Saturday, April 19, 2014

53




Hoy cumplo 53 años. Tengo un hambre desesperante. Por mi mente cruzan bailando pastelitos, café con leche, huevos fritos, tostadas untadas con mantequilla. Pero no puedo comer, porque estoy en el laboratorio, esperando el turno para hacerme análisis de sangre.
Ayer estuve en la consulta del doctor. Una de las preguntas que me hizo: ¿alguna vez te han  hecho el examen de la próstata?
No me lo han hecho todavía. Me dio a escoger: el táctil o por la sangre. Preferí el de la sangre. Dijo que después de los cincuenta y cinco, no me podré librar del dedo. Ya veremos cuando llegue ese momento.
La mujer que atiende en la recepción me llama por mi nombre. Se asombra que sea mi cumpleaños.
─ ¿Cómo vienes un día como hoy a que te pinchen?
Sonrío. Pago y vuelvo a sentarme a esperar que me llamen.
Detrás de mí, un televisor con un programa matutino en español. Las personas que esperan sentadas tienen que voltearse para mirarlo. Me pregunto a quién se le ocurrió colgarlo en la pared de atrás. No hay que hacerse muchas preguntas en estos lugares. Escucho las voces en el programa televisivo. Hablan de Paquita la del barrio, también de la muerte de Junior. Mentalmente tarareo: "me vine, sin decirte...¡plogt!...nada..."
Trato de no escuchar más, y sigo escribiendo.
El teléfono me avisa cuando alguien me envía un mensaje de felicitación en Facebook. Mami me mandó un text message: felicidades.
Después me llama. Me pregunta a dónde voy a pasear hoy.
Lisset, mi hermana, me llamó muy temprano. Estaba enfrascado en el único juego que me gusta en la computadora, y mientras hablaba con ella, trataba de explotar todas las bolitas posibles, pero perdí. Detesto los juegos electrónicos. Soy pésimo en todos. Antes creía que jugaba muy bien a las damas, hasta que un día jugué con Mariana. Salí derrotado. Me ganó siete veces.
Detrás de mí, dos mujeres conversan. Más bien, una de ellas no para de parlotear. Presto atención. La van a operar. Los ovarios, fibromas, quistes, alteración en los números del examen para detectar el cáncer.  _Me van a vaciar, y es mejor, el médico me dijo que para no pasar más sustos, todo pa' fuera.  Y no me importa, si yo estoy pa' ser abuela, no pa' tener más hijos, ya se lo dije por arribita a mi hija, y ella me dijo no mami, tú no tienes nada, tú no tienes nada!...
Siento náuseas. Por un instante me parece que las paredes me oprimen la cabeza y tengo ganas de gritar algo, hacer otra cosa que no sea quedarme sentado en esta sala con el sonido de un televisor a mis espaldas y la cháchara de esa mujer exasperante.
Suena el celular. Mariana ya me compró las medicinas que ayer me recetó el médico. Una de ellas no la cubre el seguro. Un antibiótico para la rosácea. Todavía es leve. Cree que se podrá solucionar con esa medicina. Espera que el doctor conteste. Debe cambiarla por otra que sí la cubra el seguro. Es complicado.
Llaman mi nombre. Me pasan a un cubículo y me sientan en algo que me recuerda la silla eléctrica. La mujer amarra una tira de goma  a mi brazo. Da golpecitos con dos dedos sobre la vena. Mira dubitativa. Me encaja la aguja. Arde un poco. La sangre parece negra. Llena un tubo, después, dos más.
Se supone que con eso, sabrán todo lo que tengo mal por dentro. Me entrega un vasito plástico y un tubo para el orine. Entro al baño. Pongo la tablet y el celular encima del tanque del toilet. Siento que puedo cometer una de mis burradas y mandar al agua el tubo y todo lo demás. Pero lo hago bien. Entrego el tubo con el orine. Salgo.
Llamo a Mami.
─ Cuela café, que voy pa' llá ─ le digo.
Cuando llego me abraza.
─ Ni me huelas, que no me he lavado ni la cara todavía ─ me dice.
La huelo. Es el olor de las gavetas, de su ropa, de la casa, de cuando era un niño.
─ Hueles rico, mami ─ respondo, apartándome de sus brazos.
Me hace café. Le pido algo de comer.  Trae galleticas con margarina. Miro la margarina. No puedo con eso. Mastico una galleta.
Le gustan mis tenis. Me ve más delgado. Siempre me ve más delgado.
Yo la veo más vieja, pero no se lo digo. Me regala un billete de cincuenta dólares. Después me voy.
Ya las calles están más ligeras de tráfico. Escucho un CD de Pedro Guerra. Canta una ranchera. Canto con él:
..."y tú que te creías el rey de todo el mundo,
    y tú que nunca fuiste capaz de perdonar,
    y cruel y despiadado, de todo te reías,
   hoy imploras cariño, aunque sea por piedad"...
Llego a la casa. Están cortando los árboles del barrio. El barrio se ha convertido en algo muy feo. Impera el mal gusto y la imposición draconiana de una mujer funesta que tiene el timón de este lugar.
Abro la puerta. Respiro el olor que todo lo envuelve. Estoy solo. En unas horas llegarán los muchachos y la algarabía. Ahora hay silencio. Las sombras crean una sensación de abrigo, de tibieza.
Sobre la mesa, una caja. La destapo. Es un cake blanco, cubierto de virutas de coco.


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