Hubo una vez un hombre que tomo un
barco y cruzo el océano. Desembarco en una ciudad que lo deslumbro desde el
primer instante de pisar su suelo. Ese hombre vino de una isla y llego a
aquella otra isla y el olor a frutas a frijoles negros a negras y el aire lo
hicieron creer que al fin toco puerto en su destino final. Y el hombre camino y
miro y escucho y vio los colores y los pájaros y comió tamales y carne de cerdo
y se dispuso a trabajar que era lo único que sabía hacer. Y tomo en sus manos
un martillo y un serrucho y una pala y un cincel y le dio forma a la
madera y pavimento la tierra y clavo puntillas como aferrándose a ese destino
deslumbrante que le había dado en el rostro. Cambio las alpargatas por zapatos
y tocaba el acordeón cuando la nostalgia lo enfermaba. El hombre conoció a una
mujer que no sabía leer ni escribir y construyo una casa. Con maderas
rescatadas levanto el techo y pinto las paredes de color naranja y armo un
portal como un ajedrez en blanco y negro. La mujer supo parir y pario una hija
y después otra y otra, que crecieron junto a las maderas, las
herramientas y los caracoles que acumulaba en un misterio indescifrable. Y un día
el hombre comenzó a levantar una construcción extraña junto a su casa y surgió
un castillo que cubrió de caracoles, de santos y vírgenes y campanas donde
anidaban los pajaron del verano. Después ese hombre cuidaba su capilla y pedía
arrodillado a sus vírgenes y el barrio entero venia a postrarse humilde y
miserable porque pedir era la única esperanza de los que no tienen
esperanza. Y llegaban las ofrendas, las flores y los tabacos y los pájaros se
iban de los nidos y arribaban otros pájaros y hacían otros nidos. El
barrio cambiaba y las hijas del hombre traían hijos y maridos y el hombre solo
frente a la virgen, recordaba a la mujer que nunca supo escribir su nombre y
dejo aquel espacio imposible. Entonces el tiempo se fue escurriendo traicionero
y pertinaz por entre los muros y surgieron las primeras grietas, a las que
nadie presto atención, porque los dolores cotidianos no dejaban espacio para
caracoles y de las vírgenes se acordaban cuando todos los otros remedios eran
inútiles. El hombre dejo de ser hombre para convertirse en un viejo y la
mente a irse por caminos de otros mares y fue un niño y fue la nada hasta que
un día durmió debajo de la tierra que lo deslumbro y nunca más dejo.
Entonces de el quedo aquella capilla cubierta de caracoles que se desprendían
y caían al suelo precipitándose a un fin inminente y solitario. Y las hijas y
los hijos de las hijas y los maridos de las hijas fueron desparramándose por
lugares de este mundo y la capilla solitaria se fue resquebrajando, se fue
muriendo como un gigante herido y solo, con nidos viejos y vacios. Y
cuentan los que todavía pasan por allí, que algunas paredes aun resisten el
embate del tiempo y la desidia de los que no les importa nada. Dicen que las vírgenes
desaparecieron y que el barrio olvido que hubo un tiempo que les pedían a ellas
en sus ultimas esperanzas y sus miserias. Dicen también que
junto a las paredes que aún quedan construyen casas donde se hacinan gente
desconocida y sin memorias. Eso es lo que todavía queda de aquel hombre que un día
cruzo el océano. Del que dejó su isla y llegó a otra.
Super hermoso Marco...que lindo leer lo que acabas de escribir y que forma tan linda de hacerlo...Gracias por dejar que disfrutemos de algo tuyo que en esta historia,tambien es algo mio...
ReplyDeleteGracias, Baby. Es la historia nuestra.
DeleteGracias, Baby. Es la historia nuestra.
DeleteImposible no echar de menos una isla. Bonita historia
ReplyDeleteGracias Ximo. Es un poco la historia de las dos orillas.
DeleteQue historia tan conmovedora,la verdad marco eres un genio narrando...siempre logras que tus lectores lloren o se rian o se aterrorisen con cada cuento que escribes,eres un maestro..!!.
ReplyDeleteadi
Gracias Adi, por leerme.
ReplyDeletePrecioso. Muy poético y conmovedor.
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