foto:mariana aguero
Detrás de mi casa había un árbol. Era
un árbol viejo. En el tronco se leían los años, las lluvias pasadas, los fríos,
el calor y debajo de el también podía leer un poco la vida mía. Unido a la
vieja cerca, cargaba con todos los andariveles que le colgábamos, atraíamos a
los pájaros con cajas para el alpiste, lo adornamos con luces y botellas
de colores; tenia lagartijas y chipojos, pájaros azules, negros, rojos y
grises. Dejaba un manto de hojas en esta época del año y después en
primavera unas pequeñas flores que lo manchaban todo con una sustancia pastosa,
desagradable. Ese era el momento de cagarme en el. Y el de ignorarme. Nos protegió
con sombra mientras cocinábamos carnes, escuchábamos música perversa para el escándalo
de los vecinos, las niñas jugaban a ser mujeres alrededor de su tronco
arrugado y Mariana compraba flores que adornaban en macetas. El árbol era
el calendario de la vida de la casa. Estaba allí, indicando el tiempo que pasa
inexorable. Se doblaba con el viento y después continuaba haciéndose
notar, cambiando de hojas, creciendo en ramas nuevas, junto a la casa, al límite
de lo que no era mío. Ahora el árbol no está. La vieja monstruosa que dirige lo
que pagamos todos, decidió cortarlo. Ahora está el vacio de él y la cerca
nueva. Ya no están la sombra ni los lagartos, ni los pájaros. Ya no hay
hojas ni ramas, ni luces, ni sombra y su lugar es un sol
inmisericorde. Ya no está el tiempo vivido, el viento y su sonido. Había
una vez, un árbol viejo detrás de mi casa....
Me gusta esta añoranza, el recuerdo de otros momentos anteriores, los cambios que nos impone la vida que muchas veces no nos resultan agradables.
ReplyDeleteArmando