré nada. Después lo robe. En la mínima oportunidad que dejo el libro sin vigilancia, cayó en mis manos. Lo oculte. No tiene sentido describir lo que sucedió cuando se dio cuenta que  no estaba,  ni lo que grito, amenazo, condeno. Yo me sentía feliz y con mucho miedo de que me descubrieran, pero lo pude sacar y lo lleve a mi casa.
Así paso todo. Así pasaban las cosas en aquel lugar de locos. Creo que al cabo de varios días, ya nadie recordaba el libro robado. Y yo seguí recibiendo las miradas de cuchillos de Carlos, sus venenos a mis espaldas y como devolución, el las mías y mi mayor desprecio.
Sin darme cuenta, un día no vino mas a trabajar. Me entere que estaba enfermo. No me importo. Me alegro saber que no lo iba a ver.  Y todo siguió sin el de la manera más normal.
Una mañana  llego de sorpresa. Venia de visita. Lo vi de lejos y no lo reconocí. Se había convertido en un muñequito frágil, cetrino, encorvado. No pude evitar un estremecimiento. No me acerque a él y creo que no me vio. Después se volvió a ir y no lo recordé mas.
Carlos regreso. Lo vi hablando con otros compañeros de trabajo. Era como un diminuto  títere viejo,  entre los hombres que lo rodeaban. De lejos miraba aquella imagen y no lograba  descifrar que era lo que sentía por él. Vino a donde yo estaba. Me saludo y me dio la mano. Al  apretar  la suya, recordé la tarde cuando  agarre  la lagartija que retorciéndose,   me ofrecían los amigos  para no ser menos que ellos. El terror y la repulsión. Traía un álbum de fotos. Me dijo que si quería verlas, que eran fotos de la Virgen que lo visitaba todos los días. La Virgen se paraba junto a la ventana y lo miraba largamente. Solo lo miraba. Me mostro las fotos. Las manos le temblaban cuando me señalaba cada fotografía  idéntica una de otra, pagina tras pagina.
- Mira- decía- ves a la Virgen, ves su imagen?
Yo veía unas ramas de un árbol y una pared y la sombra del sol, pero le dije que se veía claramente.
- ¿Verdad que si se ve claramente, verdad?- contesto  y me pareció una súplica.
-Claramente, la veo claramente- fue mi respuesta.
Después se fue y sentí un alivio de que se fuera y un sentimiento como de tierra húmeda en la garganta.
Alguien le comento  que en Atenas  había un doctor o un curandero, que practicaba la medicina de los antiguos y que podía curar su enfermedad. Y se fue en busca de las pócimas que usaron Arquímedes, Aristóteles, Herodoto y otros más. Imaginaba a Carlos sentado en unos cojines, con una túnica blanca ingiriendo un asqueroso mejunje en una copa de metal con inscripciones de batallas y dioses del Olimpo. Me hacían  gracia esas  ideas.
La última vez que lo vi, traía un  álbum nuevo. Me mostro otra ventana de su casa, donde ahora la Virgen le hablaba. Le decía que todo iría bien, que no temiera, que todo iría bien. Me hablaba y su voz era como el  sonido  una maquinaria frágil. Como un estertor lejano que se confunde entre el ruido y el aire.
Nos despedimos con un apretón de manos. Era como apretujar  el cuerpo tibio de la  lagartija.  Lo vi alejarse con el álbum en la mano, como un colegial que  demora los últimos segundos para entrar a la escuela.


2 comments:

  1. Me ha gustado el sentimiento de tierra húmeda en la garganta.

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  2. Haces muy bien el enlace entre las descripciones y los diálogos. Logras siempre destacar lo humano describiendo tus sentimientos más íntimos.

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